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ECOS INDEPENDENTISTAS | El desencanto independentista

El escritor Joan-Lluís Lluís. CCMA.

Publica el Ara una entrevista al escritor Joan-Lluís Lluís, catalán de nacionalidad francesa, quien entre otras consideraciones sociales y literarias habla así del desencanto existente entre los independentistas:

«Todavía estamos en fase de duelo y puede ser muy larga. Tenemos una sensación generalizada de traición que, haciendo análisis políticos de la situación, es demostrable. Me siento traicionado, abandonado y estafado por los líderes del independentismo. Estoy en un momento de retroceso, de retirada. Mantengo la convicción de que la independencia es necesaria, justa y urgente, pero en mi día a día me he retirado de la militancia.»

Y manifiesta pocas esperanzas en el futuro inmediato: «Si Cataluña sobrevivió en 1714 pienso que también puede sobrevivir en el momento actual, pero nada dice que así sea. Es muy difícil luchar contra un estado poderoso con formas democráticas que quiere matarte, metafóricamente. No podemos sacar lecciones del pasado. Tengo la impresión de que haría falta una renovación del personal político, pero nada indica que el personal nuevo no caería en las mismas trampas y las mismas mentiras.»

Liderazgos irresponsables

Sensación de haber sido estafado y traicionado; renuncia a la militancia, y desconfianza en la clase política: son los síntomas que aparecen en el ánimo de muchos que sinceramente creyeron en la posibilidad de acceder a la independencia en octubre de 2017. Son síntomas que coinciden con el llamado desencanto que se produjo durante la transición a medida que se consolidaba el tránsito de un régimen dictatorial y singular a uno democrático y homologable. Comentando ese desencanto, Javier Tusell, en enero de 1978, aludía a quienes «creían que la transición se haría de una determinada manera y, como no es así, echan la culpa al pueblo español o a quienes ha elegido».

Entonces algunos se entusiasmaron esperando la restauración de la república, la aplicación de ajustes de cuentas, y una rápida evolución hacia un estado totalitario, pero la transición corrió por cauces de estabilidad, conciliación y superación del pasado. Entonces como ahora, un empacho de ideología y de liderazgos irresponsables creó expectativas hiperbólicas que, al demostrarse ficticias, se tradujo en el desencanto que cada cual superó a su manera. Pero hay una gran diferencia: la transición democrática española es una historia de éxito mientras que el proceso independentista es la historia de un fracaso.

Siempre es más facil resignarse a un éxito colectivo, aunque no satisfaga las propias ambiciones, que a un fracaso colectivo que demuestra ante todo los propios errores de percepción. No te engañaron, te engañaste, y engañaste a otros. Ahora llámale duelo o como quieras, pero tarde o temprano tendrás que reconocer que algo fallaba en los discursos oficiales y en las consignas mediáticas que divulgabas.

Un puro desastre

El desencantado es proclive a la nostalgia. No es extraño que algunos evoquen tiempos pasados para condenar el presente. Xavier RoigIncapacitats per autogovernar-nos?— se pronuncia así: «Empieza a quedar fuera de duda que el país dejó de gobernarse el día que cesó el presidente Pujol. Es triste llegar a esta conclusión. Es una anormalidad y como tal conviene señalarla. Estamos frente a un hecho empírico evidente. Y es que no lo dicen sólo los pujolistas nostálgicos, no —cuando gobernaba Jordi Pujol no todo era fantástico—, se trata de que lo que ha venido después ha sido un puro desastre. Los amantes de la estética futbolera Barça – Madrid todavía tienen los bemoles de mirar a España para decir que el desastre ha sido general. No es cierto. El País Vasco lo ha hecho bien. Incluso Galicia lo ha hecho mejor. España, pese a lo que se diga —y aunque yo me encuentre en las antípodas ideológicas—, no lo está haciendo tan mal. La realidad es que Cataluña está en un grave proceso de decadencia. Y todavía no ha tocado fondo.»

Que alguien desde Cataluña, alguien que nadie adscribirá al centralismo franquista ni al jacobinismo izquierdista, llegue a hacerse la pregunta de si estamos incapacitados para autogobernarnos da la medida de la gravedad del problema. No ya para la independencia, ese sueño desvanecido, sino para sostener el autogobierno, que tan insuficiente nos parecía hasta hace poco.

Xavier Roig ve tres grandes defectos en los políticos que padecemos: la incapacidad para salir adelante, no sólo en el gobierno de un país, sino en la vida corriente; la falta de preparación adecuada, no sólo académica, sino también profesional, y finalmente la frivolidad, la falta de escrúpulos, «la desenvoltura con que se acostumbra a insultar la inteligencia del contribuyente». Todo agravado por la falta de una prensa libre e independiente: «Los medios parecen órganos de partido, y se puede llegar a descubrir por las portadas si la subvención les ha llegado a tiempo o si se ha hecho esperar.»

A por la ganancia inmediata

En tiempos de Jordi Pujol, llamábase del «peix al cove» —algo así como «pájaro en mano— a la táctica de conseguir recursos y competencias mediante negociaciones políticas con el gobierno de turno. Fue muy denostada por sus adversarios, especialmente por el creciente independentismo, porque la veían limitada a la gestión administrativa, dejando de lado la ambición nacional. Vistos los logros conseguidos por la ofensiva procesista, es lógico pensar que al fin y al cabo no estábamos tan mal. Algo así como: con, o contra, Pujol vivíamos mejor.

Incluso Vicent Partal, al comentar el apoyo a los presupuestos del Estado que han negociado diputados catalanes —Coses que passen quan ERC i el PDECat es descaren de manera exagerada—, parecería preferir aquellos tiempos. «Queremos militar en la utilidad», proclamó Gabriel Rufián (ERC). Ferran Bel (PDECat) declaró: «Mejor ser el tonto útil que el listo inútil.» Ante tanto sentido práctico y tanto posibilismo, Partal se insurge:

«El “peix al cove”, pues, vuelve a ser el objetivo descarado de la tropa política catalana, de la tropa que renuncia al mandato del primero de octubre. Pero con una diferencia concreta y muy importante en relación con el antiguo “peix al cove” pujolista: Aquél enaltecía las ganancias concretas y adormecía el país gestionándolas, pero no necesitaba denigrar ni la razón ni la moralidad. Porque en definitiva su horizonte, utópico y lejano, necesitaba razón moral. Los nuevos autonomistas, en cambio, parece que ni horizonte tengan ya y que se conforman aplicando a los dominios sociales la lógica neoliberal, que dice que la ganancia inmediata es la única justificación necesaria para hacer cualquier cosa.»

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