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¿Vetar a Trump en Twitter para proteger la democracia?

Algunos de los asaltantes del Capitolio.

Donald Trump ha dejado de ser una estrella en Twitter. La suspensión permanente de su cuenta llega apenas unos días después de que el Congreso de los Estados Unidos fuera tomado por partidarios del presidente. Aquello fue la culminación de un acalorado clima de rabia, resentimiento y desconfianza. Un escenario que, sin duda, ha contado con la colaboración activa del propio presidente. Durante años, Trump ha hecho alarde de su matonismo y su ideología de extrema derecha. Ha demonizado a sus adversarios políticos, a la prensa y a las minorías. Ha contribuido abiertamente a la desinformación, los discursos de odio y a las teorías de la conspiración. Rechazó la evidencia científica sobre el COVID-19 y despreció la independencia del sistema judicial. Sin embargo, la derrota ante las elecciones, nos muestra un Trump algo distinto: ahora es también un presidente con el ego herido y sin megáfono. 

Fue necesario que el caos y la violencia asediaran el principal símbolo de la democracia estadounidense para que la red social se pusiera seria. En concreto, fueron dos tuits los que colmaron la paciencia de la plataforma. En uno de ellos, el magnate expresaba que sus votantes ‘tendrán una voz gigante en el futuro’ y ‘no serán faltados al respeto o tratados de forma injusta de ninguna forma’. En el otro, informaba sobre que no asistiría a la toma de posesión del demócrata Joe Biden. 

Según el comunicado de Twitter, las palabras de Trump podrían incitar a la violencia. Esta supuesta glorificación de la violencia se enmarcaba en un suceso reciente: la toma del capitolio por parte de algunos de sus simpatizantes el pasado 6 de enero. A ojos de la empresa, las palabras del presidente podrían ser interpretadas como un gesto de apoyo a tales hechos y una reafirmación de que las elecciones fueron un fraude. Asimismo, muchos de sus seguidores podrían considerar que la ausencia de Trump durante la toma de posesión de Biden, era un indicativo de que el acto constituiría un ‘objetivo seguro’. La red social cerraba su mensaje informando de que en su plataforma habían detectado mensajes que planeaban un segundo ataque.

Muchos pensamos que la reciente preocupación de Twitter por el clima de polarización y la incitación al odio en el territorio estadounidense, llega tarde

Este hecho ilustra dos cuestiones clave: la manifestación del poder de las empresas de redes sociales y su monopolio. Eso, en sí, no es nada nuevo. La novedad, en cambio, es el protagonista y el uso de la censura ante escenarios hipotéticos. Twitter es una empresa lucrativa. Se presentó como un espacio comprometido con la libertad de expresión. Su negocio principal es simple: ‘Twittear significa opinar’. De modo que, Twitter trabaja para hacer accesibles y universales las opiniones de usuarios de distintos países y culturas.

A lo largo de los años, Twitter ha proporcionado diversas posibilidades en la publicación de contenido, incluido aquel que es abiertamente falso. Las normas para la comunidad de Twitter han dejado un amplio margen para la interpretación. A menudo resultan vagas, contradictorias y arbitrarias. De hecho, esta red social contribuyó a la difusión de gran cantidad de fake news que auparon la victoria de Trump en las elecciones de 2017. De la misma forma, permitió que, ya en el mandato, las falsedades del presidente se difundieran en su plataforma sin injerencias. La justificación entonces aludía a que sus declaraciones, por disparatadas, ofensivas y agresivas que fueran, tenían un supuesto interés periodístico. 

Quizá por ello, muchos pensamos que la reciente preocupación de Twitter por el clima de polarización y la incitación al odio en el territorio estadounidense, llega tarde. El daño ya está hecho. Trump ha demostrado que depende de la mentira y de la polarización para sobrevivir. Es una ilusión creer que el buen gobierno, el civismo y la tolerancia volverán automáticamente, gracias a la espontánea determinación de una empresa privada. El cierre permanente de su cuenta no constituye una solución o un triunfo de la democracia. Posiblemente, impedir para siempre la libre expresión de las ideas y opiniones de un líder que ha sido votado por millones de personas en una plataforma global, anime el enfrentamiento y la división.  

La libertad de expresión, entendida como un derecho en las democracias modernas, está siendo abastecida por un poder privado

Podemos discutir las razones que llevaron a la red social a suspender la cuenta de Trump, plantear si estamos ante una restricción legítima de la libertad de expresión o ante un abuso sin precedentes. Sin embargo, en este hecho particular, se hace patente el poder que tienen plataformas como Twitter para recortar, a su gusto, la libertad de expresión y cambiar las reglas del juego. 

En lugar de una justificación basada en acontecimientos que no han ocurrido, habría sido más útil una transparencia sistemática sobre los juicios de valor que sustentaron la suspensión de la cuenta. Estamos ante un modelo de negocio que trasciende la mera propuesta técnica: la libertad de expresión, entendida como un derecho en las democracias modernas, está siendo abastecida por un poder privado. Es un monopolio genuino, pues actúa al margen de fronteras, de forma global.  Por ello, en un mundo cada vez más conectado y donde Twitter juega un papel indispensable en el discurso público, deberíamos conocer más sobre cómo se toman estas decisiones y qué implicaciones podrían tener para la sociedad civil. Obviamente, como empresa privada, no está obligada a aceptar a Trump o a cualquier otro usuario. Sin embargo, sería francamente ingenuo no preguntarse sobre si es compatible que en un sistema democrático una empresa acumule tanto poder, sobre todo cuando los representantes políticos dependen cada vez más de sus posibilidades. 

Trump se despide del mandato desposeído de su principal canal de comunicación, pero triunfante ante la fidelidad de las masas

Puede que el caso de Trump sea excepcional o, por el contrario, el inicio de una pendiente resbaladiza hacia la censura de sus simpatizantes, otros líderes o usuarios. En Twitter existe una gran cantidad de lenguaje extremista, violento y ofensivo, en muchas ocasiones esgrimido en el anonimato. Muchos no necesitan asaltar el Capitolio para hacerse oír. Por tanto, ¿quién será el siguiente? 

De cualquier modo, si bien la decisión de Twitter podría ser apropiada para evitar la escalada de violencia, también puede albergar otros intereses. No contribuir a la moderación u optar por la inacción podría tener como resultado una pérdida de influencias y beneficios. Las empresas poderosas favorecen sus propias causas y se sirven de aquellas opiniones políticas y normas culturales que son positivas para su negocio. ¿Y si Trump ha dejado de ser rentable? Es difícil conocer la respuesta. Lo que sí me atrevo a señalar es que Trump se despide del mandato desposeído de su principal canal de comunicación, pero triunfante ante la fidelidad de las masas. 

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