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Gran victoria del PP en Andalucía

En el centro de la imagen, Alberto Núñez Feijóo y Juanma Moreno (PP).

La alternancia es una característica de la democracia parlamentaria, pero en España se lleva mal. Sobre todo, lo lleva mal la izquierda. Lo llevaron muy mal en 1933 al reaccionar a la victoria de las derechas con violencia, huelgas y levantamientos, precipitándose por la pendiente que llevó a la guerra civil. Y lo siguen llevando mal estas últimas décadas esgrimiendo siempre la idea: si no vas a votar —a votarnos a nosotros—, ellos vuelven; como si una victoria de la izquierda tuviera que ser para siempre.

Entre el turnismo de los partidos dinásticos a finales del XIX, que se alternaban en el gobierno concertadamente sin pena ni gloria, y ver la alternancia como un castigo divino, debería haber un término medio. El poder desgasta. Es cierto que no tenerlo desgasta más, como decía Andreotti, pero si no se alteran las reglas del juego, llega un día que el electorado derriba a los que están en el gobierno y encumbra a los que estaban en la oposición. 

Los socialistas han gobernado Andalucía durante cuarenta años, hasta que en 2019, aun siendo el PSOE la llista más votada, el PP consiguió la presidencia mediante el apoyo de Ciudadanos y Vox. La jugada ha sido revalidada por los electores, que han dado al PP la mayoría absoluta. No hay una ley no escrita por la que los andaluces tengan que votar mayoritariamente al partido socialista de por vida. Pura alternancia, y necesidad de alternancia.

También llegará un día la alternancia a Cataluña, y acabará la mayoría independentista en el gobierno desde 2012, con el segundo mandato de Àrtur Mas. El discurso independentista ha conseguido fidelizar a su electorado desde entonces, pero todo tiene un límite. Hay gente que se va hartando, al ver que después de haber asumido desafíos imposibles, proyectos irrealizables y promesas incumplidas, a cambio sólo obtiene tributación desmesurada, empobrecimiento del país y degradación de la convivencia. 

Una izquierda anticuada

Al día siguiente de las elecciones, Javier Aroca, en el Periódico, proclama Cambio absoluto en Andalucía: «Los resultados electorales en Andalucía alumbran la primera mayoría absoluta del PP en su historia de autogobierno. Los datos del escrutinio superan cualquier previsión, nadie fue capaz de prever unos resultados tan contundentes. Es un nuevo paradigma, la Andalucía socialista cede.»

Ante ese nuevo paradigma, «las izquierdas no saben cómo explicarse, se justifican mal, y ahora que han sufrido el desastre aparecen en sus justificaciones más como proyectos anticuados o prematuramente viejos que como jóvenes capaces de reaccionar y aprender».

Enric Sierra, en la Vanguardia, habla de Andalucía como síntoma: «Con la prudencia que obliga saber que no son lo mismo unas elecciones autonómicas que unas generales, las tendencias que marcan los resultados de ayer son evidentes. El PP confirma un claro ascenso electoral, el PSOE se estanca, la ultraderecha frena, la izquierda morada se desinfla y Ciudadanos se desvanece.»

Aceptando como evidente que «la guerra de Ucrania, la pérdida de poder adquisitivo con la inflación disparada, el alto coste de la energía y el temor real en Europa a que pueda haber restricciones en el suministro de gas para este mismo invierno dibujan un escenario inquietante», lo que sería digno de mención es que los electores no se radicalizan en exceso y se concentran en un partido alineado con la UE.

Más gestión, menos ideología

David Miró, en el Ara, sentencia que gana Feijóo y pierden Sánchez, Ayuso y Abascal. La pregunta es «¿hasta qué punto es extrapolable el efecto Juanma [Juan Manuel Moreno Bonilla] al resto de España? Pues de entrada hay que decir que es más extrapolable que el efecto Ayuso, porque indica que votantes de izquierdas están dispuestos comprar el discurso de moderación ideológica y énfasis en la gestión que ahora quiere imprimir Alberto Núñez Feijóo al PP. Así pues, mientras Ayuso gana en base a polarizar con la izquierda, Moreno lo ha hecho seduciendo a sus votantes. La presidenta madrileña, partidaria de tener buenas relaciones con Vox, es una de las derrotadas este domingo».

Polarizar es otra manera de seducir y sería muy aventurado decir que esta táctica ha quedado descartada. El PP, para llegar a la Moncloa, deberá armonizar liderazgos y tendencias que sólo en una aproximación superficial parecen incompatibles. Precisamente, de lo que sufre el PSOE actual es de haber abandonado la solidez socialdemócrata de otros tiempos y de haberse instalado ideológicamente en la extrema izquierda, asociándose con fuerzas heteróclitas y nada fiables.

Añade Miró que «en Ferraz saben que sin Andalucía es muy difícil que la izquierda retenga la mayoría en el Congreso. El presidente español, Pedro Sánchez, está condenado a cambiar de estrategia y a hacer alguno de sus habituales golpes de efecto en forma de crisis de gobierno. Aun así, nada le funcionará si la inflación no baja y la crisis no remite». Esto no va a suceder, y para paliar el estropicio el electorado se decanta por un giro a la derecha. Si de los 12 escaños de Córdoba, 7 son del PP y 1 de Vox, ¿qué no va a suceder en otras provincias menos inclinadas a la izquierda?

Siempre se dicho que las victorias socialistas dependen de sus resultados en Andalucía y en Cataluña, que en el Congreso de los Diputados les corresponden 61 y 48 escaños respectivamente, con lo que el futuro inmediato se le presenta complicado al PSOE. Ahora pierde Andalucía y en Cataluña no se sabe si va o si viene, si va a desactivar el bloque independentista —que, sea o no sincero, persiste en afirmar que lo volverá a hacer— o si viene a apoyar su supervivencia.

Sin Andalucía, no hay victoria en España

Carles Castro, en la Vanguardia el martes 21, explica que no es verdad que Andalucía haya sido siempre de izquierdas. No hacía falta remontarse a las elecciones de febrero de 1936, en las que «el Frente Popular habría cosechado algo más del 52% de los votos, frente a las formaciones conservadoras, que habrían rozado el 48%»; bastaba con ver las elecciones de 1977 y de 1979, donde aparece «una correlación aún más ajustada entre izquierda, por un lado, y centro y derecha, por otro: un verdadero empate técnico en torno al 49%». 

Entonces, el PSOE decidió convertirse en «el partido nacional de Andalucía», o la CiU del sur, como dijo hace años Enric Juliana. Recuerda Castro: «Los socialistas, con su núcleo sevillano a la cabeza, saben que, sin ganar en Andalucía, no hay victoria posible en España. Y, por ello, modifican el relato y se convierten en el partido que con mayor ahínco defiende el autogobierno andaluz. De hecho, cambian incluso el cartel y ponen al frente de la operación a un socialista entregado a la mística del andalucismo: Rafael Escuredo».

Esto ha durado hasta el domingo pasado: «La izquierda radical se suicidó a través de una dispersión que restaba credibilidad a su discurso buenista y voluntarista. La ultraderecha se consolidó como el receptáculo natural de los sectores más apocalípticos y refractarios de la sociedad andaluza, y el PP hizo lo propio como el nuevo “partido central de Andalucía” desde un sutil andalucismo español. Los populares arrollaron a un PSOE lastrado en su identidad por los forzados pactos de Pedro Sánchez con el secesionismo en el Congreso.»

Los tontos útiles del anticatalanismo

Pilar Rahola se divierte comentando la extinción de Ciudadanos, los tontos útiles del anticatalanismo, que en Andalucía ha pasado de 21 diputados a 0. Es un partido que «nació pura y exclusivamente para hacer daño al catalanismo, para hacer daño a los derechos catalanes, para hacer daño a la lengua catalana y para hacer daño por lo tanto a la nación catalana», y que practica un «españolismo ultramontano». 

Dejando para mejor ocasión el discutible paralelismo que hace entre el partido lerrouxista y Ciudadanos —no se los ha visto a estos convocando huelgas ni quemando iglesias—, hay que destacar que Rahola entiende que Ciudadanos, habiendo cumplido la misión, «ya no es útil (…) Ya nos han enviado a prisión, ya nos han reprimido, ya nos han enviado al exilio, ya nos han espiado, ya han destruido nuestros derechos de cualquier manera (…) ¿Para qué necesitan a estos tontos útiles, para qué necesitan a un partido furibundamente anticatalán si todo el Estado ya lo es?».

Importante la primera persona del plural —«nos han enviado a prisión…»—, que sirve para delimitar un sujeto político: a nosotros, a los independentistas, a los buenos catalanes… Tanto como el sujeto anónimo que ahora prescinde de Ciudadanos —«para qué necesitan…»—: el Estado, el Estado oculto que maniobra en las sombras y manipula la opinión pública…

Un PP desbocado

En Vilaweb, el mismo domingo 19, Vicent Partal afirmaba que el PSOE es un cadáver político: «España camina con paso firme hacia un gobierno del PP. Y, por tanto, ha llegado el momento en que los partidos catalanes se pregunten qué han hecho estos años, de qué ha servido su política de sumisión al PSOE y, sobre todo, qué piensan hacer de ahora en adelante».

La alternancia en Andalucía anuncia la alternancia en el gobierno central, pero esto es visto desde Cataluña como una amenaza: «Con la perspectiva de la hecatombe que ya se vislumbra para los socialistas en España, la cuestión es que hay que empezar a prepararse para un gobierno del PP en Madrid y para encarar, pues, una nueva etapa. Porque si en la etapa del PSOE no ha habido ningún diálogo político de fondo de ningún tipo sobre la situación de Catalunya —la mesa ha sido sólo un engaño para ir pasando el tiempo y desgastar así el independentismo—, ya me contarán qué diálogo habrá ahora, con un PP desbocado como el que empieza a asomar».

En el mismo Vilaweb, Ot Bou —Andalusia redueix l’espai per a les excuses— interpreta así los resultados: «La lección de las elecciones de Andalucía que más va a penetrar en el inconsciente popular español es que ya no hay un voto razonablemente útil al margen de los socialistas y los populares. El PP y el PSOE van consiguiendo limpiar sus extremos sin tener que pactar entre ellos.» 

Y anuncia que «la vuelta del bipartidismo formal en España comportará el crecimiento del PSC a Catalunya». Si así fuera, no será ajeno a ese crecimiento el desgaste del bloque independentista y la percepción que es necesaria una alternancia para salir del eterno retorno del conflicto insoluble.

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