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El día del pañuelo envolvente

«Día mundial del hiyab», dicen. Veamos. Están los días mundiales (World Days), establecidos por la Asamblea de las Naciones Unidas -por ejemplo, el 10 de febrero es el día mundial de las legumbres- y están los días internacionales (International Days), establecidos por alguna agencia de las Naciones Unidas -por ejemplo, el 30 de abril es el día internacional del jazz, según la UNESCO-. Luego hay múltiples iniciativas particulares de todo tipo: el Consejo Europeo estableció el día de Europa (9 de mayo); un lobby turístico, Asociación Saborea España, proclamó el día mundial de la tapa (el tercer jueves de junio); una agencia de comunicación española, PR Garage, lanzó el día mundial de los Simpson (19 de abril)… En esta última categoría hay que incluir el día mundial del hiyab, que se presenta como iniciativa de una mujer, Nazma Khan, bengalí crecida en Nueva York, y que se celebra, es un decir, desde el 2013 cada 1 de febrero. No es pues una iniciativa de la ONU, aunque la terminología pueda inducir a confusión; tal vez habría que añadir que no lo es todavía.

Ponte el hiyab por un día

Del éxito de la empresa se puede deducir que las grandes organizaciones de predicación islámica están detrás de ella, o al menos que la ven con buenos ojos. Hasta Balaguer ha llegado la iniciativa, donde dicho día cualquier mujer, musulmana o no, estaba invitada a probarse el hiyab, pañuelo que cubre la cabeza y el busto de la mujer, dejando al descubierto sólo el óvalo de la cara. Según los organizadores, la asociación Chabab al Amal, fue un éxito: «La jornada de este día animaba a muchas mujeres a probar una cosa que puede resultar extraña y demostrará al mundo que llevar el hiyab es una decisión de la mujer. Además, esta iniciativa trata de demostrar al mundo que el hiyab no impide hacer las tareas habituales: trabajar, pensar, estudiar… Este velo que cubre nuestros cabellos es más que un complemento, se trata de nuestra identidad como musulmanas. Es símbolo de libertad y al mismo tiempo representa nuestra lucha». Queda claro que no, no es lo mismo cubrirse con un hiyab que ponerse un collar de flores en una fiesta hawaiana.

A su manera, reflejan los términos en que se expresa la organización mundial. El Twitter de ésta (@WorldHijabDay) proclama: «Cuando invitamos a las mujeres a usar el hiyab por un día en el World Hijab Day no les pedimos que vayan en contra de su fe. Sin embargo, cuando se nos pide que eliminemos nuestro hiyab, se nos pide que vayamos en contra de nuestra fe, lo que es una violación de los derechos humanos básicos». Usan hábilmente el lenguaje que los occidentales están acostumbrados a oír, para intentar hacer creer que la defensa del velo islámico es una causa justa que tiene que ver con la libertad y con el feminismo. La propaganda funciona, no tanto la propiamente islámica como la de sus aliados entre nosotros; es un goteo constante para dar carta de naturaleza a unos usos contra los que creíamos estar inmunizados.

Queda claro que no, no es lo mismo cubrirse con un hiyab que ponerse un collar de flores en una fiesta hawaiana

Tal vez la coincidencia es casual, pero conviene recordar que precisamente el 1 de febrero de 1979 Khomeini aterrizó en Teherán, después de catorce años de exilio, y allí empezó un régimen, aún en el poder, que impone a las mujeres unas limitaciones y un código vestimentario notoriamente restrictivos, por decirlo a la manera diplomática. Es curioso ver que hay mujeres occidentales que se ponen el velo islámico como si fuera un juego, mientras algunas mujeres en Irán o en la península arábiga arriesgan multas y cárcel por defender el derecho a no llevarlo; incluso en algunos barrios de Europa ya no es seguro andar sin la envoltura reglamentaria. El derecho a elegir de las mujeres es una flor muy delicada que sólo florece en las sociedades democráticas.

No es un adorno, es un mensaje

Chahdortt Djavann, autora persa residente en Francia, escribió en Bas les voiles! (2003) -hay traducción española: ¡Abajo el velo! (El Aleph Editores)-: «El velo, el hiyab, no es un simple pañuelo en la cabeza: «debe disimular todo el cuerpo. El velo, ante todo, anula la capacidad de mezclarse en el espacio y materializa la separación radical y draconiana del espacio femenino y del espacio masculino. O, más exactamente, define y limita el espacio femenino. El velo, el hiyab, es el dogma islámico más bárbaro que se inscribe en el cuerpo femenino y se apodera de él (…) La identidad del hombre musulmán, el honor de ser un hombre, depende de ello. La mujer sin velo puede socavar el edificio de la identidad masculina en el islam».  No parece que las alegres comadres de Balaguer, veladas por un día, hayan reflexionado mucho sobre el tema. Sus únicas interlocutoras musulmanas son las propagandistas que las seducen. No se han preocupado de hablar con ninguna de los millones de mujeres musulmanas que padecen el velo, lo que significa y lo que comporta. No llegan a ver qué detrás de la oferta de tolerancia se esconde la demanda de sumisión.

La misma Djavann, en Que pense Allah de l»Europe? (2004), nos advierte: «La proliferación del velo en las ciudades europeas manifiesta muy concretamente la difusión del sistema islamista. El velo está concebido para convencer y para intimidar aquellos y aquellas musulmanes que querrían librarse del sistema islamista, emanciparse de él o no recaer en él. Es un aparato de guerra». Se trata de impedir que los que acceden al mercado de trabajo, a la sanidad, a la educación occidentales, no pretendan además hacer propias las libertades de que pueden gozar en Occidente. La divulgación del velo, las imposiciones dietéticas, la introducción de la educación confesional islámica en la enseñanza pública, la revisión de la historia para evitar ofender a los eternamente ofendidos, la autocensura en el humor, las omnipresentes acusaciones de islamofobia… todo forma parte de una misma ofensiva.

En las sociedades occidentales, el drástico e incondicional veto a símbolos como el hiyab no sería la solución, por supuesto, pero la banalización de su significado y hacer la vista gorda ante su imposición forman parte del problema. No es ayudando a los activistas de su expansión ni dando la razón a los predicadores más rigurosos como se garantiza que éste sea un lugar donde merezca la pena vivir, tanto para los autóctonos como para los recién llegados. Y también sería el peor mensaje que podrían recibir los que luchan por la libertad bajo regímenes como el que implantó Khomeini.

En las sociedades occidentales, el drástico e incondicional veto a símbolos como el hiyab no sería la solución, por supuesto, pero la banalización de su significado forma parte del problema

«Invito a los defensores de la sociedad multicultural a tomar conocimiento de la deplorable situación de las mujeres que, en nombre de la fe, se ven confinadas en sus casas (…) ¿No es hipócrita excusar ciertas prácticas o tolerarlas mientras tú mismo disfrutas en libertad de los progresos de la humanidad?» Esto escribió Ayaan Hirsi Ali en 2002 -traducción española: Yo acuso (Galaxia Gutenberg)-, y puede aplicarse muy bien a los que ahora mismo se complacen en celebrar el día del hiyab mientras en una considerable parte del mundo no hay posibilidad alguna de celebrar un día sin hiyab.

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