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Ecos independentistas: Del agnosticismo de Carod-Rovira a los puentes rotos de Rufián

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados Foto: Europa Press

La ERC de Carod-Rovira fue el primer partido abiertamente independentista que llegó al Parlamento de Cataluña. Antes, en CiU y en la ERC de Heribert Barrera el independentismo no era inexistente, pero se manifestaba sólo, y de vez en cuando, en actitudes, opiniones o sentimientos. La política realmente independentista empezó con Carod-Rovira como jefe de gobierno el 2003, con Pasqual Maragall de presidente.

Ahora, con la autoridad moral que nadie puede discutirle en ese aspecto, se declara agnóstico en materia de política independentista, en un artículo publicado en Nació Digital. Y proclama su «incapacidad para comprender los rodeos gubernamentales y los audaces movimientos tácticos de los partidos» que dicen aspirar a la independencia del Principado de Cataluña.

Todo esto viene a cuento de la falta de unidad entre ellos, que Carod denuncia con profusión de metáforas bélicas: «En una guerra o, si se quiere decir así, en una confrontación, suele ser de utilidad saber a favor de qué luchas y contra qué, es decir, tener bien identificado el adversario y también las fuerzas aliadas. La cosa va así: se dispara contra el adversario y se ganan posiciones, codo con codo, avanzando con los aliados. O sea, no al revés, quiero decir que no se dispara contra los aliados ni se figura al lado del enemigo.»

Su diagnóstico es fácil de compartir: «Como no hay táctica, ni estrategia, ni hoja de ruta, ni carta de navegación, ni nada que se le parezca, esto da la impresión de una improvisación permanente.» El paso siguiente sería, en buen lógica, olvidarse del independentismo; pero Carod sigue ahí —aunque oficialmente se dio de baja de ERC en 2011— y le duele la situación.

Le duele que no haya una estrategia compartida y que los independentistas compitan entre ellos: «Se trata, por lo que veo, no de aprovechar los problemas actuales del Estado en beneficio nuestro, sino en contra nuestra, compitiendo a ver quién es más valiente y más independentista no para conseguir la independencia, sino con fines electorales.»

Carod no da nombres y, aparentemente, reparte las culpas entre todos los independentistas, pero de sus palabras se desprende un notable distanciamiento de la dirección actual de ERC.

Pero no sólo en ERC, también en JxCat y en la CUP, deberían reflexionar sobre lo que dice alguien que estuvo en el gobierno de la Generalitat durante varios años y presidió ERC durante muchos más: «No nos podemos permitir más inmadurez, más inconsciencia, más irresponsabilidad, más juegos de niños, porque, por este camino, no llegaremos a ninguna parte.»

Aunque, hablando de inmadurez, a uno le viene a la mente enseguida episodios como la excursión que protagonizó Carod al otro lado de la frontera para hablar con algún representante de ETA o su fotografía en Israel luciendo una corona de espinas. La irresponsabilidad empezó pronto, ya en los gobiernos tripartitos junto con socialistas y comunistas, y no ha hecho más que agudizarse.

La descalificación de los líderes actuales es implícita pero contudente: «Me niego a creer que las formaciones independentistas no cuenten, entre sus filas, con personas con la capacidad de dirección, la visión política y el sentido de estado que necesitamos en estos momentos. Y, puestos a pedir, un poco mal nacidos, con ese punto de mala leche que hasta ahora no hemos exhibido todavía.»

No podemos más que concluir que, en su opinión, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y sus secuaces no cuentan con capacidad de dirección, visión política ni sentido de estado; pero nos quedamos intrigados por cómo podría manifestarse ese «punto de mala leche» que, quién sabe por qué, «no hemos exhibido todavía».

Rufián se hubiera quedado

Gabriel Rufián, en una entrevista veraniega en el País —Estoy curtido—, aporta su grano de arena a favor de la conciliación de posiciones: «Es antidemocrático que se persiga a la gente por un referéndum. Y no ha servido de nada: quienes han estado en la cárcel no han dejado de pensar como pensaban y los que les votaban no han dejado de votarles. Dicho eso, yo me hubiera quedado.»

Si ha habido algo parecido a una estrategia compartida entre las fuerzas independentistas, culminó en la declaración de independencia de 27 octubre de 2017. A partir de ese momento, ni siquiera hubo acuerdo en cuanto a irse o quedarse, entre el exilio y la cárcel. Rufián se hubiera quedado. Bien, pero ni el juicio a los que se quedaron ha servido para «poner al Estado contra las cuerdas», ni la actividad de los que se fugaron ha servido para «internacionalizar el proceso».

A la pregunta de si «ve reeditable un tripartito con el PSC en Cataluña», responde: «Hay mucha tierra quemada entre ERC y el PSC. Los puentes están rotos.» No es exactamente un no. Los puentes pueden rehacerse.

Por el momento, una condición previa sería liberar a los presos, puesto que, según Rufián, «no te puedes considerar un Gobierno progresista y tener a gente en la cárcel por sus ideas». Pero los presos no están en la cárcel por sus ideas —que más o menos coinciden con las de Rufián— sino por sus actos. Y por otra parte los gobiernos considerados progresistas han estado siempre muy dispuestos a encarcelar a sus oponentes, tanto o más que los conservadores.

Sobre la posibilidad de renovar la coalición actual entre ERC y JxCat no habido ninguna pregunta.

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