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ANÁLISIS / El informe de The Lancet sobre la gestión de la pandemia

La gestión del COVID-19 ha pasado a un segundo plano en las agendas de los políticos y los gobiernos

La UME realiza labores de desinfección preventiva de Mercabarna frente al COVID-19 Foto: UME / Fuerzas armadas

El pasado 14 de septiembre la revista The Lancet publicó el informe elaborado por una comisión independiente creada para proporcionar una perspectiva global sobre la pandemia originada por el virus SARS-CoV-2 (Covid-19, de aquí en adelante) con el propósito de contribuir a establecer “una nueva era de cooperación multilateral bajo la dirección de unas instituciones de la ONU fuertes para reducir los peligros del Covid-19, prevenir la nueva pandemia y posibilitar al mundo alcanzar los objetivos acordados de desarrollo sostenible”. El informe titulado Comisión The Lancet: lecciones sobre el futuro a partir de la pandemia Covid-19 (TLC, de aquí en adelante) establece la cronología de la pandemia, analiza la gestión realizada tanto por instituciones multilaterales como por los gobiernos nacionales, y presenta algunas recomendaciones para mejorar la coordinación y gestión en las próximas crisis que, a buen seguro, llegarán. 

Según el Instituto para la Evaluación y Medición de la Salud (Institute for Health and Metric Evaluation, IHMS, de aquí en adelante), con sede en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, el número de muertos por Covid-19 contabilizados supera 7,33 millones, aunque el número total estimado de fallecidos se aproxima a 18,02 millones. El 21 de septiembre, el Coronavirus Resource Center de la Universidad John Hopkins cifraba en 6,53 millones el número de fallecidos y 612,95 millones el número de infectados; cifras similares, 6,53 millones de muertos y 618,16 millones de casos totales, aparecían ese mismo día en la página de internet ‘worldometer Covid-19 live update’. 

Contagiosidad y letalidad

Estas cifras hablan por sí solas y despejan cualquier duda acerca de la contagiosidad y letalidad de un virus, dos características constatadas desde su irrupción en Wuhan en las primeras semanas de 2020, pero a las que algunos responsables políticos encargados de gestionar la pandemia en Occidente restaron importancia a lo largo de enero, febrero y la primera quincena de marzo de 2020, llegando incluso a manifestar públicamente que estaban más preocupados por el virus de la gripe que por el Covid-19. Para no quedarnos en meras palabras, el Center for Desease Control en Estados Unidos estima en 28.000 las personas fallecidas por la gripe en la campaña 2018-2019, el año anterior al inicio de la pandemia, en tanto que la cifra acumulada de fallecidos por Covid-19 en Estados Unidos alcanza 1,079 millones desde el inicio de la pandemia. La diferencia en letalidad entre ambas infecciones resulta abismal.

Un enfermo con vía subcutánea en una cama de UCI (Europa Press).

La infección causada por el Covid-19 no sólo produce muchas más muertes que el estacional virus de la gripe, ese viejo conocido, sino que deja secuelas mucho más persistentes en un porcentaje elevado de las personas que han superado la infección. El estudio completado por el IHMS para OMS/Europa estima que 145 millones de personas infectadas desarrollaron diversos síntomas a medio y largo plazo, tales como fatiga, dolor físico y cambios de estado de ánimo, problemas cognitivos, y dificultades respiratorias. Se estima que entre un 10% y un 20% de los infectados, la enfermedad no termina cuando se da por superada clínicamente, sino que continúan padeciendo síntomas que disminuyen su salud física y mental y limitan su capacidad laboral durante períodos de tiempo considerables. La OMS/Europa estima que 17 millones han padecido Covid-19 persistente en la región europea, resultando su incidencia mayor en los infectados que padecieron Covid severo y fueron hospitalizados, y significativamente mayor en las mujeres (1 de cada 3) que en los hombres (1 de cada 4). No obstante, el estudio indica que sólo 1% de los afectados presentan síntomas transcurrido un año.

Por último, la pandemia produjo disrupciones en la producción, transporte y abastecimiento que originaron la Recesión Epidémica (RE), una contracción de la actividad que en la mayoría de las economías ha sido la más intensa padecida en muchísimas décadas. Entre las causas que agravaron la RE, la inacción de la mayoría de los gobiernos para prevenir la expansión de los contagios jugó un papel primordial en la fase inicial de la pandemia, circunstancia que obligó a los gobernantes a adoptar medidas drásticas in extremis para contener los contagios que, si bien paralizaron las actividades económicas no esenciales, no pudieron ya mitigar la avalancha de enfermos, muchos de ellos en situación crítica, y la consiguiente sobresaturación de los sistemas hospitalarios con que se saldó la letal primera oleada. Además, la mayoría de los gobiernos no aprovecharon los períodos de confinamiento estricto para poner en marcha protocolos efectivos que permitieran detectar con rapidez los nuevos focos de contagio e impedir que muy pronto se produjeran nuevas oleadas que obligaron a los responsables políticos a imponer nuevas medidas restrictivas que prolongaron las disrupciones en la actividad y alargaron la duración de la RE.

Cómo hacer frente a un brote infeccioso

El informe elaborado por TLC menciona cinco tipos de actuaciones de carácter genérico para hacer frente con éxito a un brote infeccioso:

  1. Prepararse y establecer protocolos para impedir la irrupción de enfermedades infecciosas.
  2. Contener la transmisión comunitaria y evitar la propagación descontrolada de la infección.
  3. Dotar a los servicios sanitarios de material adecuado para atender con seguridad a los infectados y salvar vidas.
  4. Repartir equitativamente el coste entre todos los miembros de la sociedad.
  5. Innovar, desarrollar y producir nuevos tratamientos terapéuticos para hacer frente a la infección.
Vista de un hospital de campaña en Lleida (Europa Press).

En el caso del Covid-19, la tasa de reproducción básica R0 =2,4 implicaba en ausencia de medidas para contener o mitigar la infección un crecimiento exponencial de los casos y el colapso de los sistemas hospitalarios, fiando la contención de la epidemia a alcanzar la inmunidad de rebaño. No obstante, la tasa de reproducción básica cabe reducirla adoptando medidas para contener la transmisión comunitaria del virus. Entre ellas cabe mencionar, la realización de pruebas de detección masivas, la imposición de medidas de aislamiento y seguimiento de los infectados, el uso de mascarillas y el distanciamiento físico, limitar las grandes concentraciones y mejorar la ventilación de los centros de trabajo. Si tras la adopción de este tipo de medidas la tasa de reproducción se sitúa entre 1,0 y 2,4, se mantiene el aumento exponencial de casos, aunque a menor ritmo, la curva se aplana, y los infectados pueden recibir mejor atención hospitalaria. Cuando esas medidas permiten reducir la tasa por debajo de 1,0, la epidemia declina. Con medidas restrictivas incluso más agresivas, la tasa se aproxima a 0, un escenario denominado Covid-cero en China, en que el número de casos y fallecidos alcanza cifras muy bajas.

Hipotética inmunidad de rebaño

Fiarlo todo a que la epidemia siga su curso hasta alcanzar una hipotética inmunidad de rebaño, cuando un porcentaje significativo de los infectados pierde la vida y millones resultan infectados, tiene un coste en vidas truncadas, deterioro de la salud y sufrimiento muy altos, y en el caso del Covid-19 casi ningún gobierno (a excepción quizá del brasileño) se inclinó abiertamente por esta alternativa. Por otra parte, la implementación de medidas para frenar la transmisión comunitaria impone también costes humanos y económicos a la sociedad, tanto más severos a corto plazo cuanto más estrictas son las restricciones, si bien conviene tener en cuenta que las restricciones más agresivas posibilitan recuperar antes la ‘normalidad’ y mitigan los costes humanos y económicos causados por la prolongación en el tiempo de medidas restrictivas menos intensas. Como se reconoce en el informe de TLC (p. 6) “la respuesta epidémica de muchos gobiernos ha estado dictada por consideraciones políticas y administradores del sistema hospitalario más que por consideraciones de salud pública y especialistas”.

Viales de la vacuna Astra Zeneca en un centro de vacunación catalán (Salut).

Si bien todas estas medidas son indispensables para hacer frente a un brote infeccioso grave, como la irrupción del Covid-19, el informe subraya la necesidad de contar para implementarlas con “un marco ético de prosociabilidad”, entendido como “la orientación de los individuos y las regulaciones gubernamentales al servicio de las necesidades de la sociedad como un todo, más que a los estrechos intereses individuales”. Peligrosa como parecerá a muchos la idea de limitar los derechos individuales, resulta evidente que, en situaciones de emergencia social graves, como las ocasionadas por una guerra o una epidemia, las autoridades deben disponer de capacidad para coartar el ejercicio de esos derechos individuales cuando ponen en grave riesgo la vida de sus semejantes. 

Gobiernos nacionales

Conviene subrayar que el concepto de prosociabilidad tiene en el mundo globalizado actual una dimensión internacional que supera el de las relaciones interpersonales con nuestros vecinos e incluso el marco nacional con nuestros compatriotas, puesto que el éxito de las medidas adoptadas por el gobierno de un país depende en gran medida de las adoptadas por los restantes países. Como se apunta en el informe, la probabilidad de lograr acuerdos cuando el número de jugadores involucrados en una partida es alto y sus intereses dispares se reduce considerablemente, incluso cuando los jugadores son los responsables de gobiernos que forman parte de una federación o unión de Estados y alcanzar un acuerdo podría resultar beneficioso para cada uno de ellos. Postular como se hace en el informe publicado por TLC (p. 7) que “los gobiernos Nacionales deberían por tanto coordinar sus acciones con el resto del mundo para alcanzar un resultado equitativo y globalmente eficiente” no pasa de ser una expresión de buenos deseos. Y, sin embargo, sin coordinación dentro del territorio de cada Estado y a nivel global resulta muy difícil controlar una pandemia.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa (i), el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el director del Centro de Coordinación y Alertas Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón (de espaldas).

Aunque subsisten todavía bastantes dudas sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2 y su transmisión a humanos, todo lo que se conoce apunta a que el gobierno central de China no dispuso de información sobre la irrupción del virus en Wuhan hasta finales de 2019. El centro regional de la OMS en China tuvo conocimiento de un caso de neumonía de etiología desconocida en Wuhan el 31 de diciembre de 2019 y solicito más información a las autoridades chinas al día siguiente. El director Centro de Control de Enfermedades de China telefoneó a su homólogo en Estados Unidos el 4 de enero para informarle de la situación y el 5 de enero la OMS anunció a todo el mundo la existencia de 44 casos, 11 de ellos en estado muy grave, en Wuhan, si bien el agente causante era todavía desconocido. 

China y la OMS

Un investigador chino publicó la secuencia del genoma del SARS-CoV-2 en una base de datos el 11 de enero y un día después lo hizo el gobierno chino. El 23 de enero las autoridades ordenaron el cierre de Wuhan y otras 5 ciudades de la provincia de Hubei. A pesar del agravamiento de la situación, la OMS “declinó declarar una emergencia global el nuevo coronavirus, esperando hasta el 30 de enero para declarar una Emergencia de Salud Pública de interés internacional”. No cabe duda de que si las autoridades provinciales chinas hubieran dado antes la alarma y la OMS hubiera lanzado mensajes algo más contundentes, se podría haber controlado el foco inicial y mitigado la transmisión comunitaria de la infección dentro y fuera de China. Tampoco puede dudarse de que si la OMS hubiera sido más contundente a la hora de reconocer la posibilidad de transmisión entre humanos, hubiera adelantado su declaración de Emergencia de Salud Pública algunos días, hubiera advertido del riesgo de viajar a China, hubiera aconsejado el uso de mascarillas para reducir la transmisión del virus (algo que lamentablemente no hizo hasta el 5 de junio de 2020), y hubiera reconocido la importancia de la transmisión aérea del virus (algo que no hizo hasta el 30 de abril de 2021 pese a habérselo solicitado 238 científicos en julio de 2020), se habría podido contener en buena medida la expansión de los contagios y reducir el número de fallecidos considerablemente en 2020.

Una mujer pasea junto a un lago en Wuhan. EFE.

Sin embargo, resulta un tanto cínico achacar a las autoridades de China o a la dirección de la OMS por no haber alertado y lanzado mensajes más contundentes a la comunidad internacional, puesto que en la segunda quincena de enero todos los gobiernos del mundo conocían cuál era el patógeno causante de la epidemia, su elevada transmisibilidad y letales consecuencias, y las contundentes medidas adoptadas por el gobierno chino para atajar la epidemia en Wuhan. Gobiernos y agencias gubernamentales encargados de vigilar y controlar las enfermedades infecciosas disponían de esa información, pero casi ninguno vio la necesidad de cambiar el paso y adoptar medidas en las semanas siguientes para prevenir la irrupción del nuevo coronavirus en sus países, detectar con prontitud los focos y establecer protocolos que dificultaran la transmisión comunitaria, y, en fin, facilitar a la población y a los sistemas sanitarios con los medios de protección apropiados para hacerle frente. 

Más bien al contrario, la mayoría de los gobiernos y responsables de las agencias gubernamentales, especialmente en las economías más avanzadas y sistemas hospitalarios más desarrollados, se esforzaron en transmitir tranquilidad a los ciudadanos a quienes se les aseguró que podían seguir sin cambiar un ápice sus vidas, sin alterar sus rutinas laborales y planes de viaje, y sin adoptar medidas individuales y colectivas para no resultar infectados y prevenir la transmisión incontrolada del virus. Algunos llegaron tan lejos como a asegurarnos que el impacto del nuevo coronavirus resultaría insignificante y dejaron caer que estaban más preocupados con el virus de la gripe que con el Covid-19.  Sólo cuando el virus se había expandido ya sin control y la avalancha de casos y fallecimientos habían desbordado los sistemas sanitarios, hospitalarios y hasta mortuorios, la mayoría de los gobiernos decidió confinar a la población. Aquí los retrasos en adoptar decisiones se cuentan no por días sino por bastantes semanas.

Resulta destacar que el informe publicado por TLC incluye entre las principales causas de la catástrofe humanitaria, social y económica vivida en 2020 y 2021 “el fracaso de los gobiernos para examinar y adoptar la mejor evidencia para controlar la pandemia”, “el fracaso para asegurar la provisión global de bienes claves… incluyendo material de protección, diagnóstico, medicinas…”, “la falta de datos a tiempo, seguros y sistemáticos sobre infecciones, muertes, variantes y respuestas de los sistemas sanitarios”, “la incapacidad o falta de interés en combatir la desinformación sistemática”, y “la ausencia de redes globales y nacionales de seguridad para proteger a las poblaciones más vulnerables”. Resulta reconfortante constatar que buena parte de los artículos que publiqué entre el 14 de marzo de 2020 y el 21 de junio de 2021 ponían el dedo en la inacción y desinformación gubernamental y sus consecuencias mortales. Permítanme recordarles algunos de sus títulos: “Coronavirus: un convidado de piedra que mata”, “La dimensión política de la epidemia”, “Argucias gubernamentales y catástrofe humanitaria”, “La ardua tarea de los ‘doblegadores’ de curvas”, “El Covid desnuda a la clase política de Occidente”, “Vidas truncadas I”, “Triunfalismo indecente y fuera de lugar”, “En manos de quienes estamos”, “Subir cuesta menos que bajar”, “Covid-19: las consecuencias mortales de la desinformación”, “100.000 muertos más en la mochila”, etc., etc.

¿Hemos aprendido algo?

Examinar con rigor lo ocurrido, conocer con mayor exactitud cuáles fueron los fallos cometidos por organismos internacionales, gobiernos y agencias gubernamentales puede resultar muy útil para afrontar la próxima crisis pandémica, si quienes los cometieron están dispuestos a reconocerlos y, sobre todo, a adoptar medidas para corregirlos y evitar su repetición en el futuro. Lo cierto es que la letalidad de la pandemia ha sido doblegada no por los gobiernos sino por las vacunas y las medidas de prevención adoptadas a nivel individual y colectivo. Pero subsisten dudas importantes sobre la aparición de nuevas variantes y la efectividad de las vacunas, al mismo tiempo que las medidas de prevención se van relajando en todos los países para seguir empujando la rueda de la vida y la economía, con independencia de sus consecuencias.

Varias sillas apiladas en una terraza durante el primer día del inicio del primer tramo de la desescalada de la segunda ola por el coronavirus en Barcelona, Catalunya (España), a 23 de noviembre de 2020. Fuente: Europa Press 23/11/2020

Pocos ciudadanos quieren volver la mirada atrás y extraer algunas enseñanzas de lo ocurrido. Menos que nadie los políticos responsables del fracaso en la gestión de la pandemia que en algunos casos continúan al frente de los gobiernos que gestionaron con tan poco acierto la crisis en 2020. Y si poco o nada hicieron antes de que el Covid-19 irrumpiera en sus países para mitigar su impacto, poco o nada están haciendo ahora que los sistemas hospitalarios atienden con relativa holgura a los infectados más graves, y las cifras diarias de fallecidos atribuidos al virus se cuentan por unas pocas decenas o centenas, dependiendo del tamaño de la población. Algunos países ya no se molestan siquiera en contar todos los casos, detectar nuevos focos, proporcionar cifras de recuperados, etc. La recomendación recogida en el informe elaborado por TLC de mantener políticas de vacunación reforzada (vaccination-plus policies) para acabar con la pandemia, contempla numerosas acciones de investigación y reforzamiento de los sistemas vigilancia y atención sanitaria que van mucho más allá de inocular dosis de refuerzo a los grupos más vulnerables de la población y prestar atención sanitaria a los infectados.

Reforzar el papel y los medios de la OMS, mejorar la coordinación entre países, aumentar la seguridad en los laboratorios de todo el mundo, continuar investigando para mejorar la efectividad de las vacunas, establecer sistemas de alerta y seguimiento efectivos a fin de detectar nuevos focos y prevenir la transmisión comunitaria, diseñar mecanismos para disponer de información en tiempo real del número de infectados, fallecidos y recuperados, atender a quienes padecen Covi-persistente, etc., son hoy preocupaciones tan secundarias en la agenda política de nuestros gobernantes como lo fueron en su día adoptar medidas para prevenir la irrupción y transmisión comunitaria del virus, a pesar de conocerse los estragos que estaba causando en Wuhan en enero de 2020. Bienvenida también la apelación del comité a mejorar la coordinación entre Estados y a recuperar el multilateralismo en estos tiempos donde los intereses nacionales y el ardor guerrero vuelven a campar a sus anchas por Europa y Asia.

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