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Ni olvido ni nostalgia

El monumento franquista de Tortosa. EFE.

Uno de los legados políticos más perniciosos del régimen franquista es paradójicamente el antifranquismo, entendido como impulso político dirigido a revolver los rescoldos que pueden encontrarse desperdigados por la sociedad y la geografía española de un régimen que quedó completamente abolido y superado desde el momento en que las Cortes aprobaron y los ciudadanos españoles refrendaron la Constitución Española, y juntos iniciamos el único período auténticamente democrático de la historia de España, plagada de reinados poco edificantes, convulsos espadazos y revoluciones inconclusas, guerras fratricidas y antagonismos exacerbados y excluyentes, una sucesión casi interminable que se prolongó hasta el final de la Guerra Civil.

«Uno de los legados políticos más perniciosos del régimen franquista es paradójicamente el antifranquismo»

Como una mala resaca, la utilización partidista del antifranquismo, reemergió con cierta timidez tras casi tres décadas de hibernación durante las presidencias de Rodríguez Zapatero (2004-2008 2008-2011) y ya de manera más abierta y vicaria desde que Sánchez Castejón fue aupado a La Moncloa el 1 de junio de 2018 y allí se sostiene desde entonces gracias al apoyo de fuerzas políticas que precisamente no aceptan la Constitución de 1978 como marco de convivencia -algunas incluso la combatieron extorsionando a cientos de miles de personas y matando a cerca de otras mil durante las décadas de sangre y plomo animados por la esperanza de provocar la involución política que justificaba sus atrocidades- y ahora pretenden sacar tajada de un presidente que para mantenerse en el poder está dispuesto a acabar con la España de ciudadanos libres, iguales y solidarios instaurada en 1978.

«Como una mala resaca, la utilización partidista del antifranquismo, reemergió con cierta timidez tras casi tres décadas de hibernación durante las presidencias de Rodríguez Zapatero (2004-2008 2008-2011) y ya de manera más abierta y vicaria desde que Sánchez Castejón fue aupado a La Moncloa»

Antifranquistas de nuevo cuño

Destacan entre ellos bastantes líderes y militantes del PSOE, así como de otros partidos ‘hermanados’ o federados de varias Comunidades Autónomas periféricas -el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC), el Partido Socialista del País Valenciano, el Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Esquerra y el Partido Socialista de les Islas Baleares– que, como el propio presidente Sánchez y su ministro Bolaños, responsable de la exhumación de Franco, son hijos políticos de la democracia, vivieron si acaso de refilón los estertores del franquismo, y casi todos ellos iniciaron su militancia socialista varios años después de la muerte del dictador. En suma, casi ninguno de estos nuevos ardorosos antifranquistas padeció directamente en sus carnes los atropellos del régimen ni lo combatió personalmente de manera activa antes de 1975.

«Casi ninguno de estos nuevos ardorosos antifranquistas padeció directamente en sus carnes los atropellos del régimen ni lo combatió personalmente de manera activa antes de 1975»

A falta de un programa político ilusionante para el conjunto de los españoles, los gobiernos socialistas de Rodríguez Zapatero y Sánchez se han limitado a aumentar el gasto, los impuestos y el déficit público, sin mejorar la eficiencia de los programas a los que han destinado los crecientes recursos controlados por las Administraciones Públicas, y a impulsar transferencias a la carta de competencias y recursos a las Comunidades Autónomas, dictadas más por la necesidad de satisfacer los intereses y caprichos de sus avalistas en el Congreso que para asegurar la igualdad de oportunidades de los ciudadanos españoles con independencia de la Comunidad donde residen. Un programa político que propicia la desigualdad en derechos y deberes y oculta con sibilina hipocresía sus implicaciones detrás de expresiones ampulosas tales como nación multinivel, nación de naciones o federalismo asimétrico.

Para disimular esa falta de ideas y propuestas sustantivas que propicien la igualdad y el bienestar de todos los españoles, los líderes socialistas se han inclinado por explotar el filón del antifranquismo en los últimos años, hurgando en los escasos y desangelados vestigios del régimen franquista, olvidados o ignorados por una gran parte de los ciudadanos, y exhibiendo impúdicamente su afilado antifranquismo a destiempo: cuarenta y seis años después de la muerte del dictador. Todo vale para hacer gala de su pretendida superioridad moral y establecer nexos entre sus gobiernos ‘progresistas’ y los oasis democráticos que supuestamente jalonaron la historia de España, especialmente la II República. Un juego contrario, en mi opinión, al espíritu de reconciliación y concordia que hizo posible la Transición, y muy peligroso porque alimenta las bajas pasiones y actitudes excluyentes causantes de tantos conflictos en el pasado.

Antifranquistas por cicatrices familiares

Podemos encontrar también antifranquistas de corazón que sufrieron bien de manera directa, bien de manera interpuesta a través de las epopeyas vividas por familiares cercanos, las arbitrariedades y desafueros que sacudieron a la sociedad española desde el triunfo del Frente Popular y durante la Guerra Civil y los primeros años de la tenebrosa postguerra. Con independencia de los posicionamientos políticos de nuestros padres o abuelos, hay pocas razones para sentirse orgulloso de los sucesos vividos en aquellos para tantos españoles trágicos tiempos, y, lo más deseable, en mi opinión, para evitar polémicas estériles y revivir enfrentamientos afilados es asumir el pasado en toda su crudeza, y procurar extraer algunas lecciones para evitar nuevas tragedias en el futuro. Ésta es la posición que primó entre los artífices del pacto constitucional que permitió instaurar la democracia en España en 1978, conscientes casi todos ellos de que era hora de pasar página y acabar con aquellas dos Españas que a tantos españolitos habían helado el corazón.

Comprendo el dolor y las penurias de tantos republicanos que solos o con sus familias partieron al exilio, una circunstancia siempre, por no elegida voluntariamente, dura, incluso para los más afortunados que pudieron rehacer sus vidas en otros lugares del mundo. Como comprendo incluso mejor por razones que expliqué en mi artículo “Memoria y desmemoria” hace un par de semanas en este diario, el miedo y el dolor causado por las detenciones, las afrentas y los castigos arbitrarios infligidos a republicanos que no tuvieron ocasión o deseo de exiliarse, y sufrieron la persecución inmisericorde y hasta encarnizada a veces de las autoridades del nuevo régimen. y dieron con sus huesos en cunetas, cárceles o campos de trabajo forzoso.

«Comprendo el dolor y las penurias de tantos republicanos que solos o con sus familias partieron al exilio (…) el miedo y el dolor causado por las detenciones, las afrentas y los castigos arbitrarios infligidos a republicanos que no tuvieron ocasión o deseo de exiliarse»

¡Como no entender la aversión casi instintiva de sus descendientes ante cualquier exaltación gratuita de aquel período tan negro de nuestra historia, así como la desconfianza que despierta todavía en ellos cualquier nexo, real o imaginario, entre algunos líderes y partidos políticos actuales con aquella España una, grande y libre, en la que los chicos empezábamos las mañanas en los Institutos entonando el Cara al Sol!

«¡Como no entender la aversión casi instintiva de sus descendientes ante cualquier exaltación gratuita de aquel período tan negro de nuestra historia»

Pero cualquier demócrata auténtico debería sentir también el mismo desasosiego al escuchar a los antifranquistas de nuevo cuño hacer apología de la II República, cuando la realidad es que la sucesión de desórdenes públicos, detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos, perpetrados por algunos partidos y organizaciones sindicales en nombre del ‘pueblo’ fueron moneda de curso legal en la República, a partir del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 y hasta el final de la contienda. La legalidad del Estado republicano sucumbió ante la violencia desalmada alimentada por las fuerzas oscuras de la rapiña y la venganza, no por la justicia.

«Cualquier demócrata auténtico debería sentir también el mismo desasosiego al escuchar a los antifranquistas de nuevo cuño hacer apología de la II República»

Ni olvido del franquismo ni nostalgia de la II República

La grandeza de la Transición española residió precisamente en pasar página a una historia traumática y poco edificante para casi todos, sin olvidar el pasado ya imborrable e inamovible, pero sin exigir a ninguno de sus protagonistas responsabilidades por lo acaecido antes, durante y después de la Guerra Civil.

La madurez personal se alcanza cuando uno asume su propia realidad con sus grandezas y limitaciones. Algo similar ocurrió en la vida política tras la muerte de Franco, cuando líderes con un indubitable pasado estalinista como Carrillo y La Pasionaria, figuras con fuertes ataduras con el régimen franquista como el Rey Juan Carlos I, Fraga o Suárez, y políticos emergentes como González, Guerra y Tiern, decidieron asumir la historia de España, dejando a un lado sus ensoñaciones excluyentes, con el propósito de establecer un marco aceptable y aceptado de convivencia democrática donde cabían todos.

«La grandeza de la Transición española residió precisamente en pasar página a una historia traumática y poco edificante para casi todos, sin olvidar el pasado ya imborrable e inamovible»

Esa fue la difícil tarea histórica que los convocó en 1975, y a resolver las numerosas dificultades que surgieron por el camino se aplicaron todos ellos con dedicación y generosidad, anteponiendo lo primordial a cuestiones tan insignificantes como dónde estaba enterrado Franco o quién lo había acompañado en su entierro; quién había visitado el mausoleo de Lenin, llorado la muerte de Stalin o disfrutado de los favores del dictador Ceacescu.

Y todos juntos acordaron establecer una monarquía constitucional, renunciando al águila imperial los unos y a la tricolor republicana los otros, ambas ya hoy reliquias históricas que sólo avientan unos pocos antifranquistas y antimonárquicos trasnochados. Ni olvido ni nostalgia del pasado, ése fue el espíritu con el que los padres de la Constitución abordaron la Transición de la dictadura a la democracia, algo que parecen haber echado en saco roto los actuales dirigentes del PSOE, y desde luego sus socios de gobierno y sus avalistas empeñados en echar por tierra lo conseguido con el esfuerzo y sacrificio de tantos españoles bienintencionados.

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