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Un manifiesto constitucionalista para volver a la normalidad

Un momento de la presentación en Barcelona del Manifiesto Constitucionalista.

Ha aparecido un manifiesto que aspira a unir «el espacio ideológico que se reconoce bajo la etiqueta de constitucionalismo», como dice la crónica de la Vanguardia dedicada a su presentación el lunes 15 de noviembre. Constitucionalismo es el nombre que recibe la normalidad en estos tiempos revueltos. 

«Recuperar la lealtad institucional y la neutralidad de las instituciones —dice el manifiesto— es necesario para normalizar la vida cotidiana de los catalanes.» La normalidad la perdimos cuando el independentismo, antaño minoritario y disperso, se organizó entorno al poder autonómico y decidió chocar contra un muro —metáfora más adecuada que el manido «choque de trenes»—. El independentismo podría ser otra cosa, y no sólo en teoría, pero el independentismo realmente existente «es decadencia social y regresión económica, antieuropeísmo y aislamiento». Las pruebas están a la vista.

El muro resistió, y tuvimos exilio, juicio, cárcel, negociaciones e indultos, pero la normalidad no se recuperará hasta que se produzca una alternancia. Hace falta un gobierno en la Generalitat que, con o sin independentistas, recupere el papel que le corresponde en el Estado de derecho; que no repita una y otra vez que quiere «volverlo a hacer», y que sea motor de prosperidad y no de empobrecimiento.

Unionismo rabioso

En la República, digital de Joan Puig —que acaba de ser elegido para la asamblea de representantes del Consell per la República—, califican el manifiesto de ataque de rabia del unionismo y afirman que «es curioso que hablen de neutralidad personas abiertamente españolistas y de derechas». Al parecer, en Cataluña sólo se puede hablar de neutralidad desde el extremismo izquierdista y secesionista. O más bien, se espera que los que se desmarcan de dicho extremismo callen para siempre.

En el Nacional, de José Antich, cuentan que el españolismo se conjura a unirse, «cansado de la irrelevancia en la cual ha caído», para «concorrir unido a las próximas elecciones». Entre otras frases de los presentadores del acto, destacan esta de Eva Trias, «empresaria hotelera que alojó guardias civiles durante octubre del 2017» —flagrante delito de lesa patria imaginaria— y que «desde que mostró su rechazo al 1-O ha sufrido amenazas de muerte, insultos, pintadas y ha visto afectada su vida personal»: «Su finalidad ha sido la de conseguir la decadencia de Catalunya.» Si era o no la finalidad, importa poco; la verdad es que lo han conseguido.

El decálogo del historiador

Vale la pena reproducir, de la crónica de Pablo Planas en Libertad Digital, lo que llama el decálogo del historiador, los diez puntos clave enunciados por Jordi Canal: 

«1. Cataluña es plural y no puede ser gobernada como si toda Cataluña fuera independentista.

»2. Cataluña está fracturada a causa del proceso separatista y necesitamos recoser esta sociedad.

»3. Cataluña está sumida en la decadencia y el desprestigio.

»4. Cataluña está sometida a un régimen nacionalista que es “totalista”.

»5. Los nacionalismos catalán y vasco son desleales al Estado y por mucho que digan que van a cambiar no cambian nunca. Han sido desleales desde la Transición.

»6. No puede ser que sean los nacionalistas catalanes quienes condicionen la gobernabilidad de España, hay que revertir esta situación.

»7. Vivimos en una época de populismos nacionalistas y de extrema izquierda.

»8. Hay un uso y abuso de la lengua y de la historia. Cataluña no fue una nación en la Edad Media ni un Estado en la moderna. Se ha construido una historia ficción al servicio de la política. Cataluña es bilingüe y hay que cumplir las sentencias sobre el español en las escuelas.

»9. En 2017 fuimos capaces de vencer al nacionalismo y romper la espiral del silencio. Debemos hacer lo mismo, no debemos callar nunca más.

»10. El proceso continúa. Lo volverán a hacer, pero han aprendido de sus errores. Ya lo están haciendo, debemos estar alertas.»

Términos archiconocidos

Un artículo de Pep Martí en Nació Digital, La migradesa unionista, analiza un poco el manifiesto, destacando la ausencia de novedades y que «se insiste en los términos archiconocidos» —lo grave no es la reiteración, sino que esos términos no hayan perdido vigencia—. También observa «un añadido nuevo», que «el portavoz del manifiesto [Joan López Alegre] invita a Vox a integrarse en esta plataforma que se quiere superadora de siglas y partidos. La necesidad de sumar la extrema derecha a un proyecto que se reclama constitucionalista para tratar de reforzar expectativas no puede traer nada bueno».

Es como mínimo curioso que, desde una posición que ha desplegado su hoja de ruta haciendo caso omiso de la Constitución y del Estatut, se denuncie el supuesto anticonstitucionalismo de Vox, como si la aspiración de reformar algunos puntos de la Constitución fuera inconstitucional —ni mucho menos, para eso está el Título X—. «Cambiar es posible —recuerda el manifiesto—, pero el respeto a la ley para llevar a cabo los cambios es imprescindible.»

Yendo más allá del manifiesto, Pep Martí critica al unionismo que se dirija «tan sólo a una parte de los “catalanes no independentistas”, respecto a los cuales se quiere erigir en portavoz en clave victimista, acusando incluso al Estado de desatenderles y dejarles abandonados a su suerte». Distingue entre el «ala dura del unionismo», que serían Vox, Ciudadanos y PP, y toda la «Cataluña no independentista», donde «el PSC lidera con comodidad». El recurso al divide y vencerás es comprensible, pero no hay que olvidar que, como recuerda Joan López Alegre en esta entrevista, «está claro que en el constitucionalismo hay movilidad del voto entre partidos».

Las estelades han envejecido

Los manifiestos envejecen enseguida, y aún es pronto para decir si éste influirá decisivamente en la política catalana. Las listas electorales, que desgraciadamente siguen siendo cerradas, las confecciona el comité central de cada partido. Es dudoso que el partido más votado en las últimas elecciones catalanas, el PSC (33 escaños), se presente en coalición con el menos votado, el PP (3), siendo los grandes rivales a nivel español. Ciudadanos (6) tuvo su oportunidad y la dejó pasar, y en cuanto a Vox (11), preferirá mantenerse al margen, ya que poco puede hacer por el momento dentro de los límites que marca la Unión Europea.

Sea como sea, corresponde a los partidos traducir las grandes líneas que señala el manifiesto a propuestas concretas, con el objetivo compartido de «derrotar en las urnas tanto al nacionalismo como al populismo». Se trata de convencer a muchos ciudadanos que, más allá de querellas insolubles y de resentimientos históricos, sus intereses van a estar mejor defendidos por los defensores del Estado de derecho que por los testarudos visionarios de repúblicas ordenancistas.

Fernando Ónega, en la Vanguardia —Cinco años después—, anota sus observaciones de un viaje a Barcelona: «Las estelades han envejecido y son menos. Hay taxistas que quieren hablar más de Ayuso que de Colau. El ambiente es bastante crítico con el Govern y oí varias veces la frase “si no hay seguridad de futuro, malamente puede haber quien invierta”.» Pues eso, sólo quien nos devuelva la confianza en el futuro podrá vencer en las próximas elecciones.

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