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Finaliza su mandato el activista presidente

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en el pleno monográfico sobre la pandemia y sus consecuencias económicas y sociales del Parlament Foto: Europa Press

España deja la Generalitat de Cataluña sin presidente, titula Vilaweb, como si no hubiera los mecanismos necesarios para sustituir a un presidente en caso de incapacidad, defunción o inhabilitación. Cuando entre en vigor la inhabilitación de año y medio a que Quim Torra ha sido condenado, la Generalitat seguirá teniendo presidente: lo será el vicepresidente Pere Aragonès. Y lo será durante el tiempo que haga falta para que el Parlamento elija, o no, un nuevo presidente; si es que no, habrá nuevas elecciones.

Pero, antes de contar todo esto, Vilaweb tenía que empezar diciendo que «la represión española no tiene freno y vuelve a descabezar la Generalitat casi tres años después del 1-O». Y añadiendo, para contextualizar el caso, que «Quim Torra es el primer presidente de la Generalitat inhabilitado en el ejercicio del cargo y el tercero —de manera consecutiva— que es represaliado por la justicia española. El primero fue Àrtur Mas, que fue inhabilitado por la consulta del 9-N [de 2014], y después Carles Puigdemont, que está exiliado en Bélgica a raíz del 1-O y la declaración unilateral de independencia del 27-O [de 2017].

Juicios de valor aparte, tanto Mas como Puigdemont protagonizaron episodios históricos que no tienen parangón con el juego de la pancarta de Torra. Pero, a pesar de esa evidencia, no dejaremos de vivir unos cuantos días inmersos en otro ejercicio de sobreactuación y victimismo.

El activista presidente

Jordi Amat, en la Vanguardia, presenta un resumen de la vida del presidente activista, o tal vez sería más apropiado hablar de un activista que llegó a presidente por accidente. Lo define como un «profesional del Proceso», que ha ido escalando «posiciones dentro del establishment independentista»: «Este optimista voluntarioso se convirtió en un influencer respetado entre un independentismo en estado de guerra civil latente. Lo que quedaba fuera de este magma apenas le ha importado, si no era para reprobarlo.»

Amat cita una frase ambigua del dietario de Carles Puigdemont, comparándose con él de esta manera: «Yo tenía experiencia en la política, había sido alcalde de Gerona, y esto te da mucha seguridad. Él no tiene ningún bagaje en este terreno.» Cabe preguntarse si esta inexperiencia era valorada como una virtud por quien lo designó sucesor. ¿Percibía en sus escasas dotes para hacer política una garantía de fidelidad y de que se mantendría en un papel secundario? Más todavía: ¿Fue elegido para dinamitar la autonomía desde dentro?

Torra publica un libro en 2016 cuyo título resume el desbordado optimismo del momento en ciertos círculos independentistas: Els últims 100 metres: El full de ruta per guanyar la República Catalana —«Ho tenim a tocar» fue un lema muy repetido entonces—-. «La tesis esencial del libro era que llegaría un momento en el que los enfrentamientos con el Estado serían continuados y entonces la ciudadanía concienciada se instalaría en una serie de escenarios gandhianos que permitirían conseguir la independencia.»

Los enfrentamientos con el Estado han sido continuos pero cada vez más inocuos, llegando hasta el punto de sacrificar un mandato presidencial para poder decir, como ha hecho el mismo Oriol Junqueras en un tweet, que «la represión contra el independentismo no tiene freno»; no ha mencionado lo bien que le va que la presidencia Torra haya terminado con tan poca gloria para poder presentar a ERC como la alternativa sensata dentro del independentismo.

Más efectista y movilizador ha sido el tweet de Carles Puigdemont: «Un Estado corrompido desde la Corona hasta la judicatura sigue decidiendo en nombre de los catalanes. Una vez más, el Estado español interfiere en nuestras instituciones democráticas. De destitución en destitución hasta la república final.» Se han hecho tantos chistes sobre la expresión «hasta la victoria (o la derrota) final» que casi parece que en Waterloo se lo toman a guasa.

Concentraciones ante los ayuntamientos

La Assemblea Nacional Catalana ha preguntado este fin de semana a sus militantes cuál es la respuesta que hay que dar a la inhabilitación del presidente, y éste es el resultado de la encuesta:

El 94,59% no está de acuerdo en que las instituciones autonómicas acaten la inhabilitación, frente a un sorprendente 5,41% que sí está de acuerdo en acatarla.
Sin embargo, no se pronuncian sobre cómo las instituciones podrían no acatarla. ¿Fingiendo que Torra sigue presidiendo el gobierno? Es el mismo espíritu que llevó a la proclamación de independencia: proclamemos y a ver qué pasa.

En cuanto a qué movilizaciones están dispuestos a implicarse, ha vencido por el 40,58% la opción: «Concentraciones en las plazas de los ayuntamientos o ante instituciones del Estado.» Esto es lo que habrá, y es de esperar que se respeten las distancias, como sucedió el 11 de setiembre.

Sólo el 26,00% quiere concentrarse «frente al Parlamento». Otro 26,84% hubiera optado por «marchas lentas de vehículos en las fronteras con el Estado español» —fronteras a día de hoy imaginarias pero con inconvenientes muy reales para todo el mundo—. Y un flemático 6,58% ha respondido que ninguna.

No se detecta gran interés en poner toda la carne en el asador. Aunque, sin duda, esta noche los saboteadores habituales no dejarán de aprovechar la ocasión para exhibir su indignación por el cese de un presidente que todo el mundo da por amortizado, incluso él mismo.

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