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Hacia un independentismo menos amable

Separatistas en el Aeropuerto de Barcelona convocados por Tsunami Democràtic en octubre de 2019.

Son tiempos de reorganización interna, de renovación de cargos, de revisión de tácticas. Carles Puigdemont se ha despedido de su partido, JxCat, que el próximo 4 de junio deberá elegir un nuevo presidente. Lo ha hecho a través de una misiva en la que sin embargo no se desvincula espiritualmente del partido puesto que éste «asume en sus postulados fundacionales lo que me llevó a hacer política, lo que me llevó a aceptar la presidencia de la Generalitat de Cataluña, lo que nos ha llevado al exilio y prisión, y a continuar el trabajo que tenemos pendiente de hacer».

Puigdemont está «muy satisfecho de que el nuestro no haya sido un partido en el sentido clásico, vertical, rígido y con pensamiento único» sino que «fomenta las corrientes internas» y «no teme el debate ni la confrontación de ideas». Esto contrasta con la impresión generalizada de que en la confección de las listas de JxCat el único criterio que importa es el del ilustre exiliado —lo que tampoco es una excepción en el mapa político catalán—, así como la capacidad de amplificar las consignas emitidas desde Waterloo.

La ANC ya está en campaña para renovar su secretariado nacional, órgano de 77 miembros que a su vez elegirá una nueva junta directiva. Las elecciones serán del 10 al 14 de mayo, y no serán muy reñidas puesto que se han presentado ¡85 candidatos! Tanto jaleo electoral servirá pues sólo para ver quiénes son los 8 que se quedan de reservas.

¿ANC o Consell per la República?

Agustí Colomines, en el Nacional el 2 de mayo, comenta estos lances de la mal llamada —sociedad civil: «Cuando los medios de comunicación se refieren hoy a la sociedad civil, no están hablando del conjunto de asociaciones, entidades e instituciones no políticas que pretenden desarrollar una actividad social de carácter educativo, cultural, sociopolítico, sindical, etc., sino de la ANC y Òmnium», cuya «misión no ha consistido en mediar entre la comunidad y el poder (…) sino que ha sido directamente política».

Por una parte Òmnium Cultural, que cuando Jordi Cuixart renunció a presidirlo «ya llevaba tiempo rebajando su protagonismo político», algo que «la mayoría de la gente cree que fue consecuencia lógica de la proximidad de esta entidad con Esquerra», y por otra la Assemblea Nacional Catalana, que «dio un giro completamente diferente, porque Jordi Sànchez entró en prisión como presidente de esta entidad y salió como secretario general de Junts».

Según Colomines, «la ANC se encuentra en una encrucijada repleta de incertidumbres (…) Lo primero que deberá resolver es su relación con el Consell per la República, porque las coincidencias entre ambas entidades son evidentes y porque nos encontramos en un periodo de reconstrucción». En cuanto a la idea de presentarse a las elecciones, cree que ahora «no se trata de fundar otro partido más. Sólo hay que encontrar los dirigentes políticos que estén dispuestos a liderar uno, entre los ya existentes, que no actúe condicionado por la derrota, ni que se tire al monte con propuestas antisistema o con un radicalismo artificial, pero que sea inequívocamente independentista». Debemos entender pues que los hay que son equívocamente independentistas.

Lo que pide es la cuadratura del círculo. Tirarse al monte con propuestas antisistema y con un radicalismo artificial es la definición de lo que hasta ahora ha sido JxCat, con el agravante de su nula credibilidad viniendo de gente que no han dejado de ser convergentes de toda la vida.

Somos demasiado obedientes

Vilaweb entrevista a Joan Matamala, quien afirma que el problema que tenemos es que somos demasiado obedientes. Presentado como «la persona que ha sido más espiada, superando incluso a Gonzalo Boye, con el programa Pegasus, pero también con el programa Candiru, entre los años 2019 y 2020», y «fundador de la Fundació Nord, que impulsa el voto electrónico y el blockchain»; militante de JxCat y próximo a Carles Puigdmont, afirma: 

«El problema que tenemos ahora es la clase política. Los políticos no están preparados. O lo hacemos la sociedad civil, o… El problema es que somos demasiado obedientes. Nunca deberíamos haber abandonado el aeropuerto, nunca. Esto fue una cobardía política,  absoluta. Soy muy crítico con la clase política y con mi partido. No de ahora, de siempre. Pero también dejo una clara cosa: no lo haremos sin los partidos ni los políticos. ¿Qué hace mover a los políticos? La presión. Sin presión social, nada.»

La ocupación del aeropuerto, promovida bajo el nombre de Tsunami Democràtic, fue el 14 de octubre de 2019. Miles de personas colapsaron los accesos y se llegaron a cancelar 108 vuelos. Hubo enfrentamientos con la policía y un centenar de heridos. Fue una demostración de un día, pero aún hay quien cree que había que haber mantenido la posición hasta que la escalada consechara una buena cantidad de muertos.

Matamala recurre a la habitual apelación a la buena gente para que presione a las elites traicioneras: «Me preocupa (…) la posición de los partidos políticos, y en consecuencia del gobierno. Es un desastre. Al igual que ERC ha demostrado que ha abandonado este camino, Junts, que creía que iba por otros caminos, ha demostrado que hace seguidismo de las políticas de ERC. Y esto debe acabar. Pido a los dirigentes que se pongan las pilas. Si no reaccionamos, volverán a hundirnos.»

Hay que molastar

También en Vilaweb encontramos a un actor, Roger Coma, ahora presentador de televisión, que dice que lo de “ni un papel en el suelo” ha hecho mucho daño al independentismo. Se refiere a la consigna dada en las grandes concentraciones organizadas por ANC y Òmnium para no hacer destrozos ni dejar basura a su paso. Ese propósito de dar una imagen de gente de orden, amable y respetuosa puede que ya esté amortizado.

En su opinión, «el independentismo es un movimiento explosivo que no puede ser conciliador, no puede ser amable. Es una oposición, una reacción. Pero como no queremos quedar mal, hacemos una especie de independencia teórica. En nuestra mente nos sentimos independientes (…) Lo de “ni un papel en el suelo” ha hecho mucho daño. Los catalanes tenemos esa cosa social de destacar poco, de querer hablar flojo (…) Y hay que molestar a alguien en la vida. Pero esto creo que lo aprendes de mayor y yo no sé todavía si lo he aprendido». 

Como consuelo a la decepción, se concluye que con buenas maneras no se consigue nada —no nos hacen caso, no nos dejan votar, nos apalean, y ahora nos espían—, y a eso obedece el fracaso cosechado. Por consiguiente, ante «los retos que tenemos por delante» o «el nuevo embate democrático», se va abriendo paso la idea que hay que armarse de valor y ser menos amable. 

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