Muy de acuerdo con Ander Errasti y Joan Guàrdia cuando dicen, en «¿Rodear la Universidad? (La Vanguardia, 29 de septiembre), que «la universidad es un espacio de conocimiento» y que la universidad hace política, directamente algunos y algunas de sus miembros y la institución dentro del mismo ámbito universitario. Y que la universidad no tiene que hacer política partidista, pues uno de sus principales activos es la pluralidad.
La universidad contribuye al fin de la formación de los ciudadanos, pero no es la representación política de los ciudadanos. En consecuencia, los miembros de la comunidad universitaria deben tener toda la libertad para investigar y enseñar y la institución universitaria (las autoridades y órganos académicos) no deben tomar partido en las cuestiones que se hallan libremente en disputa, so pena de sacrificar la misma libertad de los universitarios.
La universidad contribuye al fin de la formación de los ciudadanos, pero no es la representación política de los ciudadanos
Francisco Cañal
Por ello en total desacuerdo con lo que llaman «una neutralidad inexistente para seguir ignorando la realidad que la rodea». Como espacio de conocimiento la universidad busca y divulga las verdades científicas. No cabe un pronunciamiento sobre opciones de partido porque no son objeto de conocimiento científico: no es una opción científica votar a Biden o a Trump.
Además sobre muchas cuestiones científicas se manifiestan los académicos, pero la universidad como institución no debe pronunciarse. Porque la labor de afirmar una verdad es muy ardua, a base de verificar y falsar continuamente las hipótesis planteadas. Discuten los científicos sobre si el añadido de un sufijo a un sustantivo da lugar a una palabra compuesta o derivada; sobre si la presencia digital significativa es suficiente para constituir un establecimiento permanente o no; sobre si determinadas partículas subatómicas son cuerpos u ondas… Si las autoridades universitarias se pronunciasen sobre estos —u otros miles de temas en estudio— estarían constriñendo la libertad de los investigadores que acoge y que podrían haber llegado a una conclusión diferente. Por eso es ya antigua la reivindicación de una escuela neutra, y de una universidad neutra.
El académico tendrá que defender con argumentos sus opiniones y conductas, de las que él solo es responsable, sin parapetarse tras la universidad
Francisco Cañal
Pero es insólita la pretensión de «evitar que la institución se quede al margen ante situaciones que afectan gravemente a los derechos de los miembros de su comunidad», como si estos no tuvieran los medios legales para reclamarlos. Se comprende una declaración de solidaridad en casos gravísimos; por ejemplo, si un universitario sufre un atentado terrorista. Pero si un profesor o alumno es propietario de un piso y el inquilino no le paga la renta, la universidad como un todo no tendrá que acompañarle a reclamarla. O si un profesor o alumno no pagan el alquiler o la hipoteca, no habría de manifestarse la universidad en bloque para impedir su desahucio. Lo contrario tiene un nombre: corporativismo. Entendido como gregarismo creo que ha sido socialmente superado hace tiempo. Entendido como doctrina política lo hemos conocido en Europa y en España suficientemente: no nos la resuciten.
El académico tendrá que defender con argumentos sus opiniones y conductas, de las que él solo es responsable, sin parapetarse tras la universidad. A quienes llevamos ya un tiempo en ella la universidad nos ofrece adecuado refugio: un trabajo estable y un sueldo para vivir. La política que han de hacer las autoridades académicas ha de ser para defender a quienes ella misma maltrata: jóvenes investigadores precarizados y mal pagados.
