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‘Cuties’: una película brillante sobre la inocencia de las niñas

Imagen del nuevo cartel promocional de la película 'Cuties'/ Europa Press

La infantilización de la sociedad está erosionando nuestra capacidad colectiva para apreciar una buena película. Ese es el caso de Cuties (o Mingonnes, según su título original) dirigida por Maïmouna Doucouré e inspirada en su propia infancia. Hace unos meses, Netflix estrenaba a nivel mundial la película en su plataforma y con ello llegaba la polémica. Pese a que Cuties obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Cine de Sundance este año, el largometraje saltó a la opinión pública no por los elogios de la crítica sino entre acusaciones de ser una ‘apología de la pedofilia’ y una muestra de ‘pornografía infantil’. 

Cuties cuenta la historia de Amy (Fathia Youssouf), una niña de 11 años y de origen senegalés, que vive en los suburbios de París. Su familia acaba de mudarse a una casa mucho más grande y esperan la vuelta del padre de Senegal. Sin embargo, hay un detalle que Amy desconoce en un principio y es que su padre prevé regresar pronto, pero con una nueva esposa. Así pues, en esa casa tendrán que convivir todos juntos y revueltos: la abnegada madre de Amy, sus dos hermanos pequeños, su padre, su nueva mujer y por supuesto, ella. Sin embargo, este no es el relato de un drama familiar sino el viaje de una niña desde su inocencia hasta su despertar sexual.  

Amy es una preadolescente entre dos mundos, los cuales asumen un modelo de feminidad totalmente opuestos. En casa, la joven vive presionada por las creencias y prácticas de la religión musulmana. Tiene que complacer a su familia, alejarse del pecado y cubrir su cuerpo. Es decir, debe asumir los tradicionales valores de sumisión y obediencia femenina si quiere ser aceptada, respetada y amada por su familia y comunidad. Sin embargo, Amy descubre nuevas formas de ser y divertirse; y con ello, de ser aceptada. En su nuevo barrio conoce a un grupo de chicas que se hacen llamar ‘The Cuties’ y que buscan competir en un concurso de baile local. 

Bastaban 280 palabras en Twitter para demonizar el film y desmerecer el excelente trabajo de su directora

Como cualquier niña de su edad, Amy y sus amigas tienen curiosidad sobre la sexualidad (spoiler). Sin educación sexual (y por tanto, sin brújula) actúan de forma impulsiva y a veces, sumamente imprudente. Algunos de sus comportamientos pueden ser entendidos como travesuras, pero otros son bastante violentos (como cuando quieren grabar el pene de un chico en el baño del colegio, sin importar la intimidad de este) o cuando una de ellas infla un condón que se encuentra en el suelo mientras las demás horrorizadas se alejan de ella gritando “¡SIDA!”. Luego, todas juntas y olvidándose por un momento de la competencia intrasexual, le enjabonan la boca para ‘curarla’. Es una escena que retrata uno de los mensajes más importantes de la película: pese a jugar a ser adultas, las niñas siguen siendo tiernamente inocentes. 

Tampoco son ajenas a la cultura y las modas. Por ello, no es de extrañar que en Cuties ni bailen flamenco ni swing sino twerking. Es incómodo ver cómo las jóvenes mueven rítmicamente la pelvis y hacen temblar su culo. Sin embargo, estas escenas no buscan normalizar la hipersexualización de las niñas sino denunciar cómo determinadas imágenes y vídeos, de muy fácil acceso a través de internet, influyen en la percepción que tienen estas sobre su cuerpo y sexualidad. 

Aunque el mensaje de la película rechaza la hipersexualización de las menores, las imágenes promocionales de las protagonistas en posturas de twerking y la sinopsis de Netflix, provocaron un aluvión de críticas. Quizá esta sea la única cuestión que pueda suscitar cierto debate. El póster que había elegido Netflix mostraba a cuatro niñas con top y pantalones cortos en posturas típicas de twerking. Por su parte, la sinopsis recogía ‘Amy tiene once y quiere pertenecer a un grupo de chicas de su edad que bailan sensualmente’. Tanto la imagen como la sinopsis podrían distorsionar el verdadero mensaje de la película y reafirmar aquello que pretendía denunciar. 

La libertad de un niño depende de que los adultos seamos responsables en su cuidado y educación, pero también de cómo les acompañamos en su desarrollo

En EE.UU, varios miembros del Congreso pidieron que el film fuera retirado, alegando que la producción violaba las leyes contra la creación y distribución de pornografía infantil. Tulsi Gabbard, congresista por Hawai, afirmó en Twitter que la película despertaba el apetito de los pedófilos y promovía el tráfico sexual de niños. En septiembre, conservadores, progresistas y activistas feministas utilizaban Twitter para llamar al boicot. ¡Hasta las Towanda Rebels y Hazte Oírarrimaron la antorcha! 

Si bien la elección del cartel era ciertamente perturbadora, ¿acaso es suficiente para censurar una película? ¿Y para acusarla de ‘apología de la pedofilia’? ¿Deben mostrar las películas los hechos como un panfleto moral o realmente como son? Parecía que el alboroto era propio de quienes no habían visto o comprendido la película. Bastaban 280 palabras en Twitter para demonizar el film y desmerecer el excelente trabajo de su directora y de las jóvenes intérpretes. Además, cabría preguntarse si esos harapos que tanto indignaban a una parte del público no son propiamente habituales en los bailes de fin de curso o incluso en las tiendas de ropa preadolescente.

La visión estética de Doucouré es inquietante, delicada y provocadora. Se atreve a documentar una historia honesta sobre la preadolescencia: los niños tienden a imitar aquello que ven en redes sociales, videos musicales o en los perfiles de Instagram o Tik Tok de sus ídolos. Tienen once años y quieren molar. No es una apología de la explotación sexual infantil. Cuties muestra como la cultura pop, cada vez más pornográfica, se ceba con los más jóvenes, obligándoles, en cierto sentido, a crecer demasiado rápido y sin una visión crítica de los contenidos que consumen. 

¿Somos capaces de promover la discusión abierta sobre aquello que ven nuestros hijos?

Amy desafía el orden patriarcal que impera en su hogar aprendiendo a bailar twerking. Sin embargo, también descubre que la hipersexualización no es la clave del éxito ni lo que le hace feliz. En la actuación final, Amy rompe a llorar y busca desesperadamente a su madre. La tía la llama ‘zorra’, pero la madre acaba por entender la rebeldía de su hija

La libertad de un niño depende de que los adultos seamos responsables en su cuidado y educación, pero también de cómo les acompañamos en su desarrollo. En ese sentido, cabe preguntarse si la incomodidad de la película también reside en el mensaje que lanza hacia quienes cuidamos de ellos: ¿qué responsabilidad tenemos los adultos ante la divulgación y el fácil acceso que tienen los menores a determinados contenidos? ¿Somos capaces de promover la discusión abierta sobre aquello que ven nuestros hijos? ¿El miedo a hacer educación sexual impide que los jóvenes puedan tomar mejores decisiones sobre sus cuerpos también en entornos digitales? 

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