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El auge del nacionalismo en Europa

Un niño ondea una estelada Foto: Europa Press

Sin ánimo de exhaustividad académica, el nacionalismo como movimiento político nace enormemente influenciado por el romanticismo alemán (Herder, Fichte, etc.,) y define la nación desde la identidad, es decir, allí donde hay una lengua, una cultura y una tradición hay una nación.

Frente a esa idea de nación, la Ilustración nos conduce a la Ciudadanía: en la nación política pueden convivir diversas identidades, lenguas, tradiciones…la clave es que sus miembros sean ciudadanos Libres e Iguales.

A nadie se le escapa que la idea identitaria de la nación está detrás de los mayores horrores de la historia de Europa («Alemania es donde se habla alemán» decían los que todos sabemos) y precisamente la derrota de esa idea perversa en la II Guerra Mundial nos conduce al triunfo de la idea de Ciudadanía a través de la Unión Europea y al periodo más largo de paz de la historia de nuestro continente.

La Transición Española y nuestra Constitución fueron también la derrota de ese nacionalismo español

La España franquista no fue ajena a esa idea de nación identitaria. Sus conceptos de «lengua del Imperio» o «unidad de destino en lo universal» eran el más claro ejemplo de ello, pero la Transición Española y nuestra Constitución fueron también la derrota de ese nacionalismo español. El problema es que a la vez que se derrotaban nacionalismos en toda Europa, aquí se permitía, de manera entre ingenua e imprudente, el crecimiento del nacionalismo identitario en Cataluña y País Vasco, durante décadas únicos reductos europeos potentes de esa ideología que todo lo destruye.

Sin embargo, en los últimos años, y cuando ya creíamos superada esa ideología salvo en las excepciones ya comentadas, en Europa vuelven a soplar vientos nacionalistas. Aún no mayoritarios, pero sí muy preocupantes. Ante el miedo comprensible que provoca en muchos sectores sociales la globalización y un mundo cada vez más difícil de entender, muchos europeos vuelven a refugiarse en el terruño, la endogamia, la xenofobia y el antieuropeísmo. De Torra a Bossi, pasando por Le Pen o los ultras de Flandes, esas voces cada vez resuenan con mayor fuerza.

La situación en España es especialemente preocupante. En primer lugar, porque una parte demasiado importante de la izquierda española ha decidido abrazar el nacionalismo periférico con el único objetivo de mantener el poder, aún a riesgo de deteriorar nuestras instituciones democráticas de manera irreversible.

La izquierda española ha decidido abrazar el nacionalismo periférico con el único objetivo de mantener el poder

Por otro lado, una parte de la derecha, acertando en el diagnóstico (se le ha permitido demasiado al nacionalismo periférico) se equivoca gravemente en la terapia, contraponiendo a ese nacionalismo periférico otro de tipo español y copiando los métodos: se reconoce rápido a un nacionalista de cualquier lugar porque todo el que no le da la razón es un cobarde, un traidor a la patria o un «botifler» al que hay que señalar y estigmatizar.

Los que seguimos creyendo en la nación de ciudadanos Libres e Iguales no podemos rendirnos. Nos contemplan los mejores 40 años de la historia de España, los de nuestra Constitución de 1978, que se rige precisamente por la idea de nación que defendemos. Por supuesto que no han sido años perfectos, que hay que reformar muchas cosas, pero nadie me va a convencer de que en España nos ha ido mejor en etapas de nacionalismo español o de repúblicas identitarias…es que no cuela.

Valoremos lo que tenemos, que es mucho e inédito en la historia de España. Y luchemos por mantenerlo y mejorarlo: las alternativas las conocemos perfectamente, aunque ahora se disfracen. Y sólo han traído conflicto y pobreza.

Alejandro Fernández
Alejandro Fernández
Presidente del Partido Popular Catalán

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