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Estertores amarillos en la Diada 2020

A pesar de todo, españoles y catalanes son los europeos más parecidos.

Cualquier observador medianamente objetivo sabe que la marea estrellada que inundó Cataluña a partir de 2009 alcanzó su cénit en octubre de 2017, y hasta la mayoría de los catalanes que creyeron de buena fe a sus líderes, cuando les aseguraban que todo estaba ‘a punt’ para alcanzar la independencia y entrar en el reino de jauja, contemplan hoy estupefactos los estragos producidos por el atracón de estrellas y sus posteriores secuelas digestivas. Más allá de las banderas deshilachadas y los descoloridos lazos amarillos visibles todavía en tantos rincones de Cataluña, los sufridos contribuyentes empiezan a caer en la cuenta de que no es Madrid quién les roba, sino que cada vez son más los catalanes que viven a cuerpo de rey vendiendo una imaginaria república, mientras ellos las pasan canutas para sostener una Administración sobredimensionada y muy cara, un parásito alojado cómodamente en una economía que lleva muchos años en manos de gestores incompetentes (y con frecuencia corruptos), que ha perdido gas en las últimas décadas y ahora está siendo golpeada duramente por el Covid-19.

El discurso institucional pronunciado por Torra el pasado 10 de septiembre con motivo de la fiesta nacional de Cataluña refleja al mismo tiempo el fracaso del movimiento nacional-secesionista en su intento de alcanzar su única prioridad y objetivo, la independencia, y el compromiso firme de todos los partidos que sostienen el gobierno de la Generalitat de seguir empleando todos los recursos materiales de la institución no para promover el bienestar de los 7,7 millones de catalanes, sino para mantener la confrontación entre catalanes dentro de la sociedad catalana, y la confrontación entre las instituciones de autogobierno de Cataluña y las restantes instituciones del Estado español. Nuevas dosis de victimismo adobadas con exigencias imposibles y envueltas en ensoñaciones irrealizables.

De Diada en Diada

En el discurso institucional de la Diada de 2015, Mas con la vista puesta en la masiva manifestación convocada al día siguiente en la Diagonal de Barcelona con el lema «Vía Libre 11S-27S. Ganemos la República», no ocultaba el carácter plebiscitario las elecciones ya convocadas para el 26 de septiembre ni su deseo de encabezar la coalición electoral ‘Junts pel sí’ parar reafirmar «la voluntad inequívoca de ser un solo pueblo». Las cosas no salieron tal y como anticipaba el líder de CDC y ante la reiterada negativa de la CUP a investirlo presidente, Mas tuvo que ceder en el último instante los tratos a Puigdemont, entonces alcalde de Gerona. En la primera de sus Diadas, Puigdemont, resaltó la importancia de la cita «no solamente para reafirmar la voluntad de ser como pueblo sino para encarar un curso político en el que habrá que tomar decisiones que garanticen que Cataluña pueda escoger en libertad su camino«. El lema de la manifestación convocada por la ANC y Òmnium era ‘A punto’. En su segundo y último discurso en la Diada de 2017, Puigdemont el Breve precisó la hoja de ruta hacia la independencia y resaltó la importancia del «referéndum que nos ha de permitir decidir libremente nuestro futuro» el próximo 1 de octubre, un referéndum legal según las leyes aprobadas en el Parlament de Cataluña” los días 6 y 8 de septiembre. Aprovechó también la ocasión para recordar a Rajoy que «sólo el Parlamento de Cataluña puede inhabilitar el gobierno que yo presido«. El lema de la manifestación ese año fue «la Diada del sí».

«Torra fue la persona elegida por Puigdemont, destituido junto con su gobierno al completo tras proclamar la república catalana en el Parlament, para ocupar la presidencia del gobierno de la Generalitat»

Torra fue la persona elegida por Puigdemont, destituido junto con su gobierno al completo tras proclamar la república catalana en el Parlament, para ocupar la presidencia del gobierno de la Generalitat tras las elecciones autonómicas celebradas el 21 de diciembre de 2017. En su primera Diada, Torra se limitó a recordar el espíritu de resistencia en 1714 y a recordar que «como hace 300 años estamos en una nueva encrucijada histórica para nuestro país. Nos corresponde decidir si delante de las injusticias, las amenazas, el miedo, la violencia, los presos y el exilio nos conformamos o resistimos y avanzamos». Frente a la tímida posición de resistencia expresada por Torra, el lema de la manifestación de 2018 apuntaba a un objetivo mucho más ambicioso: «Hagamos la República catalana».

En 2019, Torra volvió a recordar de nuevo a quienes se enfrentaron a las tropas del rey Felipe V hace 300 años, no para celebrar una derrota, dijo, sino para reivindicar con su ejemplo la voluntad del pueblo de Cataluña de «ejercer el derecho a la autodeterminación». A los independentistas les recordó que «si todavía no somos libres es porque todavía no hemos acabado el camino», y más de uno debió preguntarse escamado: maestro, ¿acabaremos el camino o acabaremos en Waterloo? Porque el lema de la manifestación de 2019 «Objetivo independencia» en lugar de ‘Endavan república’ parecía retrotraernos a aquellos tiempos en que el independentismo aún no tenía hoja de ruta, y como cabía esperar la respuesta del ‘pueblo’ fue en esta ocasión bastante menor que en convocatorias anteriores.

¿Dónde está la república?

La Diada de 2020, pese a algunos conatos violentos protagonizados por los residuos de los autodenominados comités de defensa de la república (CDR), ha sido un remedo descafeinado de las movilizaciones masivas patrocinadas y financiadas por la Generalitat (Gobierno, Parlamento, Diputaciones y Ayuntamientos) y las tres asociaciones civiles independentistas: ANC, Òmnium y AMI otros años. La caída no puede achacarse al Covid-19 ni al hartazgo de la gente con el tacticismo de JxC y ERC, como afirmó la locuaz presidenta de la ANC en Barcelona, sino al incumplimiento continuo de las promesas hechas por Mas, Puigdemont, Torra y Forcadell.

«La mayoría de los catalanes saben que pese a los aspavientos de Paluzui las próximas elecciones no serán constituyentes de la república catalana sino otras elecciones autonómicas más.»

Muchos catalanes empiezan a darse cuenta de que ni había vía libre (Diada 2015), ni todo estaba a punto (Diada 2016), ni las leyes aprobadas en el Parlament el 6 y 8 de septiembre de 2018 legitimaban la consulta del 1-O, ni el Parlament de Cataluña era la única institución que podía inhabilitar a Puigdemont el Breve (Diada 2017). Incluso algunos independentistas empiezan a barruntarse que ni ERC ni los dispersos restos del naufragio de CDC, ni la ANC ni Òmnium, están «haciendo república» (Diada 2018), ni vislumbran por ningún lado el objetivo independencia (Diada 2019), ni están seguros de que volverán a proclamar la república «si se logra más de un 50% en las próximas elecciones», como pidió Paluzui en la Diada 2020. Hay razones para ser escéptico: la han proclamado ya en varias ocasiones y en la que parecía ir más en serio Puigdemont salió huyendo a toda prisa por la frontera. La mayoría de los catalanes saben que pese a los aspavientos de Paluzui las próximas elecciones no serán constituyentes de la república catalana sino otras elecciones autonómicas más.

La última Diada de Torra

Quiero detenerme a examinar la última declaración institucional de Torra en la Diada de 2020, no tanto porque arroje novedades o algo de luz sobre cómo piensa afrontar el gobierno catalán los graves problemas que amenazan el bienestar de los catalanes en 2020, cuanto porque nos revela cuáles son las principales preocupaciones de quien en estos momentos pilota el gobierno de Cataluña: manipular la historia para alimentar ensoñaciones y promover su sectaria ideología. Este año en lugar de rememorar la heroica defensa de Barcelona en 1714, como hiciera el año pasado, Torra prefirió retrotraernos a 1940 para ensalzar la figura del presidente Companys.

No contento con denunciar al Estado nacido en la Guerra Civil que ejecutó a Companys, Torra aprovechó que el Llobregat desemboca en el Barcelonés para exigir «al gobierno español un acto solemne en que el Jefe del Estado y el jefe de Gobierno, públicamente, pidan disculpas por la persecución, detención y fusilamiento del presidente Companys y de todos los miles de catalanes muertos en el exilio, en los campos nazis de concentración o en las prisiones catalanas». Una situación, al parecer de Torra, similar a la vivida «durante los casi tres años transcurridos desde el referéndum del primero de octubre ante la represión que ha descargado el estado español contra demócratas pacíficos» que, como la Guerra Civil, ha producido también «presos políticos y exiliados, que padecen todavía hoy una persecución política propia de un estado autoritario y vengativo». En su sesgada visión la relación entre Cataluña y España, Torra sólo ve dos opciones: catalanes ansiosos de libertad y democracia -el poble- enfrentados a un Estado autoritario y vengativo.

Pocos españoles decentes nos sentimos orgullosos de las iniquidades y las matanzas perpetradas por los diversos bandos enfrentados en aquellos años trágicos, no muy distintas, todo hay que decirlo, de tantas otras perpetradas por Estados europeos, supuestamente más civilizados, desde al menos la I Guerra Mundial. En todo caso, llama la atención que 80 años después del fusilamiento de Companys, su sucesor exija disculpas públicas por aquellos hechos al actual Estado español, como si alguna responsabilidad tuvieran las instituciones nacidas de la Constitución de 1978 por lo entonces acontecido, pero el gobierno de la Generalitat que preside guarde en cambio una suerte de cómplice silencio acerca de los cientos de catalanes que fueron juzgados por tribunales populares mientras Companys, abogado de profesión para más inri, presidía el gobierno de la Generalidad, y sobre la infinidad de condenas de muerte que rubricó con el líder de ERC.

«Quiero yo también exigirle al presidente del gobierno de la Generalitat que organice un acto solemne y pida perdón a todos los catalanes que sufrieron detenciones, torturas y fueron asesinados durante la presidencia de Companys»

Por no hablar de las innumerables detenciones arbitrarias y aberrantes torturas a que fueron sometidos miles de catalanes de toda condición, civiles, eclesiásticos y miembros de órdenes religiosas, en las cárceles del pueblo en toda Cataluña durante la infausta presidencia de Companys. ¿No le extraña, Sr. Torra, que los principales testigos de cargo en el Consejo de Guerra que condenó a Companys fueran catalanes por los cuatro costados? Supongo que para usted todos ellos, pese a sus apellidos, eran traidores, ‘botiflers’, españolistas. En fin, ya que se pone usted tan exigente, quiero yo también exigirle al presidente del gobierno de la Generalitat que organice un acto solemne y pida perdón a todos los catalanes que sufrieron detenciones, torturas y fueron asesinados durante la presidencia de Companys. En su mano está hacerlo ahora, a menos que para usted y para la institución que usted representa, la Generalitat de Cataluña, los abusos y despropósitos judiciales perpetrados entre 1936 y 1939 nada les importe reparar el honor y el daño infligido a miles de catalanes víctimas del régimen de Companys.

Estertores amarillos

No insista tampoco, Sr. Torra, en exigir a Sánchez que ponga fecha a la celebración de un referéndum de independencia en Cataluña, porque ni siquiera el oportunista que llegó aupado a La Moncloa con sus votos se atreverá a dar ese salto mortal. De todos los políticos en activo, sólo Iglesias se ha comprometido a hacer un referéndum en Cataluña, aunque no hay ninguna certeza de que cumpliría su palabra si estuviera en su mano hacerlo, y todos sabemos, además, que nunca lo estará. Desconozco, en suma, la razón de la insistencia de Torra porque, si fuera congruente con lo que piensa sobre España y sus gobernantes, hace tiempo que habría llegado a la conclusión de que un Estado autoritario y vengativo no dará ese paso nunca. Quiero, además, recordarle que ya le dio usted a Sánchez un ultimátum que acababa en noviembre de 2018: pasó la fecha y usted no hizo nada. En fin, como no le veo en el papel de hombre de acción capaz de echarse al monte si Sánchez continúa sin fijar fecha, la única explicación que encuentro a su insistencia es recordar a los suyos que, pese al talante pacífico y dialogante del ‘pueblo’ de Cataluña, España se niega a negociar una salida acordada al ‘conflicto’, no sé si albergando quizá la esperanza de que algunos corajudos se animen a seguir el camino de sus admirados hermanos Badía.

Los otros catalanes, la mayoría de la sociedad catalana, nos preguntamos si el trabajo que ha desarrollado usted como presidente merecía los 153.235,50€ que percibe del Estado represor -la retribución más elevada de todos los presidentes en España, Sánchez incluido-, los 122.588,4€ que percibirá cuando deje el cargo -durante un período igual a la mitad de su mandato o al menos una legislatura-, y los 91.941,4€ que cobrará en concepto de pensión vitalicia a partir de los 65 años. Catalanes, en fin, que nos preguntamos por qué la economía catalana está perdiendo fuelle, y si esa pérdida de terreno guarda relación con la gestión realizada por presidentes que, como usted, contemplan el mundo del siglo XXI a través del prisma de la rendición de 1714, no para comprender mejor lo ocurrido entonces, sino para tergiversar la historia y alimentar sus ensoñaciones historicistas. (Recomiendo sobre esta cuestión la lectura del ensayo «El mito de 1714», de Henri Kamen, incluido en su «España y Cataluña. Historia de una pasión», y a modo de antídoto de amplio espectro «La miseria del historicismo» de Karl Popper.)

Aludía también usted al final de su última homilía a la necesidad de esforzarse para ganar «la democracia en tiempos de autoritarismo; la República Catalana del compromiso cívico en lugar de monarquía corruptas…». Al escuchar sus palabras en las suaves planicies del Penedés, distorsionadas tal vez por los ecos del macizo de Montserrat, no he podido sino acordarme del prócer que presidió el gobierno de la Generalitat desde 1980 hasta 2003, y que junto con su bien organizada ‘famiglia’, constituyen el ejemplo más completo de compromiso cívico y republicano que ha producido el régimen nacional-secesionista en Cataluña. Con ocasión de la presentación del libro «La cuestión catalana, hoy» en el Circle d’Economia, recuerdo bien que mientras nos dirigíamos hacia el comedor al finalizar el acto, Pujol inició la conversación con estas palabras: «así que usted es el Clemente Polo». Me sentaron a su lado, el almuerzo discurrió con total cordialidad, y confieso que, obligado a elegir entre un golfo autoritario y un meapilas trasnochado, me quedo con el golfo. Vamos a peor en Cataluña, aunque quizá también en España.

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