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ANÁLISIS / Una guerra infame e inútil

El presidente ruso, Vladímir Putin (Emb. Rusia en España)

Más de un año ha transcurrido ya desde que Putin ordenara invadir Ucrania el triste 24 de febrero de 2022. Ninguna persona razonable puede aceptar que la existencia de un conflicto larvado en el Este de Ucrania y la negativa de Kiev a cumplir los acuerdos Minsk II firmados en febrero de 2015 justifique la criminal decisión adoptada por el autócrata que rige los destinos de la Federación de Rusia. Como tampoco ninguna persona razonable puede dar por buena la política de confrontación impulsada por los distintos gobiernos de Estados Unidos desde inicios del siglo XXI, siendo sin duda la decisión de incorporar a la OTAN a países europeos que formaron parte del bloque soviético, así como otros países vecinos de Rusia que habían mantenido tradicionalmente una posición de neutralidad. Esa confrontación continuada suele acabar en conflicto y hablar de buenos y malos no suele resultar demasiado útil para detenerlo.

Ampliar la OTAN y desestabilizar Centroeuropa

Hay pocas dudas acerca del papel desestabilizador que han desempeñado los gobiernos de Estados Unidos en Ucrania desde al menos finales de 2013. En febrero de 2014, Victoria Nuland, vicesecretaria de Estado para Asuntos Europeos de Obama y el embajador de los Estados Unidos en Ucrania, se dejaron ver entre los manifestantes pro occidentales en Maidan, la céntrica plaza de la capital Kiev donde se reunían los opositores, para alentar unas protestas que, quiero recordar, culminaron con el derrocamiento del presidente Yanukovich que huyó en febrero de 2014, algunas semanas antes de que Rusia adoptara la decisión de hacerse con el control de Crimea el 18 de marzo.

Pero la política de desestabilización en Centroeuropa había comenzado mucho antes, cuando los países miembros de la OTAN reunidos en Bucarest en 2008 hicieron pública su intención, contra la opinión de algunos líderes europeos, de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN. En el documento final aprobado, se daba cuenta de la decisión de la organización de “invitar a Albania y Croacia a iniciar conversaciones para unirse a la Alianza”. Y tras congratulase de las aspiraciones Euroatlánticas de Ucrania y Georgia de formar parte de la OTAN, la organización acordaba que “estos países se convertirán en países miembros”. A buen entendedor pocas palabras, y como no podía ser de otra manera esta declaración de intenciones de ampliar la OTAN fue vista por el Kremlin como una amenaza en toda regla.

Pretender acorralar a una Rusia, que empezaba a dejar atrás la dictadura comunista, mantenía relaciones aceptables con la mayoría de los países europeos, y contaba con una población considerable, grandes recursos naturales y un ejército con armas nucleares tácticas y de largo alcance, todo ello en pos de alcanzar la imposible hegemonía mundial de Estados Unidos, era la vía más segura para acercarnos al borde del precipicio en el que hoy nos encontramos. Ni la invasión de Irak donde el gobierno estadounidense fue incapaz de encontrar las letales armas de destrucción masiva que el presidente Bush había invocado para justificar la invasión y el derrocamiento de Saddam Hussein, ni la posterior desestabilización de la Siria de al-Assad han servido para que los presidentes estadounidenses comprendan que la libertad y la democracia no se imponen desestabilizando gobiernos a golpe de talonario ni reforzando la OTAN. 

Mantener viva la guerra

La última consecuencia trágica de la política de hostigamiento a Rusia, iniciada por Bush y mantenida durante las presidencias de Obama (2009-2017) y Trump (2017-2021), fue la decisión de Putin de invadir Ucrania siendo ya Biden (2021-2023) presidente. Una decisión igualmente equivocada porque Rusia va a salir también debilitada de esta guerra. Desde entonces, los países Occidentales liderados por Estados Unidos han puesto en marcha sanciones económicas y financieras muy severas para debilitar la economía rusa, han suministrado información militar de gran importancia al ejército ucraniano que ha posibilitado golpes audaces en territorio ruso y en aguas internacionales, han enviado armas defensivas y ofensivas de última generación y han formado a militares ucranianos en territorio y bases de la OTAN. Gracias a ello se ha logrado detener el avance del ejército ruso a costa de una carnicería y destrucción que afecta en primer lugar a los ucranianos y en segundo lugar los rusos. 

Según el Servicio de Investigación del Congreso (Congress Research Service), los gobiernos de Estados Unidos han destinado “desde 2014, cuando Rusia invadió Ucrania hasta el 27 de febrero de 2023, 34.000 millones de dólares en asistencia de seguridad (‘security assistance’) «para preservar su integridad territorial, asegurar sus fronteras y mejorar su interoperabilidad con la OTAN»”. (Cursiva mía.) El 3 de enero de 2023, el presidente Zelenski daba las gracias a su homólogo estadounidense por los 3.000 millones concedidos en nuevas ayudas y escribía en su cuenta de Twitter; “Enhorabuena por este paquete con ayuda récord. Gracias, presidente Biden por las nuevas armas, especialmente por los carros de combate y los misiles”. Por su parte, la Comisión Europea ha aprobado una directiva con “un paquete de ayudas para Ucrania de hasta 18.000 millones de euros en 2023. La ayuda se conforma como préstamos altamente favorables que se librarán en plazos regulares durante 2023” por una cuantía de 1.500 millones al mes.

¿Cuánto tiempo van a prolongar estos carros de combate, artillería de largo alcance y misiles, nuevos soldados adiestrados en los países de la OTAN y abundantes préstamos para adquirir armas una guerra mortífera y empobrecedora? ¿Cuántas personas más van a perder sus vidas en el campo de batalla y cuántas más quedarán con cicatrices y arrastrarán problemas psicológicos de por vida?  ¿Hasta cuándo los gobiernos de Estados Unidos y las instituciones y gobiernos de la UE y países de la OTAN van a seguir dando alas al ardor guerrero de Zelenski y alimentando una guerra de atrición que solo terminará cuando Estados Unidos decida sentarse a negociar con Rusia? Porque el objetivo de esta guerra limitada no es acabar con el régimen de Putin, una aspiración fuera del alcance de los países Occidentales, sino simplemente empobrecer a Rusia y desgajarla del resto de países europeos, aunque para lograr este objetivo decenas y decenas de miles de personas pierdan la vida en el campo de batalla y Ucrania quede reducida a cenizas.

Urge negociar un acuerdo de paz satisfactorio

Como en repetidas ocasiones ha expuesto, Jeffrey Sachs, director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia en Nueva York, estamos ante “una guerra de desgaste que devastará a ambos lados”. La única salida razonable para poner fin a esta catástrofe en el corazón de Europa pasa por sentarse a negociar para poner fin a un conflicto que, si no lo remediamos, podría prolongarse durante varios años, y nadie sabe si incluso podría escalarse y hasta desencadenar una nueva guerra mundial.

Por ello resulta esencial acordar un alto el fuego, supervisado por la OSCE y Naciones Unidas, lo antes posible, e iniciar negociaciones entre las partes, auspiciadas por aquellos países que consideran la guerra en Ucrania una amenaza a la paz mundial y han mantenido una posición de calculada neutralidad desde el inicio del conflicto. El objetivo es alcanzar una salida política al conflicto que resulte aceptable para las dos partes involucradas: Ucrania, respaldada por Estados Unidos y la OTAN, por una parte, y Rusia, por otra. Y éstas son las dos espinosas discrepancias de fondo a las que hay que buscar una solución política aceptable para ambos bandos: 

  • Garantizar la soberanía y seguridad tanto de Ucrania como de Rusia, pues ambos países se sienten hoy amenazados: Ucrania, claro está, por Rusia y Bielorrusia, y Rusia y Bielorrusia por Ucrania y todos los países aliados integrados formalmente en la OTAN que apoyan con inteligencia, armas y formación a Ucrania y bien puede considerarse miembro de la OTAN de facto.
  • Reconocer que Crimea han formado históricamente parte de Rusia desde hace bastante más de dos siglos, si bien es cierto que formalmente se incorporó a la República de Ucrania cuando se formó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1954, y que la mayoría de los habitantes de las regiones del Este de Ucrania aspiran a tener, como mínimo, un mayor grado de autonomía tal y como se estableció en el acuerdo Minsk II firmado por los gobiernos de Rusia y Ucrania en 2015.

Ambas partes pueden negarse a aceptar estos hechos y seguir con esta guerra infame y cruel que está desangrando tanto al ejército y pueblo ucranianos como a los soldados rusos, durante unos meses o años más, y dejará Ucrania aún más devastada y empobrecida de lo que ya lo está ahora. Contamos desde la II Guerra Mundial con demasiados ejemplos de guerras que se prolongaron cruelmente durante años, sin hacer avanzar un ápice la libertad y la democracia allí donde se libraron en su nombre, hasta que un buen día los libertadores y demócratas se cansaron, hicieron las maletas, y no sé si invocando también la libertad y la democracia, salieron a escape, dejando tras sí una estela de muerte y devastación indecente.

Y al hablar de infamia y sacrificio inútil no estoy tan sólo pensando en las decenas de miles de muertos de bajas que han registrado ya ambos ejércitos ni en los miles de civiles que han caído víctimas del cruel conflicto, circunstancias dolorosas a las que hay que sumar los crímenes abyectos que han acompañado a casi todas las guerras libradas desde que tengo uso de razón, sino que estoy pensando también en los millones y millones de personas que están padeciendo extrema necesidad en Ucrania hoy mismo, personas desplazadas de sus hogares que sufren y padecen penalidades que no quisiera para mí ni para nadie, próximo o lejano. Cuando la supervivencia de las personas está en peligro, la libertad y la democracia se tornan adornos superfluos, cuando no hipócritas excusas urdidas en cómodos despachos para ocultar oscuras pretensiones hegemónicas.

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