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Illa y Aragonès, ante el castillo del Conde Puigdemont

El líder del PSC, Salvador Illa. EP.

Si Illa votara por Aragonès, ante investiduras fallidas, y en el lazo del regalo le escribiera un «si ya eres mayor, y con sentido común, así te las compongas», se abriría un escenario más estimulante que incierto. No sólo porque de perdidos al rio, a estas alturas. A Puigdemont, hasta le daría el pasmo, perlesía o miserere, de vislumbrar ni que fuera a modo de espectro los límites de su poder, a pesar que ni el procés ni su mundo lleguen a hundirse con ello.

Aragonés obtendría así, a modo de crédito condicional, un nuevo margen para gobernar, un capitalito de poder y perfil. En lo más inmediato, le serviría asimismo para aliviar o incluso librarse de las gravosas y duras negociaciones a las que Puigdemont y su Junts se disponen a someterle, sin más tema que el procès con sus hojas de ruta, funambulismos, zancadillas y, como primera razón contable, sus tantas y más prebendas a sumar en cargos y nóminas.

Tener la victoria, con capacidad de alianzas, y por ello poder conceder, no es lo mismo que enredarse con un presunto o posible socio que en el fondo actúa como rival. En el intento de investidura, se ha visto hacia donde lleva este plan. Al candidato Aragonés, le repasó de buenas a primeras Albert Batet, portavoz de Junts y a la sazón procurador del Puigdemont de Waterloo, a base de toda una cartilla cargada de reproches, agravios y exigencias.

Tanto o más que a investir a Pere Aragonès, el tal plan conduce a darle cuerda al Consell per la República, su Assemblea de Representants y demás feudalidades al efecto de suplantar a la Generalitat, en lo que le quede de democrático y representativo. La Casa de la República, en Waterloo, hace las veces de un castillo y, en lo que parece, más balcánico que flamenco o ibérico-pirenaico, por ir a cuando aquí hubo señores feudales en sus torres de homenaje.

Tener la victoria, con capacidad de alianzas, y por ello poder conceder, no es lo mismo que enredarse con un presunto o posible socio que en el fondo actúa como rival

A los condes de la antigua Hungría, desde Eslovenia hasta Transilvania, se les daba título de «pequeños reyes» (kiskirályok, en húngaro) porque ni el rey o el emperador tenían derecho a destituirles, y ni mucho menos sus vasallos o súbditos. Tampoco precisaban de apetencias legendarias por la sangre para ser equiparados a lo que, en el decir de las actuales ciencias políticas, se denominan «élites extractivas» y, por otra parte, resulta mucho más extendido.

Si alguien quisiera referirse a un Conde Puigdemont y su castillo, lo expuesto tal vez de por cumplida y significada la imagen. Entre condes, las relaciones solían ser mas de vasallaje que de alianzas, para las cuales solían mediar matrimonios o parentescos compartidos. Y, por mirarlo desde lo medieval, incluso da como si las CUP fueran como una orden de cruzados, mística y guerrera, propicia a causas milenaristas, hogueras y batallas al menos callejeras.

Al caso, mal asunto para Pere Aragonès en su alianza o vasallaje con el Junts de Puigdemont. El discurso de Albert Batet pareció apenas una relación sumaria de las «remences» y demás gravámenes que, en aquello de los «mals usos» feudales, exigiría el conde del castillo a quien todavía no es ni presidente de la Generalitat y, en el parlamento autonómico, tan solo se ha postulado desde lo que fue patio en el palacio del comandante de plaza en la Ciudadela.

Lo del Vietnam, que auguró Joan Tardà, iba en este sentido, el de una belicosidad intensa y extensa no solo entre ERC y Junts si de nuevo comparten gobierno. Parte de desavenencias acumuladas durante una década de coaliciones, y tendrá ahora como papeleta la explosiva «Mesa Bilateral para la Amnistía y la Autodeterminación» con el gobierno central, que ERC avala y Puigdemont, desde su torre o castillo del exilio, nunca ha cesado de desautorizar.

Si Aragonès y ERC siguen en negociaciones será por fatalismo más que por gusto, por efecto de un instinto atávico, el de la «cleda» (el redil), tan del antiguo catalanismo, o bien porque ERC no se ve con fuerzas para intentar un gobierno en solitario

El Consell per la República y su Assemblea de Representants tienen como primordial función y sentido el apoyo a Puigdemont, como amo y señor del procés. Los logros del «exili», que no cesa de repetir Junts. Si Aragonès y ERC siguen en negociaciones será por fatalismo más que por gusto, por efecto de un instinto atávico, el de la «cleda» (el redil), tan del antiguo catalanismo, o bien porque ERC no se ve con fuerzas para intentar un gobierno en solitario.

Para los antiguos catalanistas, la «cleda» encerraba a la vez la Lliga, plataforma electoral del invento entonces novedoso, el catalanismo, y aquella rancia Unió Catalanista de las Bases de Manresa y su modelo corporativo estamental, en el que invocaba a las cortes feudales. En consecuencia, se autodenominaba «apolítica», por alérgica a la democracia liberal, y más bien «culturalista». Prat de la Riba provenía de la Unió. La estimó más que a la Liga, sin duda.

Al iliberalismo tan genuino en el catalanismo, y dicho sea en estos días que además resultan ser los del cordero pascual, le va lo de formar rebaño, «ser colla», «fer pinya» y hasta el «un sol poble» de Jordi Pujol y Josep Benet, quien pese a crucificar a Solé Tura cuando analizó la figura de Prat de la Riba precisamente, el PSUC consagró casi como al bautista con aquello del «Benet, president». Pere Aragonès volvió el viernes a lo de «un sol poble», precisamente.

Fuera de la «cleda», las ovejas quedaban descarriadas. A un lado había los republicanos, los «caps calents» federalistas o los radicales, que no iban a misa ni a las procesiones. Y al otro lado, los monárquicos dinásticos, que sí coincidían con la «cleda», en corporaciones como las patronales. Ni la actual ERC viene de aquellos republicanos, ni en el PSC lo recuerdan. Si Illa le diera un cierto apoyo a Aragonès, y si ello le redimiera de vasallajes, no estaría nada mal.

Si Illa le diera un cierto apoyo a Aragonès, y si ello le redimiera de vasallajes, no estaría nada mal

Si ERC y Junts acaban pactando, no cabe duda que el primer viaje oficial de Aragonès como presidente de la Generalitat consistirá en visitar Waterloo, con Puigdemont de anfitrión. El grado de vasallaje, de ser tal, se vería entonces. Si por contra decidiera gobernar en solitario podría tratarlo como al presidente de un partido más o menos afín, pero concurrente al fin y al cabo; lo propio en los sistemas de partidos de cualquier régimen liberal y democrático.

Y, en el colmo del optimismo, si Aragonès y ERC decidieran gobernar en solitario o con En Comú Podem y, además de geometrías variables, procuraran acuerdos parlamentarios con alcance y calado, lo que ahora mismo necesitan la ciudadanía y el futuro de Cataluña, no tendrían otra que promover y aplicar programas de gobierno en lugar de utilizar la cámara sólo para sus hojas de ruta o planes del procès, hasta ahora antidemocráticos y sectarios.

En lo obvio y urgente, políticas y proyectos de reactivación económica, de las manufacturas por reindustrializar al turismo por reconvertir. Y, por supuesto, un gran pacto de salud y los servicios sociales, con su programa y su presupuesto, acompañado con infraestructuras, en ellas la gestión de espacios naturales (¿alguien habla del Delta del Ebro?) y la reactivación de tejidos urbanos, comercio incluido, en los barrios de aquella ley y en la Cataluña interior.

Si ERC y Junts acaban pactando, no cabe duda que el primer viaje oficial de Aragonès como presidente de la Generalitat consistirá en visitar Waterloo, con Puigdemont de anfitrión

Se trata de algo usual en cualquier democracia, de política en el mejor sentido. Requiere, más que nada, capacidad, decisión y talento. Pese a su inicial fracaso, Pere Aragonès tiene aún la palabra y, en definitiva, esta es su responsabilidad antes que su oportunidad, lo cual también vale. Y si prefiere las excursiones a castillos de condes a lo balcánico, pues quizá le impongan vasallajes, por mucho que lo balcánico también inspirase o inspire el procès.

Pero será más fácil que el sueño resulte en vano. A pesar de tanto insistir para optar a la investidura, Illa no ha apuntado ninguna propuesta de gobierno. Y por incompetentes que sean Junts y ERC, recibieron más votos que los constitucionalistas. Aunque fue gracioso cuando tildó a Aragonès de ceder a la CUP, mientras ayuntamientos del PSC encargan a Vidal Aragonés, de la CUP, actos y muestras donde dice que Layret era independentista.

Así está el PSC, como si Isidre Molas no hubiera existido. No sin razón se escandalizó por ello Andreu Mayayo, en El Periódico. El ejemplo toca bien de lleno al círculo de Salvador Illa, a quien en efecto se le escapan cosas. La «cleda», como instinto, también afecta a las partes «carrinclones» del PSC y hasta al más reciente Podemos. Pero Illa, por lo menos, no cedió al lamentable boicot a Garriga, impropio en cualquier parlamento. En el PSC, tiene su mérito.

Josep Ache
Josep Ache
Josep Ache (Sabadell, 1962). Periodista desde 1979, a diario en medios sabadellenses. Tras Radio Sabadell-EAJ 20, trabajó de 1981 a 2016 en Diari de Sabadell. Llegó a ser corresponsal de Tele/eXpres o El Correo Catalán, y ha colaborado en medios más globales. Autor de libros, capítulos, artículos o ponencias en congresos o cursos universitarios, y encargos de museos o fundaciones, sobre arte, ciencias, arquitectura, historia del teatro o de la música, incluida la flamenca. A juicio del cantaor Chano Lobato, "es lo que hablamos con Romerito (de Jerez, otro grande): En Sabadell está ese señor catalán, tan buen aficionao y tan formal".

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