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ANÁLISIS / Dos años de guerra infame y estéril en Ucrania

Los combates se prolongarán algunos meses más durante los cuales decenas de miles de soldados y civiles perderán la vida

El presidente ruso, Vladimir Putin.

El pasado sábado 24 de febrero se cumplieron dos años desde el inicio de la invasión de Ucrania ordenada por el presidente Putin en 2022. Tras los avances iniciales de las tropas del Kremlin, el frente de guerra se estabilizó en el Este de Ucrania y el conflicto se transformó en una guerra de atrición sin ganadores ni perdedores claros a lo largo de un frente de 1.600 km con las devastadoras consecuencias humanas y materiales que todos hemos podido constatar en los medios de comunicación desde nuestros confortables hogares. Muerte y devastación padecidas en toda su intensidad por los militares y civiles ucranianos en cuyos campos y ciudades se está librando la cruenta guerra; muerte y padecimiento también para tantos ancianos, mujeres y niños ucranianos víctimas de la guerra; y desarraigo y sufrimientos sin cuento para millones de ucranianos desplazados de sus hogares y familias. Muertos, heridos y traumáticas consecuencias también para los soldados rusos y sus familias cuyo ejército ha sufrido decenas de miles de bajas desde el inicio de la invasión. 

Sí a favor de una salida negociada

Quienes nos hemos posicionado en contra de esta guerra desde su inicio no lo hemos hecho porque consideremos a Putin un benefactor de la humanidad precisamente, ni porque nos parezca decente su decisión de resolver el conflicto latente entre ambos países ordenando la invasión de Ucrania, sino porque consideramos que la única vía para evitar las muertes y la destrucción que está causando la prolongación de la guerra es alcanzar una salida negociada al conflicto que se había ido larvando en Centroeuropa desde finales del siglo XX, cuando se consumó la disolución de la U.R.S.S. Para muchos europeos ese momento se antojó una excelente oportunidad para acabar con el enfrentamiento de bloques y la Guerra Fría, no así para los dirigentes de Estados Unidos y el Reino Unido que vieron como el momento propicio para asestar la puntilla a una Rusia descompuesta políticamente y desorientada ideológicamente, pero un país profundamente europeo que cuenta con 145 millones de habitantes, un territorio inmenso, vastos recursos y armas nucleares, un país en suma al que Estados Unidos, pese al descalabro del régimen soviético, no podía tratar a la voz de ordeno y mando, a diferencia de lo que sucedió con Alemania y Japón al término de la II Guerra Mundial. 

Así se lo manifesté a Borrell, Vicepresidente de la Comisión Europea y Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, en el coloquio al final de la conferencia que con el título “Cómo la guerra de Ucrania ha cambiado Europa” impartió en Madrid el 11 de octubre de 2022. Recogiendo su afirmación (obvia) de que las guerras sólo terminan cuando uno de los dos bandos logra la victoria  o ambos alcanzan un acuerdo para poner fin a las hostilidades, le pregunté si no sería mejor ponerse a negociar de inmediato para detener una guerra que ninguno de los dos bandos iba a ganar y estaba produciendo una masacre humanitaria y devastando el corazón de Centroeuropa. Han transcurrido desde entonces dieciséis largos meses y nadie vislumbra que alguno de los dos bandos pueda alcanzar la victoria y todo indica que antes o después tendrán que sentarse a negociar para poner fin a la guerra, no importa cuánto rechazo nos provoque la decisión de Putin de invadir Ucrania ni cuánto desprecio nos merezca su persona

No a persistir en la estrategia de confrontación

En la trasnochada estrategia de Estados Unidos para mantener su hegemonía mundial, aislar a Rusia se convirtió en un objetivo prioritario de su política exterior a finales del siglo XX, una vez disuelta la Unión Soviética. De ahí las prisas de las Administraciones estadounidenses que vieron en el final de la Guerra Fría “una oportunidad única para mejorar la seguridad del conjunto de la Europa Atlántica y contribuir ampliando la OTAN a la seguridad de todos”. De todos los países europeos, se entiende, excluyendo a Rusia. Como puede comprobarse en el Gráfico 1, la estrategia se ha implementado incorporando a la Organización Atlántica a casi todos los países limítrofes con Rusia, algunos de los cuales habían formado parte de la U.R.S.S. y otros del pacto de Varsovia (véase, la sección “Ampliación en la post Guerra Fría” del documento “Enlargement and Article 10” de la OTAN). La estrategia estadounidense contemplaba también la incorporación de estos países a la UE y el debilitamiento de los lazos comerciales y financieros que se habían ido estableciendo entre la UE y Rusia tras la disolución de la U.R.S.S. 

El derrocamiento de Yanukovich, instigado por la Administración Obama y consumado el 21 de febrero de 2014 constituyó un punto de inflexión en la política de apoyo a Ucrania y, al mismo tiempo, de acoso y derribo contra Rusia, causa mediata de la anexión de Crimea  -un territorio que formó parte del Imperio ruso desde 1783 y fue cedido por la U.R.S.S. a la república Soviética de Ucrania en 1954- ordenada por el Kremlin pocas semanas después. Ningún interés hubo tampoco por parte de la UE en poner en marcha los acuerdos Minsk II firmados el 12 de febrero de 2015 que contemplaban, además del cese inmediato del fuego supervisado por la OSCE entre el ejército ucraniano y las milicias  prorrusas en las provincias del Este de Ucrania, la concesión de autonomía a estas regiones para frenar los temores de la población prorrusa tras el derrocamiento de Yanukovich. En todo caso, Estados Unidos aprovechó la anexión de Crimea para poner las ansias imperialistas de Rusia en el foco del conflicto, presentando al Kremlin como una seria amenaza para los demás países europeos.

Gráfico 1. Mapa de las sucesivas ampliaciones de la OTAN

Fuente: Bloomberg.

Una guerra sin vencedores y millones de damnificados

Estados Unidos, la UE, el Reino Unido y algunos otros países Occidentales han mantenido a flote al gobierno de Zelenski durante estos dos años inyectando ingentes cantidades de ayuda (véase, Gráficos 1 y 2) destinada a adquirir armas y municiones y a adiestrar a los civiles ucranianos llamados a incorporarse a filas, así como a proporcionar ayuda humanitaria a los millones de ucranianos refugiados en otros países o desplazados dentro de la propia Ucrania para paliar los horrores de la guerra a lo largo del extenso frente y la inmensa retaguardia. Pero ni la ayuda de Occidente a Ucrania ni las severas sanciones impuestas a Rusia han logrado inclinar la balanza a favor del ejército ucraniano y nada indica que las nuevas ayudas que pueda recibir en 2024 puedan llevar al ejército ucraniano a recuperar el terrenos controlado por el ejército ruso. Los dos bandos están convencidos de estar jugándose su existencia como nación y la prolongación de la guerra favorece al que cuenta con más recursos materiales y humanos para prolongarla: Rusia. 

Gráfico 2. Ayuda comprometida y distribuida de Estados Unidos 2022-2024

 (En miles de millones de euros)

Fuente: “Ukraine Support Tracker. Methodological Update & New Results on Aid Allocation”, p. 7, febrero 2024, Institute for the World Economy, Kiel.

Gráfico 3. Ayuda comprometida y distribuida de la UE: 2022-2024

 (En miles de millones de euros)

Fuente: “Ukraine Support Tracker. Methodological Update & New Results on Aid Allocation”, p. 7, febrero 2024, Institute for the World Economy, Kiel.

Quizá precisamente porque no se vislumbra el final anticipado -la derrota de Rusia- y cada día que pasa resultan más visibles las dudas y las grietas en los aliados del gobierno de Zelenski, algunos de los más prestigiosos medios de comunicación en el mundo de habla anglosajona como The Economist, Broomberg, The Washington Post, The New, York Times, The New Yorker, Foreign Policy, etc., han lanzado en vísperas de cumplirse el segundo aniversario de la invasión una campaña muy intensa en favor de mantener las ayudas al gobierno ucraniano, pese a haberse constatado en 2023 el fracaso de las ofensivas lanzadas por el ejército ucraniano para recuperar el territorio ocupado, y la capacidad del ejército ruso para seguir combatiendo, a pesar de las severas sanciones impuestas por Occidente y los reveses sufridos en el campo de batalla. Incluso el presidente Macron acaba de plantear la posibilidad de “enviar tropas europeas” al frente, algo que convertiría el conflicto regional en un conflicto europeo. Menos mal que Alemania no ha secundado la bravata de Macron quien,  parafraseando a Draghi en 2012o, anunció “haremos todo lo que sea necesario para que Rusia no gane”. Y la llamada de Von der Leyen a apropiarse de los dividendos de los activos rusos congelados para financiar el rearme de los países de la UE resulta sencillamente escandalosa.

Todos estos medios y líderes Occidentales insisten en presentar a la Rusia de Putin como la gran amenaza que se cierne sobre el resto de los países europeos y a Ucrania como el último baluarte de la libertad y la democracia. Las exageraciones verbales de que hacen gala nos recuerdan a quienes tenemos cierta edad las utilizadas en otros conflictos  regionales vividos durante la Guerra Fría, como Vietnam, o incluso en otros más recientes como la guerra de Irak o Afganistán, en que los intereses hegemónicos estadounidenses se presentaban como una lucha por la supervivencia del mundo libre y las democracias frente al comunismo o las fuerzas del mal. Estos conflictos regionales se prolongaron durante años y causaron la muerte de centenares de miles de soldados y civiles, hasta que los reveses en el campo de batalla o el elevado coste de mantener el ejército de ocupación resultaron demasiado gravosos y Washington decidió de un día para otro hacer las maletas y abandonar el país a su suerte dejando tras de sí un rastro de destrucción y muerte. Ni la amenaza a los valores occidentales invocada para justificar estas intervenciones militares se materializó al finalizar el conflicto, ni los países donde se produjeron forman parte hoy de las “sociedades libres y seguras” .

A falta de recibir nuevas inyecciones de fondos, el gobierno Zelenski y la guerra en Ucrania tendrían los días contados, y con la ayuda de 50.000 millones aprobada por  el Parlamento de la UE y la todavía pendiente de aprobación de 60.000 millones de dólares en el Congreso de Estados Unidos, los combates se prolongarán algunos meses más durante los cuales decenas de miles de soldados y civiles perderán la vida, los ucranianos continuarán viviendo en condiciones penosas y sus infraestructuras seguirán siendo destruidas. Por razones humanitarias y hasta por puro pragmatismo sólo cabe una salida decorosa al conflicto: ponerse sin dilación a negociar un acuerdo de paz respetuoso con los derechos de todos los ucranianos, incluidos los de las minorías prorrusas en el Este del país, que garantice tanto la seguridad de los países vecinos de Rusia que se han incorporado progresivamente a la OTAN desde finales del siglo XX como la seguridad de la propia Rusia frente a todos ellos. Hagámoslo pronto para que cuando leamos a Tolstoi y Chejov, cuando escuchemos a Chaikovski y Shostakovich, no tengamos que sentirnos avergonzados de tener que tomar partido en una guerra infame, cruel y estéril para los ciudadanos europeos.

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