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Pedro Sánchez tiene un plan

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i) y el portavoz de Esquerra Republicana (ERC) en el Congreso, Gabriel Rufián Foto: Europa Press

Sobre la conveniencia de los indultos, quien escribe estas líneas tiene pocas dudas. Supone dar por parte del Estado una muestra de debilidad ante uno de los desafíos más graves que pueda sufrir, como es el atentar contra su integridad territorial. Así lo consideran todos los estados del mundo, empezando por los más democráticos. Y que sin duda, es como será interpretado por los beneficiados por esos indultos para preparar con buen ánimo la próxima acometida.

Sin embargo, el Ejecutivo en bloque se ha lanzado a apoyar la medida. Por un lado, con argumentos vacíos y falaces, como eso de «verlos con naturalidad», que decía el ministro de Justicia. Yo cuando oigo a alguien diciendo que hay que hacer algo «porque hay que tener altura de miras» me echo a temblar. Pero también echando mano, seguramente aleccionado por esa pieza del juego independentista que se llama PSC, del discurso que se podría llamar independentismo soft con el que durante décadas, CiU y PSC fueron preparando el terreno.

Yo cuando oigo a alguien diciendo que hay que hacer algo «porque hay que tener altura de miras» me echo a temblar

Según este independentismo soft, se asume como premisa no discutible que existe una deuda con Cataluña aún no reparada, de la misma manera que la Iglesia nos atribuía a todos un pecado original sólo por haber nacido, en base al cual se le debía un sometimiento ciego. Y la espantosa ingenuidad madrileña, no sólo no rechaza semejante trampa (como si no pudiera cada región española elaborar su propia lista de carencias) sino que lo interpreta en el sentido de que llegará el día en que se hará un ofertón que los independentistas se pondrán tan contentos que dejarán de ser independentistas y la cuestión quedará cerrada tras el correspondiente reparto de medallitas. Sin importar en qué cosa consistirá ese ofertón.

Según este independentismo ‘soft’, se asume como premisa no discutible que existe una deuda con Cataluña aún no reparada, de la misma manera que la Iglesia nos atribuía a todos un pecado original sólo por haber nacido, en base al cual se le debía un sometimiento ciego

Este independentismo soft se desmonta muy fácilmente con el simple recurso de describir la realidad. Hoy en día, en Cataluña se vive, como en toda España, bajo un estado de derecho, que garantiza las libertades propias de los países avanzados: libertad de expresión, de reunión, de movimientos, de asociación política, etc. Los partidos nacionalistas tienen representación en el Parlamento nacional de acuerdo a los votos obtenidos en las elecciones generales. Desde hace décadas, Cataluña es una entidad política con un gobierno, un parlamento elegido en elecciones libres (con sobrerrepresentación de los territorios de mayor voto nacionalista), que goza de completa libertad para debatir y promulgar las leyes que considere necesario, con la única limitación de no contradecir la Constitución española.

Y en relación al tema raíz de toda la cuestión, el tema de la lengua, una vez que el Estado central se encuentra prácticamente desaparecido, la cooficialidad de la lengua históricamente común de España y propia de buena parte de la ciudadanía de Cataluña es prácticamente papel mojado. Más barra libre en el presupuesto público para subvencionar cualquier cosa que se haga en catalán.

Dicho esto, si yo me pusiera a hablar ahora de burros volando, alguien me diría (con razón): pero hombre de Dios, ¿cuándo se ha visto alguna vez burros volando? Pues sobre este tema que nos ocupa, yo digo (con razón) ¿cuándo se ha visto que desde las filas del nacionalismo catalanista haya habido algún pronunciamiento, por mínimo que sea, en el sentido de decir, mira, esta España ya no es el estado dictatorial, centralista y uniformizador de otros tiempos?. En esta España sí que podemos sentirnos cómodos.

¿Cuándo se ha visto que desde las filas del nacionalismo catalanista haya habido algún pronunciamiento, por mínimo que sea, en el sentido de decir, mira, esta España ya no es el estado dictatorial, centralista y uniformizador de otros tiempos?

Nunca. Nunca, ninguno de los muchos ofertones que se han hecho al nacionalismo catalán durante casi medio sigo ha conseguido acercarnos a la renuncia al objetivo máximo que con tanta ingenuidad esperan muchos. No sólo nunca, sino que no paran de estrujarse la imaginación para dar una visión de España cada vez más denigrante y calumniosa, deslizándose de forma obscena por la pendiente de la xenofobia pura y dura y haciendo que los que no tenemos por qué renegar de nuestra condición de españoles nos sintamos cada vez más humillados.

En principio, hay que creer que Pedro Sánchez no hace este movimiento por haberse vuelto independentista. Pero tampoco por esas falacias de la magnanimidad y la comprensión. Pedro Sánchez tiene un plan, que consiste en establecer un pacto de hierro con ERC para erigirse en emperador eterno de un estado extractor de recursos, en el que le trae absolutamente sin cuidado lo que quede por debajo. De una persona que, a la hora de articular cualquier pensamiento, su campo de visión acaba en los confines de su ego, su narcisismo y su ambición personal no se puede esperar nada más.

Él calcula que con los votos que saca con lo de «que viene la derecha», más la gente que de buena fe cree que profesar ideales de igualdad y justicia social implica votar a partidos «de izquierda», junto con la base electoral que él da por indestructible de los partidos separatistas y que cree que en última instancia será suya simplemente a base de vender el Estado, a él no lo echa ya nadie de la Moncloa en décadas. Pero ERC tiene otros planes que los explica sin ambigüedades cada vez que se expresa por cualquiera de sus representantes.

Pedro Sánchez tiene un plan, que consiste en establecer un pacto de hierro con ERC para erigirse en emperador eterno de un estado extractor de recursos, en el que le trae absolutamente sin cuidado lo que quede por debajo

El resultado final es que el nacionalismo catalán es como una bola de nieve que a base de deslizarse por la pendiente se hace cada vez más grande. Y cuando sufre un parón, ahí está el pe-ese-o-é para darle el empujón que necesita para seguir rodando y engordando. Sin negar los empujoncitos que también le ha dado el pe-pé. Buena parte de la desmovilización de la sociedad catalana que es, si no contraria, al menos ajena al independentismo, viene de la sensación de que el pasteleo de la política madrileña acaba haciendo inútil cualquier esfuerzo.

Sin embargo, hasta hace poco, gracias al esfuerzo titánico de una serie de ciudadanos de Cataluña que sentíamos la necesidad de expresar que no todo el mundo en Cataluña es nacionalista-independentista, existía al otro lado un proyecto serio, guiado por un líder de lujo llamado Albert Rivera, para reconducir la situación hacia la España constitucional que creíamos que nos traía la transición democrática. Con toda la legitimidad que daba el haber nacido en Cataluña.

Pero cuando ese proyecto consiguió unas cuotas importantes de implantación, representación institucional y posibilidad de defender su discurso, llegando al éxito histórico de que un partido no nacionalista ganara las elecciones autonómicas de Cataluña, la derecha mediática madrileña le dio una patada al tablero para meter una ficha verde que justa o injustamente, representa la caricatura que los independentistas necesitan para reforzarse. Errores propios aparte, que no los niego, la desafección de muchos votantes de C’s en Cataluña vino por el discurso de «las tres derechas», del que Albert no supo o no quiso zafarse.

¿Solamente nos queda ya esperar el momento en que el país salte hecho añicos para regocijo de esos campeones del cinismo y la hipocresía que son los líderes independentistas?

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