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Ciudadanos no es un partido cualquiera, y menos en Cataluña

Inés Arrimadas acompañada de su Ejecutiva Nacional el pasado lunes en Madrid (Europa Press).

Suena a «un cas com un cabàs», en sarcástico. Precisamente el Madrid centro y eje del mal, cúspide cavernaria, guarida de ladrones y déspotas, apoteca donde se preparan y propagan tóxicos, y fuente de las célebres cloacas estatales, según las «aucas» al uso en la mitografía catalanista, está en nada de constar como lugar de defunción en la muerte de Ciudadanos.

En lo «interno», aunque sin el alcance estructural de ahora, tampoco vienen de nuevo las criticas al estilo de estos días. Sin ir más lejos, las de Carolina Punset cuando tomó el coche oficial de eurodiputada para ser recibida por Puigdemont en Waterloo. Las críticas que ella profirió a raíz de su acto, que la obligó a dimitir, las repiten otros de recientes dimisiones.

Asimismo, entre estos torrentes de tinta y bits, apenas queda por anticipar si a Ciudadanos, en mártir político, le sepultarán en el Panteón de Ilustres, entre los túmulos de Mendizábal y Canalejas, o si junto al mausoleo de Pi y Margall, frente al nicho de Melquiades Álvarez en el Cementerio Civil, todos ellos artífices de reformas truncadas y proyectos frustrados.

«Lo que le ocurre ahora a Ciudadanos es sin duda más profundo y complejo, más estructural«

Pero no bastan ni las descalificaciones referidas a personas, ni tampoco las apelaciones a no se sabe qué míticas fatalidades históricas, como esa que afirma la inexistencia del centro o la de que en España no hay lugar para algo tan nórdico como un partido socioliberal. Lo que le ocurre ahora a Ciudadanos es sin duda más profundo y complejo, más estructural.

Porque antes que ideas y proyectos, los partidos son agrupaciones de electores, al menos en los sistemas liberales y democráticos. Que de entrada o después deriven a su vez en algo así como sindicatos de políticos o de cargos, sean públicos o internos, o en plataformas de notables, no es tampoco óbice al respecto. Sin electores, votos, no hay partidos que valgan.

Sin electores, votos, no hay partidos que valgan«

Ciudadanos lo demostró con gran elocuencia. Nació, en Cataluña hará más de quince años, por obra de electores que hasta entonces no tenían qué o a quien votar. De Maragall, Carod y Saura hasta Artur Mas o Josep Piqué, no había en el parlamento autonómico, ni de hecho en la oferta electoral, ninguna voz que no fuera nacionalista, modulada en el catalanismo.

«Ciudadanos (…) nació, en Cataluña hará más de quince años, por obra de electores que hasta entonces no tenían qué o a quien votar. no había en el parlamento autonómico, ni de hecho en la oferta electoral, ninguna voz que no fuera nacionalista, modulada en el catalanismo«

Por no haber, tampoco había políticos propiamente dichos, y menos aún notables, situados fuera de la ideología absoluta entonces, indiscutida más que hegemónica. Había, tan sólo, militantes dispersos, opiniones discrepantes o disidentes, como los del núcleo de quienes sin tener ni buscar cargos marcaron el reto y necesidad democrática de formar Ciudadanos.

No había más. Cataluña no era comparable ni con el País Vasco porque, entre otras razones, allí el PSEPSOE tenía en su legado el combate ideológico de Indalecio Prieto y los socialistas vascos de su tiempo frente aquel Sabino Arana con sus bizkaitarras, y porque el PP solo tuvo aquí carácter como tal mientras lo encabezó el entonces recién defenestrado VidalQuadras.

Y así, cuando el nacionalismo etnicista (llamarle cultural sería un eufemismo) había derivado en ese comunitarismo que Pujol teorizó además de aplicar con tanto éxito que superaba el consenso, el liberalismo alentado en el de Constant venía por sus propios pasos: La libertad, la igualdad y el laicismo frente al tradicionalismo y las discriminaciones, más que lingüísticas.

Junto a forjados militantes activos en el asociacionismo cívico antes y después de su paso por Ciudadanos, como José Domingo o Antonio Robles, el impulso alumbró nuevos políticos que se revelaron como tales en la tribuna del parlamento autonómico; además de Albert Rivera, aquí Jordi Cañas, Carlos Carrizosa o la misma Inés Arrimadas entre otros, claro está.

Y mientras tanto, como los liberales británicos en tiempos de Lloyd George, recogió votos tanto en los vecindarios obreros, populares, como entre elites ilustradas: Pedralbes y Nou Barris. Quedó fuera, eso sí, la Cataluña interior feudo del nacionalismo, y esa parte de lo que fue menestralía y en mucho ha derivado en funcionariado, por nacionalista precisamente.

En Cataluña, por contra, Ciudadanos no ofrece promociones personales, más bien todo lo contrario. Estar afiliado, o simplemente ser votante, suele comportar rechazo en entornos laborales, familiares o vecinales, arruina o compromete tanto carreras como amistades. Es algo por superar, casi imposible mientras el nacionalismo siga discriminando y odiando.

El salto o proyección al conjunto de España tampoco marcaron un antes y después, en este sentido. Como Macron con su exitosa Republique en marche, o como Miquel Roca Junyent en su tan efímero Partido Reformista, Ciudadanos recibió tanto a afiliados como a notables de otros partidos, al caso de los Verdes, el PSOE, UPyD o el PP, como consta y bien perdura.

Para Cataluña, muy en particular, es muy importante que Ciudadanos sea partido nacional y arraigue en el conjunto de España. El desafío independendentista, por muy local que pueda parecer, solo se puede resolver con visiones y acciones de estado, igual que los retos en la economía o los servicios públicos. La libertad y el derecho son irreductibles a casos locales.

Y sin embargo, la oferta de Ciudadanos para España en su conjunto se ha convertido en lo más crítico, en los recientes episodios. Ciudadanos debe pensar más todavía si cabe en sus electores y el estado, y afirmar principios, proyectos y reformas, programa y política, antes que tácticas. Y justo en ello, en lo sensible, es por donde más se le ha perdido de vista.

De aquí los problemas más que emergentes en Ciudadanos. Da la sensación de un partido que todavía no se ha encontrado a si mismo, y que se ha descompensado en sus órganos y su articulación. Por ejemplo, su grupo parlamentario en la eurocámara, magnífico, daría para un gran gabinete ministerial si estuviera en las Cortes. No todo está al mismo nivel.

En la eurocámara, hay que observarlo, Ciudadanos no tan solo no ha sufrido dimisiones. En la crisis actual, incluso, el crítico Javier Nart ha sido el primero en apoyar al partido y clamar por su continuidad. A Ciudadanos le falta una mayor fluidez de datos y conocimiento tanto entre sus bases como entre sus cargos electos. El caso de Carolina Punset aún lo indica.

Y el otro gran problema, más crítico, viene de la brutal tormenta política que desde 2015 se agita en España, con grandes oleajes tanto en las orillas del PSOE como en las del PP, y con Ciudadanos convertido en una balsa que, como aquella de la Medusa, no tiene de otra que luchar contra la deriva enmedio de infinitas tensiones, y no siempre con claridad de ideas.

El PSOE con el que Ciudadanos suscribió en 2015 un flamante pacto de gobierno, bloqueado al acto por Podemos, se entregó en cambio a Podemos y, lo que es más, a ERC, Puigdemont e incluso Bildu

antes que el PNV, en la moción a Rajoy. Sánchez fue tan cordial con Tardà y sus chantajes, como agresivo frente a un Rivera razonable y harto contenido, no obstante.

Casi lo mismo en el parlamento de Cataluña. Desde el minuto cero, el PSC aisló la mayoría de Ciudadanos, a la que sin embargo ahora le afea inoperancia, en flagrante trampa. Es de esperar que Ciudadanos no le responda del mismo modo, una vez giradas las tornas. Aquel PSOE del «con Rivera no» se comportó con deslealtad e irresponsabilidad, que duda cabe.

Por ir a un verbo catalán, la crisis de ahora, la de Ciudadanos y tal vez pronto también la del PSOE, se «congrió» en la primavera de 2019. A pesar del pésimo antecedente que Sánchez marcó en su investidura, PSOE y Ciudadanos pudieron formar gobierno. Rivera ha pagado por no hacerlo. Y además, cargó a su partido los pactos autonómicos siguientes.

La alternancia en las comunidades autónomas tenía mucho más que sentido. Tal como en Andalucía Ciudadanos pactó con el PP, en Murcia debería haberlo hecho con el PSOE. Pero lo de ahora, en esta última región, ha acabado añadiendo más torpezas, si cabe. Entre otras, la de no plantear una crisis de gobierno, plantando al PP, antes que aliarse con el PSOE.

Y entre tanto, el espectáculo en el que Ciudadanos ha expuesto sus intestinos. Funcionarios de partido que en Ciudadanos no articularon la organización para que, tal como se ha visto, operara con la funcionalidad y la fluidez convenientes, han sido rápidamente fichados por el PP, como si los partidos fueran firmas privadas a la caza de gerentes entre la competencia.

«A Arrimadas, tampoco está resultando lo bastante oportuna ni fina en estas convulsiones, no se le ocurrió nada peor, en la noche electoral del 14-F en Cataluña, que echar las culpas del resultado a los votantes«

A Arrimadas, tampoco está resultando lo bastante oportuna ni fina en estas convulsiones, no se le ocurrió nada peor, en la noche electoral del 14-F en Cataluña, que echar las culpas del resultado a los votantes. Y su intervención tras la última ejecutiva, añadió dramatismo a la crisis sin por ello clarificar ni convencer tal como hubiera sido lo conveniente y deseable.

Pasar del hiperliderazgo de Rivera a la falta de liderazgo, sea por parte de Arrimadas o quien ocupe su lugar, acabaría siendo fatal. Es de esperar que no suceda porque, a pesar de todo, Ciudadanos ha adquirido cuerpo, tiene entre sus activos la base catalana y el ejemplar grupo en la eurocámara, con Bauzá, Soraya Rodríguez, Cañas, Maite Pagaza o Adrían Vázquez.

«Pasar del hiperliderazgo de Rivera a la falta de liderazgo, sea por parte de Arrimadas o quien ocupe su lugar, acabaría siendo fatal«

La reacción ante la crisis madrileña, con el necesario cambio de caras y aquí la de Edmundo Bal, otro valor del partido, tampoco es una mala noticia. Quedan por ver el programa y la campaña, de la que cabe esperar un gobierno razonable y estable, en estos momentos tan convulsos en que todos los frentes están abiertos, y al PSOE le quedan las peores cartas.

De no ser por la campaña electoral, Madrid pudiera haber sido escenario de altercados en nombre del tal Pablo Hasèl. Sánchez no ha encauzado ni la economía ni el desafío de los independentistas en Cataluña. Más pronto que tarde deberá acudir a Ciudadanos, por puro sentido de gobierno y estado. Y por ello, es de esperar que Ciudadanos siga estando aquí.

Josep Ache
Josep Ache
Josep Ache (Sabadell, 1962). Periodista desde 1979, a diario en medios sabadellenses. Tras Radio Sabadell-EAJ 20, trabajó de 1981 a 2016 en Diari de Sabadell. Llegó a ser corresponsal de Tele/eXpres o El Correo Catalán, y ha colaborado en medios más globales. Autor de libros, capítulos, artículos o ponencias en congresos o cursos universitarios, y encargos de museos o fundaciones, sobre arte, ciencias, arquitectura, historia del teatro o de la música, incluida la flamenca. A juicio del cantaor Chano Lobato, "es lo que hablamos con Romerito (de Jerez, otro grande): En Sabadell está ese señor catalán, tan buen aficionao y tan formal".

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