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Cruz de navajas por la sororidad

La ministra de Igualdad, Irene Montero, Foto: Europa Press

De vez en cuando surgen debates incendiarios sobre la sororidad. Es decir, sobre esa supuesta hermandad que debería reinar entre las mujeres para hacer frente a los abusos del machismo. Dentro del movimiento feminista es muy popular la idea de que la sororidad tiene que definir y marcar las relaciones entre mujeres, que debe ser una condición indispensable para ser una buena feminista y por ende, derrocar al patriarcado. Es esa una idea ingenua. Los seres humanos son seres complejos y con una matriz moral diversa, la cual no depende de aquello que tengamos entre las piernas. Sin embargo, entiendo que la sororidad sea asimismo una idea romántica y poderosa para quienes con entusiasmo la profesan.

La creencia en la sororidad, al igual que los diez mandamientos para las religiones abrahámicas, funciona como una base moral. Es entendida por sus creyentes como un valor sagrado, inviolable y ciertamente, utilitarista. La única norma que define a la sororidad es la siguiente: debes apoyar a una mujer por el simple hecho de serlo. Por buena que sea la intención, es insostenible ir por la vida con esta sensibilidad. Puedes fingirlo, pero a la larga es un mecanismo ineficaz para proteger a las mujeres y para protegerse a una misma.

Como he expresado muchas veces, no creo en la sororidad y sí en la competencia intrasexual. Son muchas las mujeres que han buscado destrozarme, incluso algunas de ellas aludiendo a un feminismo autoritario y excluyente. Pero también son muchas las mujeres que conozco que han pasado por episodios parecidos. Quizá por ello, pese a ser una impía en esto de sororidad, comprendo la decepción que mostraba Teresa Rodríguez en su trifulca tuitera con Irene Montero.

Todo empezó con las declaraciones de la ministra de Igualdad en Radio Nacional a propósito de la expulsión de Rodríguez del grupo parlamentario, cuando ésta estaba en plena baja por maternidad: «Vosotros sabéis, porque yo he tenido dos embarazos muy seguidos y siempre asumiendo responsabilidad política, que la política no para mientras estamos de permiso». Sin entrar en los motivos, existan o no, para la expulsión del grupo parlamentario, las palabras de la titular de Igualdad eran toda una provocación.

«Lo suyo parecía ser una cuestión de fortaleza personal y competencia profesional.»

En primer lugar, se presentaba a sí misma como una superwoman. Ella, como Patry Jordan, podía con todo. Más allá de superar dos embarazos muy seguidos, ambos prematuros y uno gemelar, había sido capaz de sostener lo público y lo privado. Esto es, la lucha por el poder y la crianza. Lo había hecho sin histerismo y aceptando el statu quo. Una vez más se ponía de ejemplo bajo la pretensión de ser admirada. Lo suyo parecía ser una cuestión de fortaleza personal y competencia profesional. Sin embargo, en esta ocasión, la alusión era también una forma de compararse y afear a Rodríguez.

Curiosamente, lo que la ministra omitía en su discurso era que durante su baja por maternidad el líder de su partido era también su pareja y padre de sus hijos. Por tanto, era muy poco probable que Iglesias aprovechara su ausencia para denostar su papel como portavoz parlamentaria de Unidas Podemos. Pero, ¿qué importa este detalle? Así es Montero, experta en dar lecciones de moral desde el más absoluto privilegio.

En segundo lugar, justificaba la expulsión de Rodríguez en pleno permiso de maternidad. Sin entrar en los motivos que fundamenten o no las acusaciones de transfuguismo, lo deleznable era que la titular de Igualdad hiciera un uso partidista e interesado de un derecho fundamental para las mujeres trabajadoras. Además, sus palabras contradecían una de sus principales proclamas desde que es la principal representante del Ministerio de Igualdad: «Los cuidados deben estar en el centro de cualquier acción pública».

Rodríguez no dudó en reaccionar vía Twitter a las declaraciones de Montero: «Con este argumento un empresario le puede decir a una trabajadora ‘la fábrica no para por tu permiso de maternidad. A la calle.’ Hace daño esto y no solo a mí». Puede que Teresa ahondara con este comentario en el victimismo, pero no le faltaba razón al señalar la hipocresía de la ministra. La representante del Ministerio de Igualdad, que tanto presume de hacer políticas feministas, sugería que el ritmo de la política era incompatible con un derecho fundamental para las mujeres. «Pensaba que la sororidad era una línea roja, un consenso incuestionable entre las que nos llamamos feministas, una solidaridad de género que va más allá de nuestras posiciones políticas pero no», continuaba Rodríguez.

«Puede que Teresa ahondara con este comentario en el victimismo, pero no le faltaba razón al señalar la hipocresía de la ministra

En lugar de apostar por la prudencia y recular en sus declaraciones, Montero aireó el enfrentamiento en Twitter: «Teresa, no te han despedido. Sigues siendo diputada y cobras todo tu salario de política aunque te hayas ido del partido que te llevó a las instituciones. Que te compares con una trabajadora precaria despedida es bochornoso. Nuestro adversario es el machismo: combatámoslo juntas.» Para un militante de izquierdas, la jugada tuvo que doler. Semejante espectáculo venía a eclipsar hasta la aciaga gestión de Díaz Ayuso.

Es muy poco elegante que una ministra use el feminismo para airear los trapos sucios de su partido. Si bien estábamos acostumbrados a que utilizara la lucha feminista para sacar rédito partidista, lo que es inconcebible como representante institucional es que trate de anular públicamente a una mujer que estaba haciendo uso de sus derechos. Rodríguez nunca hizo referencia a su salario sino a la maniobra del partido, el cual había aprovechado que se encontraba de baja por maternidad para expulsarla, siendo entonces imposible que tomara la voz y se defendiera en el lugar que le corresponde: el espacio político. Precisamente lo que sí concuerda con un compromiso feminista es señalar los comportamientos machistas sostenidos a través del abuso de poder. Ahí está el auténtico ejercicio de sororidad: advertir a las demás que la igualdad no es un eslogan en boca de una ministra.

Las batallitas protagonizadas por Montero no serían tan preocupantes si su comportamiento no tuviera un impacto directo en lo que significa como representante del Ministerio de Igualdad y si sus políticas públicas fueran competentes y exitosas. La cartera no la dignifica. Como ya demostró a propósito de los vídeos propagandísticos sobre su cumpleaños en la sede ministerial y sus incursiones exploratorias en el Instituto de la Mujer, vuelve a mezclar su figura con la de la institución. Esta mujer decía que iba a cambiar la vida de la gente y resulta que, como bien apuntó Rodríguez, solo ha cambiado de barrio e ideales.

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1 COMENTARIO

  1. Irene es la peor persona jamás conocida. Ignorante, garrula, chula, ha usado siempre la cama y a los hombres para trepar. La conocí en la PAH. Una sinvergüenza

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