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China: ¿ángel o demonio?

Una enfermera descansa después de atender a pacientes con Coronavirus

China es la economía que más ha crecido en el mundo durante las tres últimas décadas (1990-2019), alcanzando una tasa media de crecimiento del PIB cercana al 10%, un hito ni siquiera alcanzado por la economía nipona entre 1950 y 1980, aquellos años en que el milagro japonés se estudiaba en todas las escuelas de negocios y departamentos de economía. Bajo la atenta mirada del formidable aparato coactivo del Partido Comunista de China (PCCh), el capitalismo internacional ha aprovechado las ventajas que le brindaba una abundante y disciplinada fuerza laboral, los bajos salarios y un tipo de cambio mantenido a niveles muy bajos la convertido a la República Popular China (RPC) en la meca de la inversión internacional y en la fábrica del mundo.

En estas tres décadas, el país ha puesto en pie una economía tecnológicamente avanzada, eliminado la pobreza, impulsado la educación e investigación, creado ciudades gigantescas pobladas de rascacielos y obtenido enormes superávits comerciales. Todo ello le ha permitido al Estado acumular fabulosas sumas de activos frente al resto del mundo y extender sus tentáculos reales y financieros por todo el planeta. China lleva camino de convertirse en la mayor economía del planeta, si no lo es ya, y por tamaño y proyección internacional está llamada a ser el país más influyente en el mundo. El propósito de este artículo no es, sin embargo, explicar el formidable éxito económico de China durante las últimas tres décadas, sino examinar cómo el gobierno del gigante asiático abordó y controló la crisis producida por la irrupción del coronavirus (Covid-19) y comparar sus políticas con las seguidas en otros países europeos o americanos.

En la prefectura de Wuhan, provincia de Hubei, fue donde se detectaron los primeros casos de Covid-19 que dieron lugar a la pandemia mundial sufrida a lo largo de 2020. A 21 de octubre, China, con una población de 1,441 millones, ha saldado el episodio con 85.715 infectados, 4.634 fallecidos y 80.834 recuperados, en tanto que el resto del mundo, con 6.379 millones de habitantes, se han producido hasta la fecha 41.462.423 casos, han muerto 1.135.701 personas y se han recuperado 30.904.290. De ser estas cifras un fiel reflejo de la realidad, la conclusión sería evidente: China con 3,22 fallecidos por millón de habitantes (MH) lo ha hecho infinitamente mejor que el resto del mundo con 178 muertos por MH. Una opinión bastante extendida en los países occidentales da por sentado que las cifras oficiales de China son muy inferiores a las reales, tanto en los momentos álgidos del brote en Wuhan en enero y febrero de 2020 como incluso en la actualidad. Además, se ha difundido también la teoría conspirativa de que el virus ‘salió’ de un laboratorio chino con el propósito deliberado de dañar las economías de los países más desarrollados y consolidar la hegemonía económica de China en el mundo.

«Todo ello le ha permitido al Estado acumular fabulosas sumas de activos frente al resto del mundo y extender sus tentáculos reales y financieros por todo el planeta»

Habida cuenta de que las libertades de expresión, reunión y asociación brillan por su ausencia en el gigante asiático, y que el PCCh, único partido legal con cerca de 92 millones de miembros, ejerce la censura previa sobre los medios de comunicación y reprime con mano de hierro cualquier brote de discrepancia, la desconfianza en las cifras oficiales está más que justificada, si bien es justo reconocer que no sería el único gobierno que ha maquillado las cifras de fallecidos. Para no irnos muy lejos, ahí está el caso del gobierno Sánchez para demostrarlo: oficialmente tenemos 33.775 muertos por Covid-19, pero el exceso de muertos respecto a 2019 ronda los 57.817 hasta el 10 de octubre.

En este artículo contrasto las cifras oficiales de casos y fallecidos en China a la luz de algunas estimaciones basadas en modelos y otros cálculos de fallecidos que apuntan a cifras muy superiores a las oficiales. Sin embargo, incluso si las multiplicamos las cifras oficiales por 10 no cambiaría la conclusión principal: el gobierno chino controló la epidemia con más rapidez que la mayoría de los países occidentales, incluidos Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España, y ha salido de la crisis y recuperado la normalidad social y la actividad económica mucho antes de lo que lo harán estos países. Para disipar dudas sobre cómo se vivió la epidemia y se llegó a controlarla, me ha parecido instructivo incluir el testimonio personal de un profesor estadounidense en la Universidad de Sichuan durante la primavera pasada. En cuanto a la teoría conspirativa, toda la información disponible indica que no hay base alguna para avalar que el gobierno chino provocó deliberadamente la epidemia para afianzar su hegemonía mundial.

¿Desinformación del gobierno de China?

Las primeras informaciones de casos de Covid-19 aparecieron el 31 de diciembre de 2019, aunque se sospecha que otros fallecimientos por neumonías atípicas en los meses de noviembre o incluso octubre pudieron producirse por esta causa. La desinformación constituye una parte integral del aparato de propaganda del gobierno chino, y quizá por ello la revista Foreign Policy el 19 de febrero recomendaba cautela ante las informaciones oficiales que se congratulaban de una reducción de casos por Covid-19 en China durante 10 días consecutivos y se aprestaban a celebrar la victoria.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las autoridades de Wuhan reconocieron estar tratando decenas de casos de neumonía atípica el 31 de diciembre y el 7 de enero se identificó el nuevo virus. El 11 de enero la prensa estatal china reconoció la primera víctima del virus y las autoridades informaron de que la enfermedad se había originado por exposición en un mercado de animales vivos. El 12 de enero compartieron la secuencia genética del virus y el 22 de enero se contabilizó un total acumulado de 22 fallecidos por Covid-19 en Wuhan. El 23 de enero el gobierno chino decretó el cierre de Wuhan y otras 15 ciudades en la provincia de Hubei, cortando todas las comunicaciones de sus 57 millones de habitantes con el resto de China.

No hay, por tanto, ninguna duda de que a mediados de enero se había identificado el nuevo virus y eran conocidos tanto su elevado índice de transmisión como su potencial letalidad. Ningún gobierno puede, por tanto, achacar a la falta de transparencia de las autoridades chinas no haber adoptado medidas preventivas durante la segunda quincena de enero, el mes de febrero y la primera semana de marzo. Naturalmente que hubiera sido deseable que el gobierno chino hubiera informado con más transparencia y celeridad al resto del mundo, pero ese retraso no excusa a la mayoría de los gobiernos cuyos ciudadanos seguimos padeciendo la pandemia, porque dispusieron de la información con tiempo suficiente para prepararse: 52 días pasaron desde que la OMS publicó su primera circular el 21 de enero hasta que Sánchez decretó el estado de alarma el 14 de marzo. Nada hizo el gobierno español entretanto.

Casos y fallecidos en China

Las cifras oficiales de casos y fallecidos en China son a primera vista muy buenas, aunque hay fundadas razones para pensar que el gobierno chino y las autoridades provinciales infravaloraron deliberadamente el número de casos y víctimas durante el período de incubación para no dañar su imagen ante sus propios ciudadanos, ante el aparato del PCCh y ante el resto del mundo. Las cifras oficiales de casos totales y fallecidos que aparecen en la página de worldometers.info el 22 de octubre, 85.747 y 4.634, respectivamente, aunque algo más bajas no difieren en lo esencial de las que figuran en la página de la Universidad de John Hopkins, 91.077 y 4.739, respectivamente. Son cifras, en todo caso, muy inferiores a las registradas en Bélgica, 270.132 casos y 10.588 fallecidos, un país comparativamente minúsculo.

Los Gráficos 1 y 2 muestran la evolución de casos y fallecidos desde el 22 de enero hasta el 21 de octubre. Como puede observarse en el Gráfico 1, tras el intenso crecimiento de casos a finales de enero y la primera quincena de marzo, se puede decir que la curva quedó ‘doblegada’ en los primeros días de marzo y desde entonces muestra una suave tendencia ascendente. La diferencia de casos desde el 4 de marzo, 80.409, hasta el 23 de octubre, 85.747 es de tan solo 5.338 en 6 meses y medio, o aproximadamente 23 nuevos casos diarios en media.

Gráfico 1. Casos Covid-19 en China entre el 22 de enero y el 21 de octubre
Gráfico 2. Fallecidos en China entre el 22 de enero y el 21 de octubre

El Gráfico 2, por su parte, muestra que la cifra de fallecidos se estabilizó a mediados de abril, tras una revisión el 16 de abril que aumentó la cifra de muertos en 1.290, y que desde entonces sólo se han producido 2 fallecimientos hasta el 22 de octubre. Dejando al margen la tardía revisión al alza de la cifra de muertos el 16 de abril, resulta harto sorprendente y sospechoso que habiéndose registrado 3.362 nuevos casos desde entonces tan sólo hayan fallecido 2 personas.

Hay diversos estudios que apuntan a que en Wuhan (Hubei) se produjo una infravaloración del número de casos contabilizados por las autoridades y de fallecidos. El estudio de Oju-Shi Lin, Tao-Hu Ju y Xiao-Hua Zhou de la Universidad de Pekín concluye que si bien el número de casos oficialmente contabilizados en Wuhan fue muy inferior al de casos estimados con un modelo estadístico en las primeras tres semanas de la epidemia, las discrepancias se fueron atenuando durante el mes de febrero y la primera quincena de marzo, de modo que a partir del 17 de marzo la infravaloración de casos se sitúa en torno a 2,5%. Este estudio no cuestiona tanto las cifras de casos acumuladas como la diligencia de las autoridades locales en contabilizarlas durante la fase inicial de la epidemia.

Cuadro 1. Casos contabilizados y casos estimados y tasa de contabilizados sobre estimados
Fuente: Oju-Shi Lin, Tao-Hu Ju y Xiao-Hua Zhou, “Estimating the daily trend in the size of Covid-19 infected population in Wuhan”, Infect Dis Poverty 9, 69 (2020). https://doi.org/10.1186/s40249-020-00693-4

Otro estudio realizado por Mai He, Li Li, L.P Dehner y L. Dunn, publicado en la revista medRxiv a finales de mayo, estima cifras de casos y defunciones muy superiores a las oficialmente reconocidas en Wuhan. Para estimar el número de casos, los autores emplean modelos de crecimiento exponencial bajo varios supuestos y sitúan el número de casos entre 305.000 y 1.200.000, un rango que por su excesiva amplitud arroja serias dudas sobre la confianza que podemos depositar en sus resultados. Por otra parte, el estudio estima en 36.000 el número de fallecidos hasta el 23 de marzo, asumiendo que los crematorios estuvieron trabajando a plena capacidad durante 24 horas, una cifra que multiplica por 10 la de 2.524 muertos reconocidos oficialmente (antes de la revisión del 16 de abril). Pero incluso aceptando que las autoridades chinas infravaloraron groseramente la cifra de fallecidos y damos por buena la cifra de 36.000 muertos, tenemos que concluir que a pesar del hándicap que supuso ser el primer país en afrontar el virus, la cifra estimada de fallecidos en Wuhan, con una población de 57 millones de habitantes, resiste la comparación con las cifras oficiales de España (34.366), Francia (34.048), Italia (36.682) o Reino Unido (44.158), casi con toda seguridad inferiores a las reales.

Un americano en Chengdu

En un artículo titulado ‘How China controlled the coronovirus’, publicado en la revista The New Yorker el 10 de agosto, el profesor estadounidense Peter Hessler ha relatado con gran detalle su epopeya personal en el Departamento de Periodismo de la Universidad de Sichuan en la ciudad de Chengdu durante la pasada primavera. Su testimonio proporciona una descripción realista de la situación vivida en China durante la crisis del Covid-19 la pasada primavera. Algunos profesores extranjeros abandonaron China, huyendo del entonces epicentro de la epidemia, pero Hessler y su familia decidieron permanecer allí. Aunque Chengdu está a 1.140 Km de Wuhan, el semestre de primavera que había comenzado el 17 de febrero quedó interrumpido y Hessler acudió a su despacho por última vez el 20 de febrero para retirar material que necesitaba para sus clases. Pese a la distancia del epicentro, el confinamiento fue severo y sus hijos no volvieron al colegio público hasta el 4 de mayo en la undécima semana, y Hessler volvió a pisar su despacho el 27 de mayo. A pesar de la precariedad de medios, 180 millones de escolares y 30 millones de estudiantes universitarios recibieron clases online en improvisadas plataformas.

«Su testimonio proporciona una descripción realista de la situación vivida en China durante la crisis del Covid-19 la pasada primavera.»

Cuando la Universidad se reabrió a finales de mayo, todas las entradas de acceso estaban dotadas con escáner que reconocía e identificaba facialmente a trabajadores, alumnos y profesores sin necesidad de retirarse la mascarilla y comprobaba su identidad y temperatura corporal. Las personas con una temperatura anormal eran conducidas a unos stands donde las enfermeras comprobaban la temperatura y decidían si era necesario enviarlos a la clínica para realizarles una prueba de Covid-19. Los alumnos que regresaban al campus no podían abandonar el recinto y para minimizar los contactos personales tres robots distribuían la correspondencia y los paquetes destinados a los alumnos residentes. En su despacho, Hessler encontró sobre su mesa un paquete con mascarillas, guantes y toallitas impregnadas en alcohol: “todo estaba en perfecto orden. Alguien o algo había estado regando mis plantas”.

Este relato pone de manifiesto que confinar y desconfinar requiere algo más que redactar dos decretos, uno para limitar la interacción social y laboral, y otro para decir que ya podemos volver a las andadas e irnos de vacaciones. Exige, como acabamos de ver, aplicar las nuevas tecnologías para aprovechar los efectos benéficos del confinamiento y para mantener controles estrictos una vez levantado, a fin de evitar la aparición de nuevos focos y poder retomar con seguridad una vida casi normal. Las ventajas de hacer bien las cosas es que el tiempo de confinamiento y las pérdidas económicas se reducen a 12-14 semanas, como ocurrió en China, y se puede volver a disfrutar de una casi completa normalidad, mientras que cuando nada se hace durante el confinamiento y el desconfinamiento se hace a la brava, sin haber siquiera reducido el número de nuevos casos por debajo de un umbral manejable como sucedió en España, el resultado está cantado: a las pocas semanas desaparecen los efectos benéficos del confinamiento, las cifras de casos vuelven a dispararse mientras disfrutamos de unas merecidas vacaciones, y a la vuelta a casa hay que adoptar nuevas medidas restrictivas de más que dudosa eficacia.

Ni rastro de la conspiración china

El presidente Trump fue uno de los primeros en culpar a China y a la OMS de encubrir la pandemia deliberadamente para dañar al resto del mundo. Es una vieja estratagema culpar al vecino de los efectos ocasionados por la prepotencia e imprevisión propias. En realidad, fue el propio Trump el que restó importancia a la epidemia, un ejemplo que siguieron la mayoría de los gobernantes de Occidente, convencidos de que la epidemia no sobrepasaría las fronteras de los países desarrollados. Los responsables del Ministerio de Sanidad en España, por ejemplo, nos aseguraron que aquí sólo se producirían unos pocos casos y podíamos seguir con nuestra vida cotidiana, y ocho meses después hemos superado 1,1 millón de casos y más de 57.000 fallecidos, aunque el número de infectados según ha reconocido el propio presidente podría rondar los 3 millones.

Trump fue incluso más lejos y a principios de mayo responsabilizó directamente al Instituto de Virología de Wuhan de causar la pandemia, pese a que el director de la Oficina Nacional de Inteligencia de Estados Unidos había declarado que “las Comunidades de Inteligencia concurren con el consenso científico en que el virus Covid-19 no se ha producido por el hombre o por manipulación genética” en un laboratorio. Pese al carácter autoritario y falta de transparencia del PCCh, lo cierto es que no hay ninguna evidencia científica de que las autoridades chinas produjeran el virus y provocaran deliberadamente la pandemia. El 15 de septiembre, el Consejo Americano de Ciencia y Salud tuvo que salir al paso para desmentir los resultados de un artículo cuyos autores sostenían que podía sospecharse que el virus hubiera sido creado en un laboratorio y recordaba que existía sólida evidencia en favor de que el virus no era un producto de laboratorio ni había sido manipulado genéticamente. Su conclusión era contundente: “no hay razones suficientes para creer que fuerzas malignas están en juego. Una afirmación extraordinaria requiere evidencia extraordinaria y la teoría del ‘virus fabricado por el hombre’ no supera la prueba”.

«Los responsables del Ministerio de Sanidad en España, por ejemplo, nos aseguraron que aquí sólo se producirían unos pocos casos«

Y en cuanto al encubrimiento de la epidemia, una cosa es reconocer que existió falta de transparencia e infravaloración de casos y víctimas por parte de las autoridades chinas durante el período de incubación y las primeras semanas de la epidemia en Wuhan, y otra muy distinta decir que su comportamiento impidió a los gobiernos del resto del mundo conocer la alta contagiosidad y elevada letalidad del virus y adoptar medidas para combatirlo. Como hemos documentado en este artículo ambos hechos eran de conocimiento público desde al menos mediados de enero, y todos los gobiernos occidentales dispusieron de bastantes semanas para advertir a sus ciudadanos del peligro y para reforzar los sistemas de atención médica antes de que irrumpiera. Lo que sí parece ser cierto es que China podría ser el primer país en disponer de una vacuna.

Volviendo a España. Resulta evidente que de seguir adelante sin controlar de manera efectiva la epidemia, al enorme coste en pérdida de vidas y al deterioro sostenido de la economía de las familias habrá que sumar la desaparición de miles de empresas que se encuentran ya en una situación delicada, tras casi ocho meses de actividad muy reducida, y el deterioro de la solvencia de las entidades financieras. Y no consuela aducir que nuestra experiencia es similar a las de Francia o el Reino Unido, porque mal de muchos es consuelo de tontos. Sres. Sánchez, Macron y Johnson: hay otra forma de afrontar esta crisis y ustedes no han sabido o querido hacerlo. La irrupción del Covid-19 nos ha permitido comprobar su escasa estatura como estadistas ante una grave crisis y su manifiesta incompetencia está hundiendo las economías europeas en una nueva y severa recesión cuyas consecuencias se dejarán notar durante una década. Si dimitieran prestarían un gran servicio a los ciudadanos europeos y a la Humanidad en su conjunto.

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