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Ada Colau aún preside el Ayuntamiento

Ada Colau, luciendo una mascarilla con los colores de la bandera republicana. EP.

El muy ecologista y anticapitalista Ayuntamiento de Barcelona se ha cargado un centenar de árboles en la calle Tánger, del Poblenou, con el dudoso pretexto de hacer un carril bici. Está claro que la flora sólo hay que defenderla si sirve para oponerse a algo útil como la ampliación del aeropuerto. Es una muestra más del disparatado gobierno de Ada Colau. 

Jordi Subirana, en Metrópoli Abierta, intenta responder a la pregunta ¿Por qué la oposición no echa a Colau de la alcaldía de Barcelona? ¿Cómo puede gobernar con tanta tranquilidad política, a pesar de la degradación creciente de la vida ciudadana? 

El descontento se puede constatar en los reiterados suspensos que le otorga el Barómetro semestral de Barcelona, una encuesta realizada por el mismo Ayuntamiento. Que la alcaldesa haya sido elegida líder en Europa de la red mundial de ciudades contra el cambio climático no sirve de consuelo ante la reciente oleada de botellones, amenizados con destrozos y saqueos; la suciedad crónica en las calles, con abundancia de ratas; la inquietante presencia de delincuentes campando por todos lados; las discrepancias ante la ampliación del aeropuerto o el proyecto del Hermitage, o el desastre del sistema de recogida de basura puerta a puerta, ya paralizado.

Desde posiciones independentistas se le disculpa el desgobierno y no se le reprocha más que su previsible falta de entusiasmo por otro referéndum secesionista, como cuando dijo, a las puertas de la Diada: «Es evidente que no hay ninguna condición ahora para plantear un referéndum a corto plazo, es irreal (…) Ha habido autoengaño y también ha habido promesas que sistemáticamente se incumplían por parte de los partidos independentistas (…) Creo que la gente ya no está para tonterías».

Lo de las tonterías ha dolido. Antoni Bassas le reprochó —Las tonterías de la gente y el Once de Septiembre— «calificar de “tontería” un instrumento democrático de aplicación internacional como es un referéndum; sobre todo dicho por una política de izquierdas que llegó a las instituciones al grito de “Sí se puede”. Quiero decir que si lo que está diciendo es que un referéndum es una utopía, su pensamiento político descansa sobre todas las utopías conocidas de un mundo más justo.»

En minoría y sin oposición

Colau consiguió la alcaldía en 2015 con sólo 11 escaños en un consistorio de 41. En 2017 bajó a 10 escaños y su lista ni siquiera fue la primera sino la segunda más votada; aún así, mantiene la alcaldía. Fue gracias a los socialistas (8 escaños), mediante acuerdo de gobierno, y al apoyo gratuito de Manuel Valls, Celestino Corbacho y Eva Parera, elegidos en una candidatura compartida con Ciudadanos. 

Valls, que había reconocido con orgullo ser el candidato de las elites, justificó su voto sin condiciones como una maniobra para evitar un alcalde independentista, Ernest Maragall, el número uno de la lista de ERC, también con 10 escaños y la más votada. Con más pena que gloria, Valls abandonó el ayuntamiento definitivamente el pasado verano, y volvió a Francia, donde ya en marzo Le Figaro afirmaba que vuelve de su travesía del desierto, «después de su fracaso en las municipales de Barcelona».

Como en el chiste de Capri, el amor se va, pero ella se queda; el amor de Valls por Barcelona se va, pero Ada Colau se queda. Volviendo al artículo de Metrópoli Abierta sobre «por qué la alcaldesa gobierna sin apenas oposición y por qué no se echa a Colau del gobierno», aporta la opinión de Xavier Tomàs, que trabajó para el alcalde Xavier Trias (2011 – 2015): «Mientras la oposición a Hereu (2011) [por parte de Trias] y a Trias (2015) [por parte de Colau], era tanto política como social, la oposición a Colau, tanto en 2019 como en la actualidad, es mucho más social que política, en el sentido de recursos destinados a la campaña electoral (especialmente en redes sociales), intensidad de la misma y proyección de una alternativa». Es decir que, aunque el malestar de la ciudadanía ha aumentado, la clase política en su conjunto no se lo toma en serio. Y, por razones que tardan en explicar, no parecen temer un tercer mandato de Colau si las próximas elecciones, en mayo de 2023, lo propician.

La posibilidad de una moción de censura existe. La iniciativa está en manos de los socialistas, si se deciden a romper con Colau, o de ERC; pero los unos o los otros tendrían que ponerse de acuerdo o bien entre sí o bien con otras formaciones, y en cualquier caso aparecería la discrepancia sobre asuntos ajenos al gobierno municipal, como es el de la independencia. La cuestión es si hay que esperar a la resolución de un contencioso que se decide en más altas instancias para empezar a tomar decisiones drásticas que frenen la decadencia de Barcelona. 

Astrid Barrio señala que «en el Ayuntamiento los partidos no aplican una lógica estrictamente municipal para alcanzar acuerdos o votar, y tienen en cuenta muchas otras variables más allá de la ciudad, como el tema independentista», siguiendo «una lógica perversa que no tiene en cuenta a la ciudadanía». 

Toni Aira afirma que «la gran suerte que tiene ahora la alcaldesa es que no hay nadie en el otro lado (…) No hay nadie en la oposición que se contraponga a ella y que contraponga un modelo que pueda intentar desplazar su propuesta». Es decir que no hay un candidato lo suficientemente dispuesto a denunciar los despropósitos y los desvaríos del gobierno actual —tampoco es tan difícil cuando saltan a la vista— y encabezar una alternativa.

Manifestación el 21 de octubre

Precisamente, Alberto Fernández Díaz, que fue concejal por el PP del 2003  al 2019, afirmaba en su Facebook el mes pasado: «Cuando un gobierno lejos de ser motor es lastre (…) Cuando todo son trabas a emprendedores y proyectos que crean empleo y la ciudad se deteriora en los servicios que presta (…) los partidos deben poner Barcelona por encima de sus siglas partidistas y sumar una alternativa. ¡Moción de censura ya!» Y casi suplicando: «Quienes no sean capaces de dejar de lado sus diferencias por la independencia y unirse por Barcelona, ¡mejor se vayan a su casa!»

Como muestra del descontento reinante, más que como embrión de una alternativa, está la manifestación convocada por un montón de gremios y asociaciones para el 21 de octubre, a las 19.00 horas, en la plaza Sant Jaume. Se llaman Barcelona es imparable y denuncian que «hace años que vemos pasar oportunidades que podrían situar a la ciudad en el epicentro de sectores estratégicos en el ámbito internacional».

En su manifiesto se percibe el esfuerzo por no señalar culpables políticos y no ir más allá de los buenos deseos: «Queremos que Barcelona recupere el liderazgo y el dinamismo que la han llevado a ser una de las mejores ciudades del mundo donde vivir.» Para recuperar el terreno perdido, Barcelona necesita que sus instituciones, el Ayuntamiento en primer lugar, sean motor y no obstáculo. Si «queremos un modelo de desarrollo que impulse la economía en todos los ámbitos, que valore el espíritu emprendedor y que dé oportunidades a quienes quieren crear riqueza» está claro que no será con Ada Colau presidiendo el consistorio.

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