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Artur Mas y la unidad perdida

Artur Mas, en realidad, está en el origen de todas las rupturas que ha sufrido la derecha separatista catalana

Los ex presidentes autonómicos Artur Mas y Quim Torra, en una imagen de archivo.

Àrtur Mas acudió a Faqs, el programa estrella de TV3 del sábado por la noche, para contar sus preocupaciones: «Com més divisions hi ha aquí, més forts són a Madrid, i nosaltres som més dèbils i més petits«, y hablar de su recién estrenado videoblog: A favor de la política.

El Nacional recoge algunas de sus frases: Si llego a saber que se rompe la unidad, no sé qué habría hecho. Pues dejar que sucediera, que es lo que hizo. En el balance de gobierno de la presidencia de Mas está la ruptura de la federación CiU, entre CDC y UDC; la ruptura de la coalición Junts pel Sí, con la que consiguió 62 escaños, entre CDC y ERC; la ruptura de su partido CDC, entre PDECat y JxCat, y sobre todo la ruptura social de la ciudadanía entre partidarios y adversarios de la independencia. No son daños colaterales sino rupturas conscientemente provocadas. Todo esto en cinco años; como para venir ahora a decir que le duele la pérdida de la unidad.

Al igual que el niño que cuando rompe algo dice que «se ha roto», hablando en impersonal, como si él no tuviera nada que ver, Mas no se siente culpable de nada: «Hay muchos responsables al mismo tiempo, una manera de hacer las cosas, unas condiciones objetivas como es la represión, la falta de unidad estratégica entre los socios nacionalistas, que lo único que hacen es engordar al adversario y debilitarnos…»

Cuando empieza a asomar una sombra de reconocimiento de que su gobierno, su partido, sus seguidores no iban con la verdad por delante, pronto elude la responsabilidad: «No se ha mentido de una manera obscena y voluntaria; ahora, si me dice que se han exagerado ciertas cosas y en algún momento no hubo una dosis de realismo suficiente, me lo aplico a mí mismo (…) Cuando yo, presionado por los socios de gobierno, dije que en dieciocho meses tenemos que estar preparados para dar el paso a la independencia, no fue una mentira pero sí un error.» Digamos pues que se exageró de una manera obscena y voluntaria.

Lo de los 18 meses no fue un desliz de algún exaltado marginal, sino que lo afirmaron los más altos dirigentes independentistas repetidas veces, y ocasiones para rectificar no les faltaron. Entre todos pergeñaron la hoja de ruta, todos juntos intentaron llevarla a cabo, y cada cual por separado pretende ahora desentenderse de las consecuencias.

Nada salió como esperaba

Nada salió como esperaba, dijo Mas en una entrevista en la Vanguardia el diciembre pasado, y es el resumen perfecto de estos años. ¿Cómo iba a salir algo bien si empezamos con una imposible cuadratura del círculo?: «“Prat de la Riba, el gran constructor con pocas herramientas, el del gobierno de los mejores, y Macià, el hombre de los ideales y la épica.” Esa era la simbiosis que buscaba Mas para su presidencia, pero “nada salió como esperaba”. “Hubo errores de percepción y variables imposibles”, confiesa.» Un objetivo que supera las propias fuerzas y que está más allá de las capacidades del país: un gran error de percepción. No fue sólo un error personal, fue una catástrofe colectiva. 

La mirada distante de Mas confirma que lo que se llamó el proceso independentista ya es materia para historiadores. Otra cosa es el conflicto creado por él y sus adláteres, que no se ha extinguido y puede aún generar momentos de tensión y hundir el país un poco más. Pero en todo caso se tratará de otro proceso. Y en eso está el Consell per la República, que, cuando está a punto de llegar a los 100.000 afiliados, finalmente se ha decidido a celebrar elecciones a su «Assemblea de Representants». Serán el último fin de semana de octubre y consistirán en elegir a 121 personas, 81 entre los afiliados rasos y 40 entre los cargos electos independentistas. De los primeros se han presentado 457 candidatos, y de los segundos, sólo 68. Será un paseo triunfal para el partido de Waterloo, ya que como reporta el diario Ara, ERC y la CUP se desentienden de las elecciones al Consell per la República.

«No hay rastro de dirigentes ni de caras destacadas de ERC o la CUP.» De ERC, «los regidores Adam Bertran (Girona) y Josep Llobet (Navata) y el exdiputado Joan Puig, de la corriente Primer d’Octubre, crítico con la línea oficial del partido». De la CUP,  «el miembro de Poble Lliure —la única organización de la CUP que participa en el Consell— David Hernández y la regidora Ona Curto». Van a ir de oyentes y para que no sea dicho que no van. En cambio, de JxCat están la presidenta del Parlament, Laura Borràs, y los eurodiputados Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí. Subraya el Ara que Ponsatí «se presenta a pesar de que salió hace poco del gobierno del Consell al considerar que estaba supeditado a dinámicas autonomistas»; esta mujer siempre va de farol y lo curioso es que le siguen haciendo caso.

Llama la atención que los tres partidos independentistas hayan llegado a ponerse de acuerdo en formar un gobierno autonómico real, pero sean incapaces de compartir un ámbito de discusión teórica, radicado en el exilio y que no estaría condicionado por las leyes vigentes en España. Parece que nadie más que sus inventores, es decir los fieles a Puigdemont, cree que el Consell per la República es lo que dice ser, es decir «el instrumento para acabar entre todos lo que aquel día empezamos». A pesar de lo que dice una resolución que aprobaron ERC, JxCat y CUP después de lo de Cerdeña: «El Parlament pone en valor la tarea del president Puigdemont al frente del Consell, legitimando la institución que tiene por objeto impulsar actividades de carácter político, social, cultural y económico destinadas a la implantación y materialización de un estado independiente en Catalunya en forma de república.» Mucha retórica y poca materialización.

Bienvenidos al 20%

Pero si algo llegará a materializarse, será porque se ha preparado en silencio, dice Andreu Barnils en Vilaweb: Quan els indis callen, alguna cosa tramen. La movilización, «ni se la ve, ni se la espera. Y éste es su drama y a la vez su gran oportunidad. Precisamente porque no es esperada, tiene posibilidades de éxito. Eso sí, implica que en silencio se trabaje. Gente formándose en desobediencia civil, en opciones gandhianas, en entrenamientos. Gente que no pierda ni un momento peleándose con los de la mesa de diálogo (tenemos dos manos y se pueden utilizar a la vez), sino que lo dedique a la formación individual, colectiva y secreta para movilizar la calle». 

Las grandes movilizaciones de masas, ordenadas y pacíficas, ya están amortizadas; ahora que vengan los golpes de comando. Cree Barnils que en un país donde «más del 50% de los votantes ha decidido votar opciones independentistas (…) la desobediencia civil tiene mucho campo por correr». Reconoce que «según las encuestas el 80% de los catalanes no está a favor de acciones unilaterales», pero a quién le importa: «Bienvenidos al 20%», dice, porque «hay acciones que deben ser minoritarias para ser efectivas». Hay que hacer un caso muy relativo de las encuestas, pero si alguien acepta que 4 de cada 5 ciudadanos de Cataluña está en contra de hacer más estropicios y aún así invoca a ese 1 de cada 5 para iniciar acciones por su cuenta y riesgo —por su propia cuenta y con riesgo colectivo— estamos o bien ante una ensoñación que sustituye la realidad por el deseo, o bien ante la confabulación de una minoría dispuesta a provocar el enfrentamiento civil. Gandhiano, por supuesto.

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