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Ecos Independentistas/ La guerra de Ucrania, vista desde Cataluña

Bombardeo ruso sobre Ucrania.

Rusia invade Ucrania. Y el independentismo se pregunta ¿de parte de quién nos ponemos? Dada la visión infantil que ha demostrado tener de los conflictos mundiales, la cuestión es determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos.

Ya el mismo día 23 de febrero Vicent Partal intenta clarificar algunos puntos —Deu preguntes des de l’independentisme…— para llegar a esta pragmática conclusión: «La obligación del independentismo es hacer la independencia tan rápido como sea posible, aprovechando todos los recursos que tenga a su alcance. Y esto hace que sea absurdo el rechazo de hipotéticas ayudas de cualquier país, así de entrada y de forma categórica. Incluso si estas ayudas fueran claramente interesadas.» ¿Incluso? ¿Alguien puede concebir que las eventuales ayudas puedan ser desinteresadas?.

Somos la esperanza

En su editorial del día siguiente, Partal presenta un amargo resumen del panorama actual, donde se mezcla todo, desde la desintegración de la Unión Soviética hasta la gente que no puede cobrar su dinero porque no entiende cómo funcionan los cajeros automáticos, y para conjurar el pesimismo, afirma: «Contra todo esto, sí, estamos solos. Más vale saberlo y asumirlo. Si no olvidemos, sin embargo, que, sentados detrás de todo tipo de pantallas, enojados, cabreados, coléricos, indignados, cansados, peleados, pero conjurados en nuestra estricta soledad a no bajar nunca los brazos ni a agachar nunca la cabeza ante nada ni nadie, nosotros somos la esperanza.

En diez años hemos pasado de oír cada día que «el mundo nos mira», a reconocer que estamos solos. Algo hemos avanzado si se abandonan aquellos ensueños que sólo podían acabar generando frustración. Primero hicieron circular la idea que la UE nos aceptaría como nuevo estado en su seno tan pronto terminara el recuento de las papeletas referendarias. Luego que, en cuanto proclamásemos la independencia, nos iban a reconocer en cadena una serie de potencias, y quien más quien menos tenía un amigo en Israel o en Eslovenia que le aseguraba que todo estaba a punto. Vana palabrería.

Además, han trascendido especulaciones sobre negocios con criptomonedas y soldados rusos que aparecerían en Cataluña para lo que hiciera falta —David Madí y Xavier Vendrell acogen con escepticismo el plan que les traza Víctor Terradellas—. Incluso, en 2013 apareció en TV3 un genial estratego que sugería ofrecer a la China puertos catalanes «para que pudieran tener su marina en el Mediterráneo, es decir sus portaaviones y sus submarinos nucleares», o sea «traer a nuestro lado un primo de Zumosol» —¡la expresión es suya!—. Para redondearlo, al final presenta Ucrania como modelo, ya que «tiene un puerto para Rusia». Y no se extendió más porque el presentador ya estaba un poco harto del tema.

Han trascendido especulaciones sobre negocios con criptomonedas y soldados rusos que aparecerían en Cataluña para lo que hiciera falta.

Exhibir discurso propio

Esther Vera, en el Ara, se pregunta ¿Dónde se detendrá Putin?: «La invasión de Ucrania por parte de una potencia nuclear agresiva y desafiante a las puertas de la OTAN tiene un potencial expansivo que hace temblar (…) La Unión Europea y la OTAN no intervendrán fuera de su territorio, ¿pero asistirán impasibles a la apropiación lenta y segura de un país y a la imposición sobre quienes son sus vecinos?» ¿Hay que contestarle? Pues sí, la respuesta es sí.

«La Unión Europea y la OTAN no intervendrán fuera de su territorio, ¿pero asistirán impasibles a la apropiación lenta y segura de un país y a la imposición sobre quienes son sus vecinos?»

Esther Vera

Joan Vall Clara, en el Punt, renuncia a entender a los rusos: «Quien los entienda que los compre y saque de la circulación a los cabecillas que les han llevado adonde están. Está todo claro en esta vergonzosa y vergonzante agresión (…) Nos movilizaban masivamente contra la guerra de Irak y ahora hay cuatro gatos en las calles.»

Ferran Cases, en Nació DigitalUcraïna catalana—, sostiene que los «unionistas» tienen bastante con adherirse a las posiciones de la OTAN y de la UE, pero que los independentistas, «deseosos de jugar algún papel en el tablero internacional», han de «poder exhibir un discurso propio, yendo a rematar todos los balones». Y cita como ejemplos una declaración de JxCat en que afirma que «Ucrania es un estado soberano, y no se puede amenazar ni cuestionar su existencia» —¿la de España sí?— y unas frases de Oriol Junqueras arrimando el ascua a su sardina a propósito de la importancia de las mesas de negociación. Brillantes como nunca.

Nadie arriesga nada

La firmeza, al menos aparente, del presidente ucraniano Zelenski ha sido aprovechada para minar aún más la figura del presidente Puigdemont. Como muestra, esta imagen, con el derroche de frivolidad propio de las redes sociales.

«La firmeza, al menos aparente, del presidente ucraniano Zelenski ha sido aprovechada para minar aún más la figura del presidente Puigdemont».

Salvador Sostres, el día 27 en AbcZelenski explicado a los catalanes—, ahonda en la herida:

«Zelenski está arriesgando su vida por defender a su pueblo de un ataque que no se ha buscado, y que ha tratado de evitar de todos los modos posibles. Puigdemont asomó a los catalanes al abismo y bastó una querella presentada por el fiscal general para que se escondiera y se fugara (…) Nadie quiere ni quiso nunca matar a Puigdemont, como mínimo nadie que no sea de Esquerra Republicana. Comparar la intervención de la Policía en el referendo ilegal del 1 de octubre con la agresión de Putin —como algunos dirigentes independentistas han hecho— es ofensivo para cualquier inteligencia. El presidente fugado declaró la independencia por motivos personales —para que Oriol Junqueras no le ganara las elecciones— y huyó por motivos igualmente personales, sin tener en cuenta las esperanzas que, aunque fuera falsamente, había insuflado a sus seguidores.»

«Zelenski está arriesgando su vida por defender a su pueblo de un ataque que no se ha buscado, y que ha tratado de evitar de todos los modos posibles. Puigdemont asomó a los catalanes al abismo y bastó una querella presentada por el fiscal general para que se escondiera y se fugara».

Salvador Sostres

Sostres da un repaso al país entero: «El independentismo sin ningún escrúpulo se jugó lo mucho que teníamos a cambio de un beneficio altamente incierto y en cualquier caso no arriesgó nada por defenderlo.» Pero «tampoco la parte constitucionalista de Cataluña, mayoritaria, ha brillado por su valentía, por su inteligencia ni por su capacidad estratégica. Gran parte del empresariado, contrario por motivos obvios a la sedición, ha especulado y ha intentado esquivar el conflicto. Pocos han fijado una posición clara y muchos menos la han defendido en público. En privado se han quejado, pero como Puigdemont, sin arriesgar nada, y si bien no se han fugado, han abandonado a una sociedad que desde luego se equivocó si alguna vez les tuvo de referentes por algo más que por ser ricos.»

La desestabilización de Occidente

En el capítulo cómico, hay personajes como Santiago Espot que se apuntan a cambiar el mundo desde el sofá. Del día 22 es este tweet en que pide «aprovechar la crisis española del PP y el conflicto Rusia – Ucrania. ¿Cómo? Levantando declaración independencia y, como primer gesto internacional, reconociendo a las repúblicas de Donetsk y Lugansk». Vaya vuelco radical a las hostilidades que se produciría. Seguro que con eso Cataluña se ganaría un puesto fijo en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Lola García, en la Vanguardia del 27, inquiere qué hubiera pasado si Rusia llega a reconocer a Catalunya; pero sólo para constatar que «ese supuesto no estuvo nunca cerca», a pesar de «la estrategia de desestabilización de occidente que emana del Kremlin».

«El no a la guerra es tan fuerte en Catalunya que difícilmente el independentismo se manifestará a favor de Putin, ni siquiera para defender la autodeterminación de un territorio. Quizá por eso la mayoría ha optado por respaldar a Ucrania. Habrá que concluir que el apoyo al derecho de autodeterminación en Catalunya se ejerce como en España o el resto del mundo: depende de quién lo practique y respecto de qué país.» El no a la guerra en Cataluña, como en toda España, es básicamente: no a cualquier guerra iniciada o sufrida por los Estados Unidos. No va más allá; ante otros conflictos, mira para otro lado, y ni sabe ni contesta.

A la guerra hay que decirle sí

En la misma Vanguardia, Francesc-Marc Álvaro El carnaval de Putin— dice que «la invasión rusa de Ucrania —con sus bombas, sus heridos, sus muertos y sus desplazados— me ha quitado las ganas de celebrar el carnaval». Debe ser el único. Aunque no lo dice abiertamente, aquí no se ha suspendido ninguna fiesta de carnaval, por más lamentos y anuncios de sanciones que prodiguen las autoridades.

«La invasión rusa de Ucrania —con sus bombas, sus heridos, sus muertos y sus desplazados— me ha quitado las ganas de celebrar el carnaval»

Y acierta plenamente al señalar que «en el Kremlin no van de farol y, además, gozan de una gran ventaja: saben que en París, Berlín, Roma y Madrid ningún gobernante está hoy dispuesto a justificar que mueran soldados de sus respectivos países para defender la soberanía de Ucrania».

En el Nacional, Bernat Dedéu La guerra— subraya una de las «especialidades más ancestrales» de los catalanes: «ponerse al lado del perdedor»: «En las próximas semanas, Catalunya se envolverá toda de amarillo y azul, los procesistas de Òmnium organizarán recitales de poesía ucraniana y TV3 buscará desesperadamente nuevos mártires y cadáveres alrededor de Kiev, explicándonos a diario que Vladímir Putin es muy pero que muy mala pécora.»

«En las próximas semanas, Catalunya se envolverá toda de amarillo y azul, los procesistas de Òmnium organizarán recitales de poesía ucraniana y TV3 buscará desesperadamente nuevos mártires y cadáveres alrededor de Kiev».

Bernat Dedeu

Así juzga a los personajes del momento, con un malévolo paralelismo que poco aporta: «Servidor admira que Zelenski, en vez de declarar la soberanía de su país y huir a pasar el fin de semana con la familia por si acaso te meten en chirona, aguante con gallardía el embate de quien sabe que lo puede arrasar. Y de Putin envidio que escarnezca la revolución de las sonrisas y apueste por la única cosa que importa en política; tener poder, mantenerlo y prolongarlo.»

Y acaba poniénsose estupendo: «Dicho esto, espero que el retorno al régimen autonómico no implique que nos españolicemos (todavía más) entonando la mandanga del no a la guerra. A la guerra hay que decirle sí, primero porque es inevitable y, en segundo lugar, porque es la cosa más humana del mundo. Detened las cancioncillas de Lluís Llach y la poesía barata.»

En los momentos importantes realmente importantes, conviene separar el grano de la paja.Y ahí queda este párrafo de Enric Juliana en la Vanguardia del día 24 —Ucrania y Catalunya—: «El conflicto de Ucrania enciende un potente semáforo rojo a toda declaración unilateral de independencia en el interior de la Unión Europea. Y por añadidura, el puerto de Barcelona, donde se halla la mayor planta europea de regasificación de GNL (gas licuado), se convierte en un nódulo de máximo interés en los planes de contingencia ante una eventual crisis de suministro de gas desde Rusia. A todos los efectos, Catalunya es hoy territorio OTAN. De la fantasía de los diez mil soldados rusos a exigir severas sanciones contra Moscú. Los actuales gobernantes catalanes han tomado posición. Con el público pendiente del espectáculo del Partido Popular en Madrid, estos días se está produciendo un significativo cambio de agujas en Barcelona.»

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