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Quim Torra: la autonomía es un obstáculo

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante una reunión telemática Foto: Europa Press

Quim Torra, viendo cada vez más cerca la inhabilitación y por lo tanto el final de su presidencia, se despide del distinguido público con una entrevista en Vilaweb en la que afirma haber llegado a la conclusión de que uno de los obstáculos para conseguir la independencia es la autonomía. No es extraño pues que haya contribuido como nadie al desprestigio de las instituciones autonómicas.

Da la sensación de haber vivido todo este tiempo —no llegará ni a dos años y medio— haciendo todo lo posible por no convertirse en un presidente más y viviendo atenazado por el miedo a asumir la nueva normalidad subsiguiente al fracaso de la intentona secesionista. Ha sido como un interino que no quiere conservar la plaza ni siquiera gracias al paso del tiempo. Eso sí, nadie le acusará de haber aprovechado la ocasión para hacer carrera política.

Como si quisiera llevar la contraria a los que creen que todo empezó con el pujolismo de los años 80, recalca que hemos entrado en una nueva era que no tiene nada que ver con la de antes: «Todo el mundo podía ser catalanista. Pero el independentismo no es una evolución del catalanismo. El independentismo es ruptura. El independentismo persigue una finalidad que es la república catalana y por tanto no le sirven los métodos del catalanismo. Debe seguir otra estrategia, que es diferente. Todo lo que era habitual cuando en el país había una mayoría catalanista no sirve ahora que hay una mayoría independentista. Es diferente. Hay una sociedad que te pide que actúes diferentemente.»

Para él no hay ya otra sociedad que la de sus partidarios, que son los únicos a quienes debe explicaciones. No existe pues en Cataluña, como le parecería a cualquier forastero, una sociedad bastante compleja donde diferentes sectores asumen proyectos en competencia. Y que Cataluña es mayoritariamente independentista es un dogma que para Torra no se puede poner en duda, aunque los resultados electorales durante años hayan dibujado una sociedad más o menos partida por la mitad.

Torra acaba su mandato menospreciando la administración autonómica a su cargo: «Tenemos un parlamento que no puede aprobar las resoluciones que toma, tenemos 2.850 represaliados y es posible que nos encontremos con un presidente inhabilitado por haber defendido la libertad de expresión.» Lo que no dice es que cada vez más en este Parlamento hay diputados que confunden la exposición de sus deseos con el ejercicio de sus competencias.

En cuanto a los 2.850, habría qué ver caso por caso de qué se les acusa y, si resultaren condenados, estaría bien que el presidente Torra argumentara por qué considera justificado su delito; nos podemos encontrar con la paradoja que la misma administración que pone una multa por ir a 82 km/h cuando hay que ir a 80, luego disculpase el haber cortado la circulación quemando neumáticos.

Sobre la vulnerada libertad de expresión presidencial, ya se ha dicho sobradamente que se le condenará por haber desobedecido a la Junta Electoral, no por lo que decía la pancarta, que no era otra cosa que lo que Torra ha estado diciendo por cualquier medio, día sí día también.

Su acumulación de agravios tiene un fin evidente: el golpe que hay que volver a hacer, a ver si la próxima vez sale mejor. «El país debe ser consciente de que esto no puede continuar así (…) Esto requiere un corte en seco, requiere la ruptura democrática y la defensa de la independencia. Este es el mensaje más importante que quisiera enviar. Hemos llegado a un punto en el que realmente nos jugamos si la autonomía nos acaba consumiendo o si realmente todos juntos hacemos lo que hay que hacer.»

No se ha atrevido a decir que la administración autonómica —«con interventores, con Mossos, con cualquier colectivo que nos podamos imaginar»— está llena de traidores, pero se sobreentiende. Lo que se debe hacer, hay que hacerlo «sabiendo que tendrás muchos obstáculos del funcionariado de esta autonomía. Esto lo tienes que aceptar. En un momento de desobediencia, debes aceptar que la represión puede venir de los ámbitos de la misma autonomía.»

En cuanto a sus socios de gobierno, ERC, sin mencionarlos, los acusa de desinterés por la independencia: «Para poder hacer este salto colectivo necesitas una voluntad colectiva mayoritaria en el Parlamento, y quizá esta voluntad no ha existido. Y por lo tanto en esto las futuras elecciones catalanas tienen una importancia capital.»

Conseguida esa mayoría parlamentaria «decidida, consciente del momento histórico», hace falta algo más a cargo de ese sujeto revolucionario que llama repetidamente «la gente», «la gente que quiere cambiar las cosas»: «Debemos recuperar el espíritu ganador del Primero de Octubre, que es plantear el desafío de la ruptura con el estado y la desobediencia colectivamente. Las desobediencias personales e individuales no son la solución. A la independencia llegamos con un salto colectivo o no llegamos.»

Como buen representante de los partidarios del cuanto peor, mejor, Torra ha dejado bien claro que la autonomía le importa un pimiento y que hay que ir a por todas. A ver qué dice la gente, no la suya, toda la gente.

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