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Ecos independentistas: Àrtur Mas contra Carles Puigdemont

Los ex presidentes autonómicos Artur Mas y Quim Torra, en una imagen de archivo.

Tal vez es un deseo, tal vez un globo sonda, Francesc-Marc Álvaro expone la posibilidad de que Àrtur Mas, cuya inhabilitación acabó en febrero, se presente a las elecciones catalanas «para competir con ERC en realismo», es decir: ¿Mas contra Puigdemont?

En ese supuesto, «las bases del PDECat vivirían dramáticamente la tensión de tener que elegir entre la épica táctica del president exiliado y el posibilismo estratégico del heredero de Pujol, un debate difícil que serviría para que, finalmente, los posconvergentes asumieran el fracaso del unilateralismo».

Álvaro comprende que Mas no quiera «ser el causante de una nueva escisión en el solar posconvergente», pero no le reprocha su responsabilidad en los hechos posteriores a su dimisión, empezando por la designación de su sucesor. Cualquiera en su lugar intentaría enmendar en lo posible los desperfectos causados.

Si no puede haber duda que «su sentido institucional convive mal con el estilo de Torra y con el tacticismo del exilio» y «quizá compartiría diagnóstico sobre el país» con el PNC que intentan implantar los «disidentes y damnificados del puigdemontismo», el título del artículo de Álvaro debería perder los interrogantes y convertirse en una afirmación cuanto antes.

Más de lo mismo en la Generalitat

Antoni Fernández Teixidó, en el Abc, nos dice: No se engañen sobre lo que puede pasar en las próximas elecciones al Parlameneto catalán, que «se celebrarán, como muy tarde, antes de que finalice el año».

Aunque, aparentemente, el movimiento ha perdido fuelle y la movilización casi ha desaparecido en estos meses de pandemia, «ERC, JxCat y la CUP obtendrán resultados parecidos a los de las últimas elecciones; pero el esperado hundimiento electoral de Ciutadans les proporcionará unos diputados adicionales, por los restos de cada provincia. Ni el PP, ni el PSC serán capaces de recoger esa pérdida de votos y en ningún caso Vox rentabilizará el retroceso de Arrimadas en Cataluña. De modo que, a pesar de que las fuerzas independentistas no atraviesan su mejor momento, la actual constelación política de partidos facilitará al soberanismo un éxito electoral que en España pocos esperan». 

Podría haber pues un gobierno muy parecido al actual, y «sus programas de izquierda desfasada» llegarán «en el peor momento posible», cuando convendría superar la crisis revitalizando la economía catalana. ¿Tendremos pues cuatro años más de inestabilidad y retroceso protagonizados por los mismos o muy parecidos personajes de quienes ya conocemos sobradamente las «urgencias equivocadas, iniciativas descabelladas, soluciones contraproducentes amparadas por una visión ideológica caduca»? Es posible y es probable si no se articula una alternativa que consiga, dice Fernández Teixidó, «evitar la repetición de esta funesta mayoría que acabará resultando letal, para el presente y el futuro de todos los catalanes».

En este artículo la hipótesis Mas no se contempla; pero aporta datos para que lo que queda del mundo convergente no se resigne a la extinción y se decida a salvar algunos muebles.

La vida íntima de Jordi Pujol

Jordi Galves, en la República, habla con alguien a quien llama Maria Antònia, que «conoce perfectamente al personaje Pujol [porque] trabajó muchos años con él.» El título, es tan llamativo como inexacto.

Nos cuenta Maria Antònia: «Pujol es muy maleducado, muy entonado, muy mal nacido, no tengas ninguna duda, ni media duda. Es catalanista, sí, pero a la hora de la verdad ha mirado por él primero y por el país después, siempre después. Por este motivo tan sencillo de entender, los vascos, por ejemplo, tienen el concierto económico y nosotros no lo tenemos. Porque el país le preocupa relativamente. Y también por eso siempre trabajó en contra del independentismo (…) Sólo hay que verlo comer, a Pujol, para saber qué clase de persona es. Si tiene hambre se lo come todo y no espera a nadie (…) Es prodigiosamente astuto, pícaro, inteligente, pero como le pasa a toda la gente lista, hay días que se pasa de listo y se le acaba viendo el plumero. Todo esto que le ha pasado es porque se creía irresistible.»

Interrogada sobre la vida íntima del presidente, sobre el supuesto resentimiento de su esposa, Maria Antònia tiene un diagnóstico inmediato: «Los hombres pequeños y calvos tienen un problema con el sexo.» Y Pujol «con el sexo ha hecho exactamente lo mismo que ha hecho con otras cosas. Tiene una familia de siete hijos y va a misa, pero luego resulta que toda aquella actividad política (…) no siempre es para hacer país. También sirve para ocultar que ahora tiene esta amiga y luego tiene esta otra. O más de una a la vez».

«La cuestión es que todo esto lo ha debilitado enormemente, porque el sexo de los políticos es en todas partes materia radiactiva (…) Y Pujol se pensaba que estaba por encima del bien y del mal, que esto no lo debilitaba. La autoridad que Jordi Pujol tiene delante de los hijos es nula por este poderoso motivo. Y el dinero ha servido para tapar las vergüenzas, de manera ilimitada. Con la mujer la guerra es constante y encendida. No sé ahora cómo será el panorama, pero te aseguro que aquello es un auténtico panorama.»

Todo esto, para comprender la historia contemporánea de Cataluña, no tiene demasiada utilidad, pero hay materia para una serie televisiva.

La Guardia Civil en el 1 de octubre

El abogado Javier Melero publica en La Vanguardia un interesante artículo sobre Pérez de los Cobos y el honor de la Guardia Civil. 

«El 1 de octubre del 2017, la Guardia Civil participó de manera relevante en el absurdo desaguisado que se produjo en Catalunya, y las instrucciones de sus superiores (instrucciones que, recuerden, nadie reconoció finalmente haber dado) condujeron a sus hombres a una situación imposible. La de intentar reprimir por la fuerza a dos millones de ciudadanos —que llevaban a cabo una actividad que el propio TS concluyó que no era delictiva—, sin efectivos para hacerlo de manera proporcional y adecuada y generando una corriente de animosidad en parte de la ciudadanía de la cual aún son detectables los efectos.»

Abundando en el papel de Pérez de los Cobos en ese triste episodio, afirma que, sin pretenderlo, «puso en manos del independentismo poderosos argumentos emotivos, de gran eficacia para sus pretensiones». Pero tal vez descarga demasiado las tintas al presentar de esta manera a los líderes del independentismo: «Bastaba ver a los políticos que declararon en el TS para concluir que eran incapaces de organizar ni el bingo de la parroquia.» Porque algo organizaron, aunque fuera un farol, aunque fuera una trampa que el Estado no supo evitar. 

La disposición a aguantar muertos

Quim Arrufat, que fue diputado de la CUP, es junto con Xavier Domènech (Catalunya en Comú), uno de los principales impulsores de Sobiranies —«un espacio que quiere actuar como un detonante para que emerjan muchas más cosas», dicen—. En esta entrevista Ja no sóc militant de la CUP apunta algunos detalles sobre cómo se vivió y se entendió el frustrado referéndum del 1 de octubre: «La gente estaba dispuesta a tener bajas, y a aguantar muertos».

Estaría bien profundizar en esta disposición. ¿Cuánta gente realmente creía que se podían producir muertes, aunque fueran accidentales? ¿Cuánta gente estaba realmente dispuesta a morir? ¿Pensaron en ello los 2.286.217 personas que acudieron a votar ese día según la Generalitat? ¿O solamente los organizadores? ¿O solamente una minoría dirigente? ¿En qué gran asamblea o pequeño comité se habló de esto abiertamente? 

Porque contrasta bastante con lo que Oriol Junqueras se hartó de decir durante los meses en que se estaba preparando el evento: «Votaremos como siempre, en los colegios de siempre y con todas las características de siempre.»

Y sería importante aclararlo no tanto por entender lo que pasó sino lo que puede pasar todavía. Quim Arrufat define así las virtudes aun vigentes del proceso: «Tecnología, inventiva y la disposición a poner el cuerpo. A ir físicamente. Esto es muy potente. Pero insisto: donde ha fallado todo no está aquí. La gente no falló. La calle no falló. Falló la toma de decisiones y la ejecución. La parte de la gente aprobó más que las finanzas. La Generalitat no se gastó ni un duro. No hubo ninguna apuesta estratégica por tener estructuras para poder optar.»

La pregunta es si otros líderes —diferentes a los que fallaron— con la misma gente —que no falló— intentarán hacer de nuevo más o menos lo mismo y con la misma disposición a «aguantar muertos».

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