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Carles Puigdemont, director de campaña

Carles Puigdemont en un momento de su discurso por la Diada 2020.

Carles Puigdemont es miembro del Parlamento europeo hasta el 2024. No debería sorprender que no se presente a las próximas elecciones autonómicas, al menos en un puesto que tenga garantizado el escaño. Pero en este mundo orwelliano del independentismo hay que decirlo de esta manera en un tweet: «He decidido participar en las elecciones, para liderar y acabar el trabajo.»

Sí, «estaré en la candidatura de JxCat», pero no para volver al Parlamento de Cataluña. Ya está hablando de encontrar a alguien que pueda ocupar la presidencia de la Generalitat. A su debido tiempo dirá de quién se trata. Con un poco de suerte, será el que encabece la lista por Barcelona; tener que recurrir al nº 11, como sucedió en el caso de Quim Torra, fue algo extraño.

«El expresident rehúye así el discurso de la restitución en el cargo y evita el debate del retorno imposible», expone Isabel García Pagán en la VanguardiaEl candidato más efectivo—. Y lo más importante, como eurodiputado, «tiene ahora libertad de movimientos en los países de la UE, cada vez pasa más tiempo en la Catalunya Nord y, aunque el suplicatorio del Tribunal Supremo se conceda y la justicia belga inicie nuevamente los trámites de la solicitud de extradición, continuaría teniendo el salvoconducto europeo».

El cebo electoral

La cuestión es que Puigdemont «será el cebo electoral de Junts. El cebo electoral, no el candidato a la presidencia», como dice Joan Serra Carné en Nació DigitalEleccions i poder, tot això i res més—, pero es que sin ese cebo no hay manera de que el improvisado partido JxCat pesque nada. Aunque ya nadie sueña con que Puigdemont vuelva como Napoleón volvió de Elba, despertando entusiasmo y adhesiones a su paso, su protagonismo en la campaña es esencial.

«Su ascendente sobre el independentismo —demostrado en sucesivas victorias electorales— podría decantar la balanza en el duelo con ERC, liderado por un Pere Aragonés favorecido hasta ahora por las encuestas pero con la silla eléctrica de pilotar la Generalidad en tiempos tan convulsos. A Puigdemont lo empujaban a presentarse quienes le siguieron en la escisión del PDECat y sabían que con él hay más opciones de retener la presidencia, aunque haya caducado el relato del regreso desde Waterloo, gastado por impracticable. Lo admiten los mismos que lo defendían hace tres años.»

Aunque Puigdemont sigue invocando la lucecita del referéndum —«Cataluña necesita retomar el hilo del 1 de octubre de 2017», cuando «expresamos nuestra voluntad de vivir en una república independiente»—, estas elecciones, dice Serra Carné «serán una lucha por el poder, como siempre, pero no serán nada más que eso. En Cataluña ya no hay un horizonte inmediato para la consecución inmediata de la independencia porque ninguna estrategia garantiza la consecución de la independencia.»

Sin embargo, las fuerzas independentistas seguirán hablando de independencia como si nada hubiera pasado y seguirán calentando los ánimos con los mismos argumentos de hace cuatro, cinco, seis años como si del fracaso sólo pudiera hablarse en la intimidad. Y lo harán mientras de esa manera obtengan rendimiento electoral.

Por el momento no se detectan motivos para rectificar: «Lo que sí es palpable es la espartana persistencia de una amplia bolsa de ciudadanos —hasta ahora, cristalizada en una mayoría parlamentaria— que defiende la vía del estado propio y que ha desconectado emocionalmente de España, electorado que el independentismo aspira a alargar hasta más allá del 50% de los votos.»

Quien día pasa, año empuja

Andreu Claret, en el PeriódicoPuigdemont, atrapado en su telaraña—, ahonda en la psicología del personaje:

«Desde el punto de vista de su futuro personal se entiende la decisión de no encabezar la lista, reservándose el liderazgo de la campaña y de la formación que ha creado. Ha sido una respuesta característica de quien tiene como mantra político aquel principio catalán intraducible de ‘qui dia passa any empeny’, algo así como ‘hoy hagamos esto, que mañana ya veremos’. Su fórmula salomónica le permite ganar tiempo para verlas venir, según cuáles sean los resultados electorales.»

No es una buena opción, ni para su partido ni mucho menos para el país:

«La respuesta al actual desgobierno no puede ser un ‘president’ de la Generalitat sometido a tutela durante cuatro años. Puede que, como consecuencia del cansancio colectivo, la abstención y la permanencia de los presos en la cárcel, el independentismo vuelva a ganar las elecciones. Si es el caso, la repetición del vicariato que ejerció Torra sería una catástrofe. El ‘qui dia passa any empeny’ le ha permitido a Puigdemont sobrevivir y cosechar algunos éxitos judiciales en Europa, pero no vale para afrontar la crisis que padece Catalunya.»

Madrid 1 – Cataluña 0

No sorprende en absoluto que Salvador Sostres se muestre partidario de la gestión madrileña de la pandemia y contrario a la gestión catalana, como en La mitja bufetada —artículo del Diari de Girona dedicado principalmente a denostar a Ramon Tremosa, ahora consejero de Empresa y Conocimiento—:

«La incompetencia es peor que la corrupción, o dicho de otro modo: no hay nada más corrupto que la incompetencia. Entre Madrid y Cataluña hay el abismo de una presidenta que entiende que la economía es el centro de la vida y una consejera que no entiende absolutamente nada.»

Pero sí sorprende que Tian Riba, en el Nacional Ghost Station—, haya llegado por caminos diferentes a conclusión parecida:

«Madrid, con sus aciertos y errores, es ahora mismo una ciudad-Estado con más temple que Barcelona. Castigada por la pandemia y sin el turbo puesto, por supuesto, pero la Comunidad de Madrid ha superado a Catalunya como potencia económica. ¿Qué en parte es por dumping fiscal? Obviamente. ¿Qué Madrid puede bajar impuestos porque se beneficia del efecto capitalidad, que chupa recursos, empresas, población, funcionarios y redes de influencia? Claro. Pero a pesar de que se hace mucha caricatura de Isabel Díaz Ayuso e, incluso, se la puede considerar irresponsable, Madrid tiene una estrategia y resistirse a cerrar la capital responde a una idea política y económica. Pero, ¿y el gobierno de Catalunya? ¿Qué estrategia política y económica tiene? Primero planteó el pacto fiscal, después la independencia. No existe ni lo uno ni lo otro. ¿Y ahora?»

Ahora, aunque las elecciones no fueran en febrero sino medio año más tarde, ya deberían estar hablando de ello todos los candidatos, intensamente. Todos, los unos y los otros.

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