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REPORTAJE | ¿Vivimos en una cultura de la cancelación?

Diversos intelectuales españoles opinan en ‘El Liberal’ sobre el manifiesto de ‘Harper’s Magazine’ contra la intolerancia y la censura

Fotograma del film 'Lo que el viento se llevó', retirado temporalmente de HBO ante las acusaciones de racismo. MGM.

«Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas». Tal vez la frase anterior represente mejor que ninguna otra el núcleo del manifiesto que, hace ahora un par de semanas, suscribieron 150 intelectuales en Estados Unidos en contra el clima «intolerante» que parece haberse instalado en parte del progresismo contemporáneo.

Entre las figuras que rubricaron el texto de la revista Harper’s Magazine—que rechaza al mismo tiempo la regresión que conllevan las políticas de Trump y la intransigencia ejercida por la denominada cultura de la cancelación— se cuentan figuras tan relevantes como los filósofos Steven Pinker o Noam Chomsky —todo un referente del izquierdismo estadounidense—;  novelistas como John Banville o J.K. Rowling —en la picota ella misma por defender que «las personas que menstruaban» eran mujeres—; músicos como Winton Marsallys o exajedrecistas como Garry Kasparov.

Aunque el manifiesto ha provocado numerosas reacciones adversas en su país de origen —mientras Ali Abunimah se ha referido a los firmantes como «escritores ricos y horribles», Mona Eltahawy ha mantenido que estos solo quieren garantizar «la libertad de ser racista o misógino sin consecuencias»—, en España ha sido acogido con los brazos abiertos. Prueba de ello es que, apenas una semana después de la aparición del manifiesto original, el premio nobel nacionalizado español Mario Vargas Llosa y un centenar de firmas más lo han secundado a través de una carta en la que, de nuevo, se clama contra la «intolerancia y censura contemporánea».

«Todo esto no es más que algo que lleva ocurriendo tiempo y en lo que Ovejero ha profundizado: la izquierda, buena parte de ella, se ha vuelto reaccionaria»

Rafael García Maldonado

Así, intelectuales patrios como Sergi Pàmies, Milena Busquets o Juan Soto Ivars  afirman sumarse a los «movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante», a la vez que se muestran preocupados «por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente».

Pero, ¿existe consenso en nuestro país sobre la idoneidad de cuestionar con rotundidad los excesos de la llamada «corrección política»? Depende de a quién le preguntemos. Para el escritor Rafael García Maldonado, autor de Diario de Cabotaje, el manifiesto de Harper’s coincide con inquietudes que lleva rumiando “mucho tiempo”. “Es un decir ‘Hasta aquí hemos llegado’ de aquellos a los que, por encima de todo, confían en la razón y en la libertad de pensamiento. Todo esto no es más que algo que lleva ocurriendo tiempo y en lo que Ovejero ha profundizado: la izquierda, buena parte de ella, se ha vuelto reaccionaria», asevera.

En las antípodas, sin embargo, se sitúa el doctor en filosofía Santiago Gerchunoff, autor de Ironía On. Una defensa de la conversación pública de masas, que dice no entender muy bien lo que pide el manifiesto. «La única medida concreta», razona,  «que se podría deducir del espíritu del manifiesto es algo en la línea de algún recorte o limitación de ciertas opiniones —supuestamente agresivas o intolerantes— frente a otras —supuestamente sensatas, tolerantes— que sí habría que cuidar. Y justamente, no creo que la libertad de expresión deba limitarse a opiniones racionales y tolerantes».

«Pretender que quien habla esté asegurado y no tema por las consecuencias de sus palabras es querer que el espacio público se asemeje a su contrario, a un espacio privado, acolchado, predecible, familiar y protegido»

Santiago Chergunoff

De otra parte, este pensador recuerda que, tras la democratización de la opinión que ha traído Internet, la voz del público ya no es una «cuestión marginal o inexistente» como ocurría en el siglo XIX y parte del XX. «Las redes traen otra vez un público que abuchea o contesta o tira tomates y convierte el espacio público en un espacio, sí, más peligroso, más complicado». Siendo así las cosas, según Gerchunoff, pretender que quien habla esté «asegurado» y no tema por las consecuencias de sus palabras es querer que el espacio público se asemeje a su contrario, «a un espacio privado, acolchado, predecible, familiar y protegido».

Menos positiva es la concepción que mantiene sobre la actual esfera pública el poeta y columnista de The Objective, Gonzalo Gragera. «Hemos visto cómo en los últimos años se aprovechan discursos contrarios al sexismo o al racismo —dos actitudes que el manifiesto rechaza— para cargar contra autores que, por razones ajenas a esos discursos, no terminan de compartir una determinada afinidad identitaria o ideológica. En la mayoría de las ocasiones, hablamos de autores que discrepan en la forma o que no coinciden del todo con un criterio ideológico —a veces basta con no coincidir en lo estético—».

En España, según Gragera, es el caso de Javier Marías o, por ejemplo, David Bernabé, «que ha explicado todo este asunto muy bien en un hilo de Twitter». En cualquier caso, considera que es un manifiesto por la pluralidad de ideas y por el debate «razonado, honesto y sosegado». «Quien no comparta la carta de este manifiesto será por prejuicios o circunstancias personales», pondera.

«Se aprovechan discursos contrarios al sexismo o al racismo para cargar contra autores que, por razones ajenas a esos discursos, no terminan de compartir una determinada afinidad identitaria o ideológica»

Gonzalo Gragera

En este sentido, el autor pone en tela de juicio las críticas que señalan que los firmantes sean unos privilegiados. O, al menos, no lo son en lo que respecta a nuestro país: «No sé bien qué privilegios pueden tener Alberto Olmos o Loola Pérez. Menos aún qué intereses tienen los que han firmado este manifiesto en que siga existiendo un discurso racista o tránsfobo predominante. Los hechos, desde luego, dicen lo contrario. Ahí están sus textos para el que quiera leerlos».

Gerchunoff, por su parte, no cree que los privilegios invaliden los argumentos de nadie. «Otra cosa», matiza, «es que los firmantes sean unos exagerados y unos llorones, pero, aun así, creo que tienen todo el derecho del mundo a llorar y a exagerar públicamente».

Un extremo que no comparte García Maldonado: «Para mí las formas son siempre lo más importante, en literatura y en las reivindicaciones de derechos justas y legítimas. Lo vulgar todo lo empobrece». Asimismo, coincide con Gragera en que no debe estigmatizarse a los discrepantes: «La izquierda ha comprado el pack de las guerras culturales porque sin eso ya tienen poco que decir, y los viejos votantes socialdemócratas en vez de horrorizarse se dedican a llamarnos fachas a los que somos lo que eran ellos en los 80 y 90. Ni somos tránsfobos ni racistas ni machistas, es deleznable acusar de eso si no se hace lo que ellos dicen en cada momento».

Por último, estima que no deberían olvidarse los enormes avances que se han producido en materia de derechos civiles. «¿Ha habido un momento mejor en la historia para ser negro o para ser transexual? No lo creo. Las cosas funcionan, y habría que celebrarlo».

Óscar Benítez
Óscar Benítez
Periodista de El Liberal. Antes, fui redactor de Crónica Global y La Razón; y guionista de El Intermedio.

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