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No, los independentistas no lo habrían hecho mejor en Cataluña

Cualquier persona medianamente sensible y dispuesta a reconocer y aceptar a otra, no importa si próxima o lejana, como su prójimo, se habrá sentido conmovido por la tragedia humanitaria que están viviendo tantas y tantas personas en todos los rincones del planeta. Pero lo quieras o no, los nuestros, los más cercanos, conocidos o anónimos, nos tocan un poco más la fibra sensible, aunque sólo sea porque algunos de ellos son amigos, compartimos el ascensor con ellos o porque sencillamente forman parte del imaginario compartido. Por respeto a las víctimas, durante todas estas semanas críticas, he procurado centrar mi atención en examinar con rigor la crisis sanitaria y económica ocasionada por la irrupción del Covid-19 en España, sin preocuparme si las víctimas eran madrileñas, barcelonesas o ponferradinas. Ante la magnitud de la catástrofe, lo relevante como ciudadano era seguir atentamente la evolución de la epidemia y como profesional de las ciencias sociales valorar la gestión del gobierno y el impacto de la crisis en el PIB, la ocupación y el paro.

Pero la mala catadura forma parte de la condición humana y asoma su fea cabezota incluso en situaciones dramáticas, cuando casi todos intentamos sacar lo mejor de nosotros mismos y dejar a un lado fobias y miserias. Durante esta crisis humanitaria, los «indepes» en Cataluña han vuelto a asombrarnos y a abochornarnos con tuits en que se regocijaban de ver a los madrileños ascender al cielo llevados en volandas por el coronavirus (Ponsatí twixit, retuiteado por expresidente Puigdemont desde Waterloo), y aprovechaban la penosa situación para asimilar a España con paro y muerte y a Cataluña con vida y futuro (Canadell twixit, 24 de abril). Detestable espectáculo el ofrecido por los cachorros en su intento de emular a sus mentores cuando se refería al hombre andaluz como «un hombre destruido y anárquico» (Pujol), y a los españoles sin distinción de origen como «carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio» (Torra).

Pero más allá de los prejuicios xenófobos y racistas expresados por varios presidentes (nada honorables) del gobierno de la Generalitat, y las más recientes deposiciones miserables de sus cachorros, lo más grave, sin duda, ha sido de la actitud del gobierno de la Generalitat y los partidos que lo apoyan al impedir la puesta en marcha de dos hospitales de campaña levantados por la Unidad Militar de Emergencia en Badalona y Sabadell, cuando los centros hospitalarios de ambas ciudades se encontraban totalmente desbordados y muchos catalanes esperaban ser atendidos en los pasillos de sus dependencias en condiciones muy precarias. El escritor Javier Marías refería con cierto detalle la dramática situación en su último artículo (La Zona Fantasma, 3 de mayo) y concluía «si todavía hay catalanes que votan a estos políticos en el futuro, no sé qué más necesitarían para volverles la espalda».

Hace unos días, Budó, consejera de la presidencia y portavoz del gobierno de Torra, declaraba enfáticamente que los catalanes habríamos salido mejor parados de haber sido independiente Cataluña. Nada más lejos de la realidad. De entrada, Cataluña no ha destacado en las últimas décadas por ser una Comunidad con gobiernos modélicos y vive, de hecho, instalada en el más completo desgobierno desde al menos 2012. Pese a lo que pueda decir la «portavoza» del gobierno de la Generalidad a toro pasado, la gestión de la crisis sanitaria realizada por Mitjà, asesor sanitario del gobierno de la Generalitat, y Vergés, consejera de Sanidad del gobierno de Torra, ha sido tan penosa que casi dejan en buen lugar la improvisación e inoperancia desplegada por sus homónimos en el gobierno de España: Simón, director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alarmas Sanitarias, e Illa, ministro de Sanidad del gobierno de España.

Corrupción y desgobierno

La Cataluña autonómica sobresale entre todas las Comunidades Autónomas de España no sólo por la bien probada deslealtad de sus dirigentes al orden constitucional que legitima la autoridad que ejercen, sino por el nepotismo y la corrupción de quienes han estado al frente de la Generalitat durante 33 años: Pujol (1980-2003), Mas (2010-2016), Puigdemont (2016-2018) y ahora Torra (2018-2020). Desafortunadamente para quienes residimos en Cataluña, ni el gobierno de la Generalitat ni su aparato administrativo sobresalen en profesionalidad y eficacia sobre los de España y otras Comunidades Autónomas. Todo lo contrario. Las élites que han gobernado Cataluña desde 1980 han empleado su posición privilegiada para alimentar con contratos de suministro de servicios y concesiones de obras públicas a empresarios dispuestos a pagar el ya famoso «canon» del 3%, mordidas que destinaban a financiar el partido o a engrosar sus cuentas particulares en paraísos fiscales. Algunos participaron en la organización de la trama de extorsión (Pujol ), otros se sirvieron de ella para medrar y llegar incluso a la presidencia del gobierno de la Generalitat (Puigdemont y Torra).

Los retazos del retablo de la corrupción de CDC que han salido a la luz dejan en muy mal lugar a los presidentes de la Generalitat de Cataluña. Pujol tiene el dudoso honor de ser el único presidente autonómico que se ha declarado defraudador confeso y todo apunta a que el gran prócer de la patria catalana en el siglo XX organizó una trama criminal de extorsión en la que participaba su familia al completo. La instrucción de este caso continúa a ritmo de sardana, pero no se trata ni mucho menos la única trama de corrupción en que se han visto implicados sus dirigentes. Hace unos días, el Tribunal Supremo ratificó las sentencias impuestas a los condenados en el caso Palau-Convergencia Democrática de Catalunya (CDC). Entre los condenados, ocupa un lugar destacado Daniel Osàcar, quien fuera secretario personal del expresidente Artur Mas entre 2000 y 2005, y tesorero de CDC y de las diversas fundaciones del partido entre 2005 y 2011, unos años en los que Mas fue consejero, primer consejero y presidente del gobierno de la Generalitat. Entre los dos nada honorables presidentes suman 29 años al frente del ejecutivo de Cataluña. El sucesor de Mas, Puigdemont, es un prófugo de la justicia desde 2017, y el sucesor elegido por aquél para guardarle la silla, Torra, su monstruoso correveidile.

Como en los regímenes autoritarios, los gobiernos de la Generalitat desde 1980 se han empleado a fondo para excluir del sistema educativo el castellano, la lengua hablada por la mayoría de los catalanes, como lengua vehicular, y para trasladar a través de los libros de texto y lecturas obligatorias una visión sesgada y torticera de la historia moderna y contemporánea de Cataluña. Además, los gobiernos autonómicos han utilizado sistemáticamente los presupuestos de la Generalitat para crear potentes medios comunicación públicos (TV3, Corporación Catalana de Medios Audiovisuales y Agencia Catalana de Noticias) en los que se ha excluido también el castellano, con el propósito declarado de moldear a la opinión pública y crear un estado de opinión favorable a la independencia de Cataluña. Y para que nada escapara a su control, los gobiernos de la Generalitat han regado con abundantes subvenciones y publicidad institucional a los medios de comunicación privados a fin de asegurarse su lealtad al régimen nacionalsecesionista.

Vamos a contar mentiras

Hubiera sido un milagro que desde el desgobierno en que está instalada la Generalitat desde al menos 2012, la respuesta ante una emergencia sanitaria como el Covid-19 hubiera sido un ejemplo de buena gobernanza, como pretende ahora hacernos creer Budó. Hubiera hecho falta un auténtico milagro, porque en asuntos de estado, como en cualquier faceta de la vida, las buenas respuestas sólo se encuentran cuando se ha realizado un trabajo previo. Mejor que la inspiración nos pille trabajando, suelen decir los artistas. En realidad, estamos ante una nueva puesta en escena del esperpento «pujolesco» estrenado con ocasión de la quiebra de Banca Catalana, que culpa a Madrid de todos los males de la pobrecita Cataluña. Una vieja estratagema empleada con reiteración desde 1980  para exculpar a los dirigentes catalanes de los gobiernos de la Generalitat de responsabilidad por su deficiente gestión y prácticas corruptas.

Empecemos por el infalible epidemiólogo Mitjá, crítico feroz de la gestión de la crisis realizada por el gobierno de España. Mitjà, como Simón, no son epidemiólogos normales, sino de cabecera, esto es, empleados del gobierno de la Generalitat, el primero, y del Ministerio de Sanidad, el segundo. Mucho antes de que Torra lo convirtiera en su asesor y le encargara elaborar el plan de desescalada en Cataluña, presentado el 4 de abril sin el aval de ningún profesional o institución sanitaria, Mitjà había dejado unas cuantas perlas que ya no podrá borrar de su Currículum pese a sus esfuerzos por restarles importancia. El 11 de febrero, Mitjà declaraba en RAC1 que «no creía que hubiera una decisión correcta sobre cancelar o no el Mobile World Congress. Se ha de basar en el nivel de riesgo que quieres asumir».  Balones fuera. Y afirmaba a renglón seguido, «la infección es muy leve. La tasa de mortalidad fuera de China es sólo de 0,2%. Es muy parecida a la gripe epidémica que padecemos todos los inviernos. Para despejar cualquier duda, remachó con esta afirmación tranquilizadora: «la enfermedad no es grave. Como es nueva ha creado alarma social y hay que rebajarla». Juzguen ustedes la presciencia y fiabilidad de sus palabras y compárenlas con los tranquilizadores mensajes con que nos obsequiaba el incombustible Simón en TVE. El pez muere por la boca.

Pasemos ahora a repasar la gestión política del gobierno de la Generalitat. En el artículo mencionado, Budó sostiene que Cataluña habría declarado el estado de alarma 15 días antes, si hubiera sido un estado independiente, con lo que se habrían evitado bastantes muertes. No tengo ninguna duda que se habrían evitado muertes de haberse declarado el estado de alarma 15 días antes, pero no hay ninguna razón para pensar que el gobierno de la Generalitat lo consideraba deseable. Como apuntaba muy acertadamente un artículo en este diario, Budó se encontraba quince días antes de la declaración del estado de alarma, el 29 de febrero, junto con Torra en Perpiñan, parar participar en la reunión del Consejo de la República, y en la manifestación multitudinaria organizada por su partido para arropar al fugado Puigdemont. Flagrante contradicción, ¿verdad? Pues no es la única.

Veamos que decía Vergès, igualadina de pro y consejera de Sanidad del gobierno de la Generalitat, y su equipo. Desde que el 1 de febrero Guix, director de Salud en la consejería de Vergés, manifestara un día después de que la OMS declarara la emergencia mundial, que «difícilmente, dada la situación de nuestro sistema sanitario, podría convertirse en un problema», las pifias de los máximos responsables de la consejería de Sanidad y sus asesores epidemiológicos se sucedieron sin solución de continuidad. El 10 de febrero afirmaba en una entrevista en televisión que «nosotros ponemos todas las medidas y tenemos toda la capacidad para poder detectar y para poder tratar cualquier caso que pueda salir y que en ningún caso debe haber una alarma y ningún problema de salud pública». Y reiteraba, el 14 de febrero, que «en ningún caso estamos en ninguna alarma sanitaria, y menos aquí» (subrayados míos). La propia Vergés insistió en que no había motivo de alarma social el 24 de febrero, Guix manifestó en declaraciones a Rac-1 que «nosotros hemos dicho que tenemos muchas probabilidades de que identificamos dos, tres, cuatro casos» y concluyó «en estos momentos nuestro problema es la gripe». El 25 de febrero, en una entrevista en Catalunya Ràdio, Vergés descartó hacer un seguimiento de la comunidad italiana en Cataluña y afirmó que «tampoco hay ningún problema con las personas que han estado en Italia». Asimismo, rechazó adoptar ninguna medida de precaución porque «las mascarillas ni son requeridas, no son recomendables y no nos aportan nada de seguridad». Y el día 26 reafirmaba en TV3 que en Cataluña «no hay transmisión local. No hay transmisión comunitaria en nuestro país».

El 29 de febrero, cuando se celebró el acto de arropamiento al prófugo Puigdemont en Perpiñán, el centro hospitalario de la ciudad ya había detectado en la ciudad francesa varios casos de infección por coronavirus en personas llegadas de Wuhan. Vergés no faltó a la cita. Unos días después, El Homrani, consejero de Trabajo y responsable de las residencias de mayores, declaraba en una entrevista en Catalunya Ràdio el 6 de marzo que se están «cumpliendo con los consejos preventivos que da Salud y, a partir de ahí, no ha habido ningún caso«. El 9 de marzo, Guix insistía en una nueva entrevista en Cataluña Noche que en absoluto había que cerrar guarderías, escuelas y Universidades porque «nos sigue preocupando más la gripe que el coronavirus».  Y la consejera Vergés declaraba el 10 de marzo que «no hay una razón objetiva que nos diga que el Salón de la Enseñanza debe cerrarse,» y el 11 de marzo nos tranquilizaba diciendo que «si yo en Semana Santa me muevo de Igualada y voy a dar una vuelta por Vilanova y la Geltrú no estoy comportando riesgo», porque «aquí en Cataluña todavía no estamos en zona de riesgo».  (Perdonen la penosa expresión.)

El martes 12 de marzo, un día después de las anteriores declaraciones y dos días antes de que el gobierno de España decretara el estado de alarma, la valoración del Govern cambió repentinamente. Algo muy similar a lo que había ocurrido a Illa después de las celebraciones multitudinarias del 8-M. En esa comparecencia, la consejera de Sanidad anunciaba el confinamiento del municipio de Igualada y dejaba escapar algunas lágrimas ante las cámaras al recordar a su familia atrapada en la ciudad confinada. Fin del paseo de la consejera por Vilanova i la Geltrú en Semana Santa. Al parecer, el contagio masivo en Igualada se produjo en una fiesta popular en la que participaron algunas personas que se habían desplazado a Italia, no como se había dicho por una empleada del Hospital de la ciudad. Ese mismo día 12 de marzo, impartía mis últimas clases presenciales en la Universidad Autónoma de Barcelona y se echaba la llave sine die a todos los centros escolares en Cataluña. Recuerden las palabras de Guix 3 días antes oponiéndose al cierre de guarderías, escuelas y Universidades.

La cruda realidad

Veamos qué nos dice la evolución de la epidemia en Cataluña y en el conjunto de España. El Cuadro 1 y los Gráficos 1 y 2 y el Cuadro 1 muestran las cifras de fallecidos observadas y estimadas y el exceso de muertes estimadas en España y Cataluña. A partir de esta información, podemos extraer algunas conclusiones interesantes sobre la duración e intensidad de la epidemia.

Cuadro 1. Muertes observadas y estimadas y exceso de muertes en España y Cataluña

Muertes observadas y estimadas y exceso de muertes en España y Cataluña

Muertes observadas y estimadas y exceso de muertes en España y Cataluña
Fuente: Informe Momo. Situación a 5 de mayo de 2020


El Gráfico 1 muestra que las muertes observadas (línea negra) inició su escalada en España en la primera semana de marzo, superó la de muertes estimadas (línea azul) en la segunda semana de marzo y alcanzó su punto álgido en los últimos días de marzo y primeros días de abril. Aunque el exceso se ha reducido considerablemente desde entonces, las muertes observadas continuaban superando las estimadas hasta el 5 de mayo, el último día incluido en el Informe MoMo de 7 de mayo.

Gráfico 1. Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020

Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020

Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020


El Gráfico 2, por su parte, muestra que la escalada de muertes observadas (línea negra) en Cataluña se inició con una semana de retraso aproximadamente respecto al conjunto de España. Cruzó la línea de muertes estimadas (línea azul) el 18 de marzo aproximadamente, y salió del intervalo de confianza de muertes estimadas (zona azulada en el gráfico) el 23 de marzo y alcanzó su apogeo en la última semana de marzo. Desde entonces, las muertes observadas han decrecido y el Instituto de Salud Carlos III fija en el 24 de abril el final del episodio de exceso de muertes observadas sobre estimadas, algo prematuramente, en mi opinión, porque la línea de muertes observadas continuaba por encima de la línea de muertes estimadas e incluso se observa un repunte en los últimos días.

Pues bien, a pesar de que el episodio de exceso de muertes ha sido bastante más breve que en el conjunto de España, el Cuadro 1 muestra que el exceso de fallecidos en Cataluña entre el 23 de marzo y el 24 de abril, 4.176, supone un incremento sobre la cifra de muertes estimadas, 5.830, de 71,63%, muy superior al del conjunto de España, 56,42%.  Especialmente elevado es el exceso de mortalidad en Cataluña en los grupos de edad 65-74 años, 65,84%, y mayores de 74 años, 85,69%. Menos mal que el consejero de Trabajo El Homrani siguió «las medidas preventivas de Sanidad y, a partir de ahí, no ha habido ningún caso». No, no ha habido un caso sino 4.172 (518+3.654) fallecidos.

Gráfico 2. Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020

Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020

Mortalidad observada y esperada por todas las causas en España hasta 5 de mayo 2020


Otro «relato» falso

Rehacer los hechos para presentar una imagen más amable o heroica de quienes han protagonizado la Historia ha sido un recurso habitualmente empleado por reyes, dictadores modernos y hasta demócratas de tres al cuarto. Hoy, esa misión la desempeñan infinidad de escribanos a sueldo -periodistas, comunicadores, historiadores, economistas, entretenedores, epidemiólogos de cabecera, doblegadores de curvas, etc.- a quienes los gobiernos encargan exaltarnos o tranquilizarnos, según les interesa. La presente crisis epidémica no ha sido una excepción a la regla, de ahí la importancia de recuperar los hechos y no retorcerlos hasta obligarlos a que digan aquello que interesa a nuestros gobiernos.

La gestión de la crisis del Covid-19 ha sido desastrosa en España y en Cataluña. Ambos gobiernos están en manos de personajes  dispuestos a retorcer los hechos para acomodarlos a sus miserables intereses partidistas, y a emplear los abundantes recursos públicos, no en interés de los ciudadanos, sino para reforzar sus bases electorales. En lo tocante a previsión, eficacia y transparencia, no hay diferencias significativas en la gestión de Sánchez y Torra, ni en la de Illa y Vergés, ni en la de Simón y Mitjá. Reconozco el papel de adormideras que todos ustedes han desempeñado durante estos meses trágicos, pero no me pidan que los excuse por no haber caído en la cuenta de que el Covid-19 no era la gripe de todos los años, ni por su imprevisión al no haber preparado nuestro sistema hospitalario para afrontar la emergencia sanitaria, ni por haber desplegado medidas para detectar los focos de infección y evitar la transmisión del virus persona a persona.

Las cifras hablan por sí solas: 26.478 muertos oficialmente reconocidos en España, 5.471 de ellos en Cataluña. El porcentaje de fallecidos en Cataluña 20,66% del total es superior al porcentaje de población de Cataluña. Y no digan que nadie sabía lo que podía ocurrir, al menos desde que se publicó el informe conjunto de la Organización Mundial de la Salud y el gobierno de China, completado el 24 de febrero y publicado el 28 de febrero. Su falta de olfato, su imprevisión y su locuacidad verbal quedarán como ejemplos de mal gobierno, digan lo que digan sus escribas y mercenarios. Por todo ello, considero que ustedes no merecen seguir gobernando un día más. En democracia, los ciudadanos no podemos sustituir a los gobernantes incompetentes, mentirosos y falseadores de los hechos. Nuestro único consuelo es darles de vez en cuando un puntapié, aun a sabiendas de que quizá quienes les suceden no vayan a hacerlo mejor, algo poco improbable por lo bajo que han dejado el listón esta vez.

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