Yo también soy revisionista

El autor plantea la necesidad de acercarse a "tiempos tan convulsos" como la Guerra Civil con "una mirada prudente"

Según he oído, un laureado entrenador de baloncesto no está contento porque le han dado la Medalla de Oro de Madrid a un revisionista llamado Andrés Trapiello. Sin embargo, parece que no tiene muy claro en qué consiste su revisionismo. Como yo creo serlo en un sentido muy semejante al de ese excelente escritor, me atrevo a darle una explicación personal. 

Aunque a la juventud de hoy le costará creerlo, el día que murió Franco muchos ya estaban convencidos de que los malos de la Guerra Civil española eran él y los suyos, y que los buenos eran los otros: Lorca, Machado, Picasso, Orwell, toda la gente decente de aquella época. Entre esos muchos hay que incluir a un niño de provincias que cada día salía de su colegio público desfilando bajo las notas de Montañas nevadas, una canción falangista, aunque, la verdad, sin tener ni idea de qué iba esa canción. En cambio, lo que ese niño tenía ya claro, y no era el único, era que la República había sido una gran cosa, y el golpe de estado, la guerra y la dictadura una larga y gran desgracia que había caído sobre España. 

Por eso, y no solo porque echaran ‘Objetivo Birmania’ en la tele y por la semana de

vacaciones que nos dieron, la muerte

de Franco nos alegró a tantos

Por eso, y no sólo porque echaran Objetivo Birmania en la tele y por la semana de vacaciones que nos dieron, la muerte de Franco nos alegró a tantos. Pensábamos, en mi caso tan vagamente como lo puede pensar un niño de diez años, que ahora podríamos por fin retomar el buen camino, aquel que se había truncado en 1936. Si algún modelo había que seguir, era el de aquella efímera pero brillante República. 

Por eso, nos alegramos luego mucho de ver a la Pasionaria y a Alberti entrar en el Congreso junto con los demás comunistas y socialistas, protagonistas o continuadores clandestinos de aquel pasado heroico. Quizá también por eso, durante años simpaticé (mejor no seguir en plural, cada uno tiene su historia) con cualquiera que se opusiera a un aparato estatal que no dejaba de ser heredero del franquismo, y se pusiera, por tanto, del lado de los buenos. En ese cualquiera se incluía, me duele pero tengo que decirlo, a los que, pistola en mano, seguían matando a policías y guardias civiles. Cada uno tiene su episodio infame y yo, que soy nieto de un hombre honrado a carta cabal, guardia civil que lo fue primero de la República y después de la dictadura, siempre al servicio de los demás, y que soy hijo de quien se crio muy modestamente en una casa cuartel, nunca podré librarme del mío, esa bochornosa simpatía, por muy pueril e irreflexiva que fuese. En fin, la rojigualda, por supuesto, cosa de fachas. La única bandera española digna, la tricolor. En la pared de mi cuarto, el Che Guevara. 

Leyendo, llegué a convencerme de que el conflicto que asoló España no era exactamente uno entre demócratas y fascistas

Tardé unos cuantos años en aprender, libros mediante, que las cosas no son tan simples. Que no sólo los malos, sino que también los “buenos” de la Guerra Civil habían asesinado, torturado, secuestrado, violado y expoliado a miles de personas inocentes, y que no había manera humana de justificar eso. Leyendo, llegué a convencerme de que el conflicto que asoló España no era exactamente uno entre demócratas y fascistas, porque entre los que yo había creído demócratas había muchos que no lo eran, que sólo eran partidarios de la República en tanto que sirviera a su interés, y que ese interés consistía en implantar una dictadura todo lo proletaria que se quiera, pero dictadura al fin y al cabo. 

A partir de ahí, no me costó mucho darme cuenta de que había existido algo así como una tercera España, la de quienes no quisieron alinearse con ninguno de los dos bandos, y que sus buenas razones pudieron tener. Que incluso en el bando de los “malos” hubo más de un bueno. Que a tiempos tan convulsos debemos acercarnos con mirada prudente. Que, ya hoy, quizá la bandera constitucional no estaba tan mal y que, desde luego, era preferible a la tricolor, a juzgar por el país que una y otra designaban, sobre todo porque los mejores ideales de aquella República se estaban realizando más y mejor en esta Monarquía. Que los de Eta no eran más que una banda de asesinos. Que, con todos sus defectos, el diálogo democrático y el respeto de los derechos individuales y de las leyes son siempre preferibles a la violencia política. Y quité el poster del Che. 

No me costó mucho darme cuenta de que había existido algo así como una tercera España,

la de quienes no quisieron alinearse con

ninguno de los dos bandos

Para mí, señor entrenador, ser revisionista es esto, ya ve que es un asunto personal. Sin haber cambiado ni un ápice mi idea de lo que es una sociedad justa, que puede que se parezca mucho a la suya, para mí supone haberme acercado un poco a lo que realmente fue aquel periodo trágico de nuestra historia, llegar a simpatizar con todos los que sufrieron y no sólo con los de un lado, tomar nota de que se puede ser de izquierdas y al mismo tiempo un canalla, aprender que ningún maniqueísmo sirve para entender el pasado, ni el presente. Por eso, hoy, me parece un grave error glorificar un bando y demonizar el otro sin cautelas ni matices. En particular, no me parece muy sensato andar trastocando continuamente el callejero, las placas y las estatuas para ponerlo todo al servicio de una imagen distorsionada y muy parcial de nuestra historia. Así no ganaremos nada. 

A cambio, yo le recomiendo que lea usted Las armas y las letras, que es un grandísimo libro, uno de los mejores que se han escrito sobre nuestra guerra. Ya sólo por ese libro merecería su autor esa medalla que usted cuestiona. Estoy seguro de que, después de leerlo, se convertirá usted también un poco a esa fe revisionista que ahora desdeña. Seguirá siendo un admirable entrenador de baloncesto pero será también un mejor ciudadano, y nos representará mejor. 

Ricardo García Manrique
Ricardo García Manrique
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona y miembro de Universitaris per la Convivència

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