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Oriol Junqueras se basta y se sobra

Oriol Junqueras poco antes de regresar a Lledoners.
Oriol Junqueras poco antes de regresar a Lledoners.

El artículo firmado por Oriol Junqueras y publicado el domingo 13 en la VanguardiaVía amplia para la independencia— no es exactamente una réplica al de Carles Puigdemont del domingo 6 —Los acuerdos con el Estado y el pactismo mágico—, pero forma parte del mismo conflicto interno entre independentistas que va a quedar muy expuesto a la luz pública en la próxima campaña electoral.

Después de invocar a Lluís Companys, recordar las persecuciones sufridas y proclamar la voluntad de persistencia —«estábamos, estamos y estaremos»—, Junqueras entra en materia mostrándose satisfecho de que «el proyecto político que no hace tantos años defendíamos en solitario ocupa el carril central de la política catalana y condiciona la agenda del sistema español».

Se sobreentiende que su partido está situado también en el carril central y sensato del ámbito independentista, y que los demás están equivocados: «La estrategia ganadora [la de ERC] no es otra que la de construir un proyecto útil para todos y seguir trabajando para sumar aún a más gente. Por eso sorprende que, con lo que hemos aprendido colectivamente, haya personas que hace cuatro días vivían cómodamente en el autonomismo [los de JxCat] que ahora defiendan que para hacer la independencia ya somos suficientes. Se entiende la impaciencia, y algunos la tenemos desde hace décadas, pero también sabemos que el camino no es corto ni fácil y que, para ganar, hay que actuar más con inteligencia que con el estómago.»

No consta que afirmara nada parecido en 2017, cuando se dejó de lado la inteligencia para proclamar la independencia. Por otra parte, es algo inquietante la afirmación de que hemos aprendido algo colectivamente. ¿Quién determina las materias que hay que aprender y examina a los ciudadanos para ver a dónde llegan sus conocimientos? El aprendizaje colectivo suena más a régimen totalitario que a república democrática, aunque una puede llevar al otro, como bien sabemos en este país.

Junqueras defiende el reciente diálogo con el gobierno porque, sea como sea, entiende que le reportará beneficios: «El diálogo siempre nos hace ganadores, ya sea porque avanzamos y da resultados o porque negándolo se muestran de nuevo los límites y el inmovilismo del Estado español ante la comunidad internacional y ante los catalanes que legítimamente aún tienen fe en el encaje dentro de una España diferente.»

O sea: si obtenemos lo que pedimos, bien; si no, podremos decirle al mundo lo mal que nos tratan. Es la misma maniobra del referéndum de hace tres años. Ante un planteamiento así, que explícitamente excluye la superación del conflicto, uno se pregunta qué puede estar negociando el gobierno central, o qué concesiones podría hacer que no sirvieran para incrementar el conflicto.

En cuanto a sus rivales en Cataluña, les lanza un mensaje muy claro: arrieros somos y en el camino nos encontraremos: «Cuando se vuelva a demostrar que el cambio no es posible porque se opta por la recentralización en lugar de buscar el encaje de las aspiraciones de Catalunya, estaremos al lado de esa gente [de los contrarios a negociar nada] para construir juntos la república.»

Qué significa «construir la república» queda para otro día. Precisamente los partidarios de JxCat suelen reprochar a Oriol Junqueras no haber creado las «estructuras de Estado» como se había comprometido a hacer como vicepresidente de Carles Puigdemont. Ambas son expresiones vacías, como tantas otras que han alimentado el proceso y aún sobreviven en los discursos de unos políticos cuyo fracaso no les ha costado aún la carrera política.

Sea como sea, Junqueras se muestra confiado en el porvenir —«hoy somos más que nunca»—, y lo hace con sus dos rostros a la vez: el realista y el utópico. Como realista, moderado y constructivo, afirma que «la inmensa mayoría de los ciudadanos no habría entendido que, en plena pandemia, las fuerzas independentistas se desentendieran de los presupuestos del Estado», y como utópico, insurgente y jacobino, no deja de sostener que hay que «forzar al Estado a aceptar la autodeterminación y la amnistía como únicas vías para resolver el conflicto con Catalunya».

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