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Ana Bernal Triviño: «El verdadero feminismo está dentro de la casa. La revolución se hace de puertas para dentro»

Doctora en Periodismo, profesora de la UOC, articulista y, sobre todo, feminista, Ana Bernal Triviño vuelca todas sus fuerzas en la lucha por las víctimas del machismo

La periodista y profesora de la UOC Ana Bernal Triviño.
La periodista y profesora de la UOC Ana Bernal Triviño.

Hay entrevistas que se convierten en charlas y eso me ha sucedido con Ana Bernal Triviño, periodista, profesora de Periodismo en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y, sobre todo, feminista. Esta joven malagueña, que adora a Federico García Lorca y que no puede vivir sin el mar, lleva años luchando por las mujeres e intentando concienciar sobre la importancia que tiene la unidad feminista para lograr la tan ansiada igualdad. Autora de obras como No manipuléis el feminismo. Una defensa contra los bulos machistas, Bernal Triviño se mueve como pez en el agua en las redes sociales, colabora con diferentes medios de comunicación y, sobre todo, busca cómo ayudar a quienes le lanzan un SOS como víctimas de la violencia de género.

La pandemia del COVID-19 lo ha puesto todo patas arriba. ¿Cómo ha afectado a la mujer?

Ahora mismo hay algunos estudios estadísticos, pero aún no se sabe qué impacto ha tenido en las mujeres. No solo por los efectos posteriores de la pandemia, como en el caso del empleo, que vemos en las cifras del paro que el femenino se ralentiza. Hay que ver cómo han afectado en los tres meses de confinamiento. Las mujeres han asumido una carga de trabajo que, psicológicamente, ha sido extenuante, teniendo hijos o estando al cuidado de mayores. Se ha visto, además, la necesidad de proteger a las mujeres que se dedican al cuidado de otros o al servicio porque muchas de ellas han quedado en situación de desamparo. Estaban cobrando en la economía sumergida y han sido despedidas con una mano delante y otra detrás. Y, por otro lado, tenemos a las mujeres que han tenido que convivir 24 horas con un maltratador sin poder pedir ayuda. No solo ellas, también sus hijos. Han estado en una situación de violencia continua. Tienes una vigilancia absoluta en todo. Hemos visto declaraciones en medios de verdaderas torturas. Mujeres a las que les controlaban la comida, las llamadas… Si ya de por sí el confinamiento ha sido duro para todo el mundo, imaginemos una situación en la que hay una persona que te está vigilando. Es una tortura.

La situación ha sido también muy complicada para las mujeres víctimas de la trata.

Sí, el confinamiento ha puesto en evidencia la situación extrema en la que viven. Un negocio puro y duro como es la prostitución ha ido buscando alternativas. En lugar de protegerlas para evitar que fueran contagiadas y mantenerlas en condiciones dignas, han hecho lo contrario. Han ido buscando alternativas para seguir explotándolas o aumentado la deuda con sus proxenetas. La asociación de víctimas de trata (APRAMP) lo ha estado denunciando desde que empezó el confinamiento. Cómo se cerraron los clubes de alterne pero buscaron alternativas, por ejemplo, en pisos particulares. Se les ha seguido cobrando la diaria que se les cobra a estas mujeres a pesar de que no podían ejercer. También habilitaron canales alternativos para buscar lo que ellos llaman clientes y que para mí son los puteros. Es decir, el proxeneta jamás ha pensando en la posición de peligro en la que estaban estas mujeres sino en cómo aumentar el negocio y cómo buscar alternativas porque para ellos es carne que tienen que vender y no querían perder esa parte del comercio.

Si dentro del hogar hay un marido o un padre que no asume su parte de responsabilidad, por mucha ley que hagamos, será muy difícil.

Ana Bernal Triviño

Con esto de la nueva normalidad se nos vende como algo muy positivo el teletrabajo. ¿Nos perjudicará como mujeres?

La verdad es que yo me dedico al teletrabajo en la UOC. A lo largo de la semana, hemos distribuido unos días presenciales y otros virtuales. Esa situación sí es llevadera. También lo es si hay una red de escuelas o asistencia para los niños. El problema es que, con el confinamiento, se ha concentrado todo en la vivienda. Habrá quien viva en un piso de 200 metros cuadrados, otros en uno de 80 y otros en uno compartido. Pero en lo que al teletrabajo se refiere, el Ministerio de Trabajo está preparando una nueva ley que busca medidas de conciliación. De todos modos, el teletrabajo termina evidenciando que, aunque lo regulemos, si dentro del hogar hay un marido o un padre que no asume su parte de responsabilidad, por mucha ley que hagamos, será muy difícil. Creamos leyes pero la vida real es muy diferente a la parte teórica.

Efectivamente. Al final, la cosa queda entre tú y tu pareja. 

Sí, la ley existirá y regulará la relación de la empresa con la trabajadora. Pero si, a la vez, no se hace un apoyo a la corresponsabilidad y el hombre en la casa no da un paso adelante y asume que también forma parte de su responsabilidad, podremos crear mucha ley pero su contenido no será práctico. 

Pero esto sucede en muchísimas cosas. Y tampoco se puede llegar al extremo de regular la relación con la pareja porque, además, la inmensa mayoría de las mujeres no echaría mano de esa regulación. 

Obviamente, en el caso del teletrabajo, ha de haber un marco normativo para evitar abusos del empresario. Hay que establecer unos cauces que no penalicen a la mujer que, además, tiene sus obligaciones familiares. Y más cuando cuida de algún mayor. De todos modos, la ley servirá para poner unas líneas rojas de horarios y evitar que no sea una dedicación exclusiva 24 horas a disposición del empresario. Luego queda la parte familiar, la de negociar con tu pareja y asumir la responsabilidad entre los dos. Es verdad que, aunque se hiciera una ley para eso, quedaría en el ámbito privado del hogar, como tantas y tantas otras circunstancias. Yo siempre he dicho que el verdadero feminismo está dentro de la casa. Podemos ir a una manifestación o crear las leyes necesarias, pero, de puertas para dentro, es donde verdaderamente se hace la revolución.

Se siguen dando titulares que justifican la violencia de género. Culpan a la mujer porque no ha denunciado o explican que la asesinó porque se puso falda corta.

Ana Bernal Triviño

Llevamos décadas hablando del papel de la educación con respecto a la igualdad. Hay hombres de 50 años que se han educado en democracia, que han visto los valores feministas en la escuela, en los medios… pero siguen siendo machistas.

Yo no diría tanto que, al haberse educado en democracia, tengan que ser feministas. Pensemos que la primera ley aprobada en España puramente feminista, la de violencia de género, es de 2004. Y entrando en algo muy particular, que es un violencia normalizada durante siglos. Yo voy a cumplir 40 años en septiembre y no recuerdo que en mi colegio me hablaran de contenidos feministas. Si aparecía algo era alguna autora que hacía poesía o una científica. Tampoco se hablaba de memoria histórica feminista. Dentro del sistema educativo, la mujer ha sido obviada como referente. Muchas veces se limita el feminismo a lo que es la mujer y su incorporación al ámbito laboral. Pero el feminismo estudia todas las formas de violencia contra la mujer. 

Yo algunos años más que usted y los valores de la igualdad los recibí en mi casa y en el colegio. He visto campañas de todo tipo, algunas muy controvertidas como la del “póntelo, pónselo”. Desde que llegó la democracia, en España ha gobernado más tiempo el PSOE que el PP. Y se ha trabajado muchísimo por la igualdad. Aun así, el machismo sigue ahí. Tiene que haber algo que va más allá de la educación y que hace que un hombre sea machista.

Yo eso no lo he visto en el colegio. En cuanto a los medios, tengo una opinión muy diferente. Basta ver cómo han tratado lo de Plácido Domingo o lo de Corinna Larsen. Hay que ver cómo se habla de la mujer y cómo de los hombres. Se siguen dando titulares que justifican la violencia de género. Culpan a la mujer porque no ha denunciado o explican que la asesinó porque se puso falda corta. Es verdad que se han producido cambios pero son muy leves. Hay un machismo integrado en la sociedad, en sus propias estructuras. Esto es un cadena en la que nos vamos educando unos a otros. Y, de hecho, el que existan instituciones patriarcales como la prostitución crea un imaginario en el hombre que se cree con derecho a acceder a la mujer como si fuera un objeto. Todo depende mucho de los contextos. Recuerdo en mi época universitaria a compañeras para las que, en su pueblo, era totalmente revolucionario que una chica dejara aquello para irse a estudiar. Le hablo de 1998. Incluso en mi caso, que soy de ciudad, mi hermana y yo somos en mi familia la primera generación de universitarias. Entonces, siempre hubo un dejar caer que podíamos ponernos a trabajar en otra cosa, a pesar de que trabajábamos y estudiábamos a la vez. Y eso nos ha pasado por ser mujeres. Hemos mejorado mucho, tenemos leyes, se hacen esfuerzos… pero se hacen porque las feministas no dejamos de denunciar. Es verdad que hemos crecido en democracia y, afortunadamente, muchas mujeres lucharon por el divorcio, para que pudiéramos viajar solas o para poder abrir una cuenta en el banco. Pero veníamos de una dictadura y cualquier apertura era importantísima. 

Cuando hablamos de feminismo, hablamos de nuestros derechos pero el fondo es una cuestión política y económica.

Ana Bernal Triviño

El Gobierno del PSOE y Unidas Podemos quiere volver a cambiar la ley del aborto para que no sea necesario el consentimiento de los padres o tutores en el caso de las menores. El aborto es un tema recurrente en la política de este país.

En este tema se ha ido legislando, intentando avanzar cada vez más para articular soluciones para las mujeres. Sin embargo, durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, se volvió a ver esa España que se altera ante una legislación que buscaba avanzar para no poner en riesgo la salud de muchas mujeres que buscaban otras alternativas. Aun así, se sigue hablando del aborto como si fuera una frivolidad. Yo tengo compañeras que han abortado y el proceso es durísimo. Las han intentado convencer para que den marcha atrás con argumentos muy dolorosos, enseñándoles el feto en una ecografía, complicando el proceso de forma psicológica. Al final, el tema sigue saliendo en campañas electorales y aún hay casos sin resolverse en los tribunales. 

Sin posicionarme ni a favor ni en contra, entiendo que quienes lo rechazan tienen también sus argumentos. Hay muchas mujeres que, en situaciones muy delicadas, deciden seguir adelante con el embarazo y se sienten legitimadas para intentar convencer a las que no lo quieren hacer. Es una lucha de posiciones ideológicas sobre la mujer y su cuerpo.

Es que, al final, cuando hablamos de feminismo, hablamos de nuestros derechos pero el fondo es una cuestión política y económica. Muchas veces no analizamos los contextos sociales de quienes deciden abortar. No sabemos de qué tipo de familia vienen, si pueden o no trabajar, si han vivido situaciones de violencia y, sobre todo, su situación económica. 

Está claro que la alternativa debe existir y que cada una decida.

Al final, ¿quién tiene la superioridad moral para decidir que tú no puedes abortar? La ley no obliga a nadie a abortar. Deja una puerta abierta para que la mujer quiera, pueda hacerlo con garantías y que el proceso sea lo menos traumático posible. Es una ley necesaria. Obviamente, las mujeres que se oponen a ella dependerán de cuestiones como sus propias creencias religiosas, su posición social o su situación económica.

En Andorra, las mujeres no pueden abortar. Tienen que salir de allí y es por un tema estrictamente religioso.

Ana Bernal Triviño

Una de las críticas a esta ley se debe a que las menores puedan abortar sin el consentimiento de sus padres. Usted sabe que un aborto voluntario es una experiencia durísima y que tiene consecuencias durante un tiempo. Quizás quienes argumentan esto tienen razón puesto que, en esa situación, lo más lógico es que la familia sea el mejor apoyo. Los amigos a esas edades vienen y van. Yo preferiría que mi hija me lo dijera porque soy consciente de que necesitará ayuda. No es una cuestión de autoridad.

Sobre esto se puede debatir mucho. Son realidades que hay que contemplar. Hay muchos países en los que, por ejemplo, se han aprobado leyes LGTBI y las mujeres no tienen acceso al aborto. Aquí al lado, en Andorra, las mujeres no pueden abortar. Tienen que salir de allí y es por un tema estrictamente religioso. Nos venden Andorra como algo moderno y, al final, no sabemos cuántas mujeres están allí en una situación de angustia. Por otro lado, tenemos que tener en cuenta que, en nuestra sociedad, las chicas están cada vez más hipersexualizadas y a edades más tempranas. Nosotros no podemos impedir que los adolescentes se enamoren y tengan relaciones. Pero estas chicas están buscando soluciones por internet cuando se quedan embarazadas, se ven entre la espada y la pared, no confiesan nada. Abortan buscando píldoras por internet, sin ningún consejo médico detrás, sin control y poniendo sus vidas en riesgo. Y todo ello por intentar superar el pánico de la respuesta del entorno familiar. Tiene que tener en cuenta la recriminación a estas chicas y hay que ver que muchas veces hay condones que se rompen, parejas que fuerzan, hombres que siguen convenciendo a las mujeres para tener relaciones sin anticonceptivos con el chantaje, menores en familias en las que la educación sexual brilla por su ausencia. Hay muchas circunstancias familiares y hay que tenerlas todas en cuenta. Insisto, esta ley no obliga a nadie. Se hace para que dar solución a un proceso, el del aborto, que no tiene nada de divertido, ni de espectacular y que es un dolor continuo. 

¿Qué nos espera como mujeres en la nueva normalidad?

Creo que vamos tarde con todo. Nos espera mucha carga de trabajo invisible, no remunerada, con un efecto psicológico sobre nosotras brutal. Vamos a tener que hacer más tareas que antes. También tendremos que protegernos más entre nosotras. En estos meses, han funcionado mucho los núcleos de redes vecinales. Y, sobre todo, redes vecinales feministas que han ayudado a otras mujeres a, sencillamente, comer. Si no impulsamos esa capacidad de autoayuda entre nosotras, lo vamos a tener complicado. Vienen tiempos muy duros. Acabamos de salir del confinamiento pero el drama de todo esto lo vamos a empezar a ver a partir de octubre y cruzando los dedos para que no haya otro encierro que pueda poner más en peligro a muchas mujeres. 

El problema de la violencia machista no es solo el maltratador. La sociedad ha normalizado que la violencia forma parte de la vida de la mujer.

Ana Bernal Triviño

Usted me habla de sororidad y yo le respondo que cómo reaccionar cuando, viviendo con un maltratador, las críticas más duras y la incomprensión vienen de las propias mujeres. 

No me extraña. Todas estamos educadas bajo el machismo. Usted no se imagina la cantidad de mujeres que a mí me han atacado, criticado o insultado en redes sociales y, meses después, me han venido a dar la razón. Han tenido que sufrirlo ellas para abrir los ojos, lamentablemente. Y ojalá no hubieran tenido que abrir los ojos a partir de una situación de violencia. Pero las he ayudado y las he dirigido hacia quienes podían ayudarlas más. Obviamente, el problema de la violencia machista no es solo el maltratador. La sociedad ha normalizado que la violencia forma parte de la vida de la mujer, que es lo que le ha tocado vivir.

Sí, pero yo le hablo de mujeres víctimas que en su entorno encuentran las mayores críticas en otras mujeres. Recriminaciones, preguntas sobre por qué no lo han dejado antes o por qué han aguantado. Quizás estamos errando el tiro y hacemos muchas campañas dirigidas al hombre y se deja a un lado a la propia mujer en ese papel de “hermana”. Al fin y al cabo, lo que le pasa a la víctima nos puede pasar a cualquiera de nosotras.

Sí, pero eso sucede porque, desde pequeñas, todas hemos sido educadas en esa visión. Tú aprendes a culpabilizar a la mujer. En los propios medios hemos crecido con esa visión de culpar a la maltratada, preguntando por qué ha denunciado tarde, por qué ha denunciado ahora. Está también el mito de la mala madre, que lava la cabeza al niño en contra del padre. Hay todo un universo creado que aprendemos sobre eso y, cuando sucede, nadie quiere reconocerlo. Si a las propias víctimas les cuesta reconocerse como tales, que es un paso fundamental para salir de la violencia, imagine el entorno. Los medios te dicen “la mujer no denunció” y yo pido que añadan que tampoco nadie del entorno. Las denuncias que provienen del entorno de la maltratada no llegan al 5%.

Cuando llegas a la medida punitiva que es meter al hombre en la cárcel, has llegado tarde porque la mujer está bajo tierra.

Ana Bernal Triviño

Además, dese cuenta de que ese maltratador tiene también su núcleo en el que hay mujeres. Serán muy pocas las que reconozcan que es un maltratador ese padre, hermano, primo o compañero de trabajo que consideran la persona más bondadosa del mundo. Por eso me irrita tanto cuando los propios maltratadores se defienden diciendo que adoran a sus madres. ¿Qué más da? Hay tíos que han asesinado a sus mujeres, están en la cárcel, tenían madre y la querían mogollón. Ni siquiera el Estado condena de forma tajante ni se toma en serio al 100% los asesinatos machistas. Es verdad que con la Ley de Violencia de Género ha bajado el número de asesinadas. Pero, ¿cuánto falta? Cuando llegas a la medida punitiva que es meter al hombre en la cárcel, has llegado tarde porque la mujer está bajo tierra. Hay que actuar antes, en la semilla. Cuesta mucho y hace falta una sociedad plenamente consciente del problema, que vaya a una. Te supera que una mujer no te apoye pero, a la vez, has de entender que ha sido criada en esa mentalidad. Esto, además, es un sálvese quien pueda y hay mujeres que, por su statu quo, por una cuestión profesional o por lo que sea, no se pueden posicionar a favor de la víctima porque perderán algo.

Pero es terriblemente doloroso para la víctima que su propio entorno de mujeres la cuestione de forma constante, tanto cuando está en la relación como cuando ha salido de ella. Se siente, además de víctima,estúpida por no haber podido actuar como debía. 

Todo esto ocurre porque nos han educado pensando que la violencia de género es algo privado, que es una relación tóxica. La realidad es que una media de 50 mujeres son asesinadas cada año por este motivo. Si usted contempla esa relación como un problema de la pareja, como algo de que están todo el día de pelea y que a usted nunca le pasará, es porque no existe esa base ni educativa, ni social, ni sistémica. Hasta que, a lo mejor, tiene mala suerte y le toca. En ese momento, abrirá los ojos. Pero hasta entonces será muy complicado porque piensa que nunca le pasará. Tampoco nos han explicado bien los procesos psicológicos que sufre una víctima de la violencia de género, desde el autoengaño, a la disonancia cognitiva, pasando por la dependencia emocional. Ni de dónde vienen esa ira y ese odio del agresor. Si tampoco entiendes que esa mujer no pide ayuda porque está anulada por la tortura psicológica que ese hombre le hace desde que se levanta hasta que se acuesta, al final ocurre que lo fácil es echar la responsabilidad en la mujer. Crecemos anulando al agresor y pensando que es la mujer la que lo ha provocado.

Llevamos desde 2004 con mensajes constantes contra el machismo y el maltrato y creo que en estos 16 años no han cambiado tanto las cosas. 

Cierto, no han cambiado. Por eso me irritan tanto esos medios que hacen campañas diciendo “contra la violencia de género, tolerancia cero” y te hacen un especial del 8M pero, un día más tarde, te conectan a una de sus tertulias poniendo verde a una mujer que ha sufrido violencia de género y tratando un asesinato como si fuera un suceso más cuando no lo es. Y no lo es porque hay detrás una estructura de desigualdad histórica que justifica ese asesinato. Si eso se mantiene, nadie entenderá la dimensión del problema. La ley actúa una vez que el delito se ha cometido pero también tenía contempladas medidas en educación, cultura y medios de comunicación que no se han llevado a cabo. Nadie se ha tomado aquí en serio el feminismo y tenemos una ley preciosa sobre el papel pero falta dinero para desarrollarla. Tenemos un Pacto de Estado contra la Violencia de Género que tampoco se ha aplicado al 100%. Y vamos a ver qué ocurre ahora porque hay que aprobar los Presupuestos Generales del Estado y, durante los dos últimos mandatos del PP, se redujeron considerablemente las partidas destinadas a esto. 

La línea roja debería empezar en la violencia psicológica, que es la que anula la voluntad y la capacidad de decisión en la víctima.

Ana Bernal Triviño

El asesinato es lo más grave pero es lo menos habitual. Sin embargo, a día de hoy es casi imposible demostrar ante un juez la violencia psicológica, que es la más habitual. Puedes tener grabaciones pero, si se te escucha gritarle como defensa, no tienes nada que hacer, cuando, en realidad, tus gritos son una reacción a su acción. 

El problema es que lo que vemos es el asesinato y es lo que sociedad ha aprendido como línea roja. La línea roja debería empezar en la violencia psicológica, que es la que anula la voluntad y la capacidad de decisión en la víctima. Una sencilla luz de gas te deja derrotada. Hay poquísimas sentencias que reconozcan la violencia psicológica. Tú intentas defenderte y se considera una ofensa, aunque te estás defendiendo de él. Dese cuenta de que hay hombres agresores que, para limpiar su conciencia, denuncian a la víctima. Por otro lado, tampoco se está dando solución a víctimas que han quedado en situación de discapacidad después de una paliza. Hay un estudio de la Fundación Once que dice que, por cada asesinada, hay 5 mujeres que quedan en situación de discapacidad. Y nadie se lleva las manos a la cabeza por eso. Habrá quien, incluso, diga que la víctima se lo merecía por ser como era. 

Estos días hemos sabido que tener el aire acondicionado alto puede ser considerado como micromachismo. Así, al menos, lo ha denunciado una edil de Unidas Podemos, Vanessa Romero, del Ayuntamiento de Alicante. ¿Comparte esta postura?

He preferido no opinar del tema. Paso de este tipo de polémicas. Soy una de esas afectadas del aire acondicionado porque voy congelada a todos los sitios (risas). He trabajado con hombres que llevaban manga y pantalón largos y yo tenía que acabar recubierta. Pero sí sacaría de conclusión cómo se cuestiona cualquier cosa que diga una mujer. Creo que falta mucha altura para afrontar el debate. Y también me gustaría ver a muchos hombres con tirantes y pantalón corto a determinadas temperaturas. 

¿Es más difícil hoy ligar para los hombres?

No. Yo siempre digo que quizás el problema lo tiene el que no sabe ligar. Esto es como cuando empiezas a hacer amigos. Puedes entrarle a una mujer del mismo modo. Hablar con ella como con un colega al que acabas de conocer. Intenta ganártela de esa manera. Entiendo que, cuando un hombre conoce a otro hombre, no empieza tocándole el culo. Si te han educado viendo siempre a la mujer como algo inferior a lo que puedes manosear… Recuerdo un reportaje de Jordi Évole en el que chicas de 16 y 17 años admitían que en la cama practicaban posturas porque ellos, influenciados por la pornografía, querían, aunque a ellas les doliera. El problema no está en nosotras sino en la manera en la que ellos han sido educados. Y en que en este Estado no ha habido educación sexual. Luego está el mito del amor romántico, que condiciona tantísimo. Hay todo un campo ahí para trabajar, sobre todo con los jóvenes.

Pero volvemos a los extremos. El “no es no” generó mucha controversia. Tanto hombres como mujeres lo criticaron porque sus parejas habían tenido que insistir para llegar a la relación afectiva. Si yo digo no, habrá hombres que prefieran no insistir para evitar problemas.

Bueno, pero es que después de ese no, habrá una conversación. ¡No seamos tan limitados en la interpretación de la ley! (risas) Habrá una charla en la que el hombre vea de forma clara si es que esa persona no le quiere ver ni en pintura o, sencillamente, porque no es el momento o porque no le apetece.

El problema lo tiene el que no sabe ligar. Esto es como cuando empiezas a hacer amigos. Puedes entrarle a una mujer del mismo modo.

Ana Bernal Triviño

He entrevistado esta semana a Násara iahdih Said, feminista saharaui. Vive en España pero sigue estando sometida al machismo de la sociedad de la que procede. ¿Cómo podemos ayudar a alguien como ella? Nosotras estamos en una situación privilegiada al lado de mujeres como Násara en nuestro propio país.

A mí me irrita bastante el discurso del privilegio porque creo en el feminismo de clase. Al final, una musulmana forrada en Puerto Banús tiene una situación mucho mejor que mi compañera blanca, que está en la cola del paro y con una mano delante y otra detrás. Pero en el caso de Násara, es cierto que su situación es dramática. Una se da cuenta de la suerte que ha tenido de no haber pasado por las cosas por las que ha pasado ella en su vida. Násara y otras mujeres de su entorno están silenciadas en los medios y hay un discurso de determinados comportamientos, como el tema del velo, con la pretensión de respeto cultural. Los medios han hecho cosas mal y la izquierda de este país, en este sentido, también ha hecho muchas cosas mal. Yo no padezco esa situación de opresión que ella ha vivido y nunca he llegado a definirme sobre ese tema pero sí que comparto sus publicaciones en redes sociales y me doy cuenta de que damos poca voz a su lucha. Tanto a las que están aquí en España como a las que están fuera y que viven situaciones muy duras. Luego vienen aquí y se encuentran con que esa cultura machista se intenta validar con un tinte cultural que realmente no tiene y que termina fomentando la opresión. Násara y otras como ella llevan tiempo intentando ser escuchadas y que los medios de comunicación se den cuenta de que lo que les pasa no tiene nada de cultural, sino que es machismo puro y duro. Es complicado pero quiero que ellas tengan voz. 

Para acabar, ¿qué le une y que le separa a usted de las feministas de la Transición como Lidia Falcón?

Yo respeto absolutamente a todas las referentes feministas que, durante la dictadura y la Transición, hicieron lo que hicieron. Igual que con la gente del colectivo LGTBI. Le hablo de Lidia Falcón, Amparo Rubiales… Al final, lo que sucede es que se ataca a las feministas de la Transición desconociendo absolutamente lo que hicieron por nosotras. La gran falta de este país es la memoria histórica en general y, de forma inmensa, la feminista. Al desconocerla, no podemos dar perspectiva ni reconocer los logros de estas mujeres. Es una asignatura pendiente entre las propias feministas. Pero, en mi caso e, incluso, estando en desacuerdo con algunas palabras de algunas referentes, jamás voy a atacar a mis madres feministas teóricas, ni a exponerlas, ni a vilipendiarlas. Ellas han sido las que han construido y que yo esté aquí hablando con esta libertad se debe al trabajo que hicieron.  

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