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ANÁLISIS / El PNV es un partido xenófobo, taimado e insolidario

En el fondo, todo se reduce a una máxima muy sencilla: cuanto más débil sea el señor, mejor les irá a las repúblicas vascas

En el centro, el candidato del PNV, Imanol Pradales.

Incluso los partidos políticos de más corta trayectoria han protagonizado episodios poco edificantes y los vemos intentar diluir sus responsabilidades rebautizándose para poner tierra de por medio y desviar la atención de los delitos de sus dirigentes, sin reconocerlos expresamente casi nunca ni desmarcarse completamente de las ‘esencias’ más ramplonas y viciosas que los nutrieron. Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC) ilustra perfectamente el caso de un partido relativamente joven, surgido durante la Transición a la democracia en España y ya desaparecido, que llegó a ser la columna vertebral del gobierno autonómico en Cataluña entre 1980 y 2003.

Desde entonces, la formación ha sufrido diversas transmutaciones y divisiones en un intento de pasar página a los episodios de enriquecimiento desmedido de su fundador y su clan familiar al completo, así como a la financiación irregular del partido a través de fundaciones de nombre igualmente cambiante. ¿Recuerdan el caso Palau y sus derivadas? A pesar de las trasmutaciones, hay pocas dudas de que Junts per Catalunya, tanto por el carácter personalista impreso por su fundador, amamantado en CDC, como por su trayectoria corrupta, es, sin duda, el heredero ‘legítimo’ del partido fundado por Pujol

El caso del PNV (o EAJ-PNV, como les gusta llamarse), pese a los lazos fraternales forjados con CDC en la época de Pujol y Arzallus, presenta una trayectoria histórica mucho más dilatada y ha mantenido sus siglas desde 1895 y superado el desgajamiento de Eusko Alkartasuna (EA) y la paulatina absorción del partido de Garaicoetxea en Bildu, una coalición de partidos próximos a ETA cuyo peso no ha cesado de crecer en el País Vasco desde que la banda terrorista anunciara el “cese definitivo de la lucha armada” el 20 de octubre de 2011.

Desde la recuperación de la democracia en España, el PNV ha estado al frente del gobierno vasco casi sin interrupción

Desde la recuperación de la democracia en España, el PNV ha estado al frente del gobierno vasco casi sin interrupción (Garaikoetxa, 1980-1986, Ardanza, 1986-1998, Ibarretxe,1999-2009, y Urkullu, 2012-2024), con apoyo de EA en unas ocasiones o del Partido Socialista de Euskadi (PSE) en otras. Pero si como las encuestas sugieren EH Bildu supera en votos y escaños al PNV en las elecciones autonómicas del 21 de abril, el respaldo del PSE al PNV para mantener la presidencia del gobierno vasco puede poner en riesgo el apoyo de los seis diputados con que cuenta Bildu en el Congreso y poner fin con ello a la XV Legislatura. 

Fundado por Sabino Arana en 1895, un personaje integrista religioso y racista confeso, se ha considerado desde su fundación el representante natural del pueblo vasco cuyas características singulares, según nos cuenta el propio PNV en su página de internet, “comenzaron a desarrollarse en el mismo lugar que actualmente habitan, las vertientes norte y sur de los Pirineos occidentales. Fue un resultado de la adaptación del hombre de Cro-Magnon”. Aunque obligados a reconocer que no contaron con estructuras políticas propias, salvo en el Reino de Navarra (donde curiosamente el PNV goza de menor implantación) “que aún (sic) así no logró aglutinar a todos los vascos ni en su momento de mayor auge”, los habitantes de estos Territorios “se dotaron de una peculiar organización política, una ley consuetudinaria concretada de forma escrita al terminar la Edad Media, en sus Fueros respectivos”, y gozaron de privilegios que, en otros territorios, estaban circunscritos a la nobleza. Ahí es nada.

La organización social y política de estos territorios no sólo sirvió de inspiración a los librepensadores europeos y a los constitucionalistas americanos, según nos cuenta el PNV; sino que pueden con todo derecho tipificarse políticamente hablando como “repúblicas libres y soberanas” que elegían o pactaban con sus Señores, pero “si el señor rompía el pacto la república volvía a la plenitud de su soberanía originaria”. Así fue hasta que “el final del Antiguo Régimen en el Estado francés supuso a finales del XVIII la abolición por la fuerza de los Fueros de los territorios vascos continentales. Proceso que, de forma paulatina, y a lo largo del XIX, se daría igualmente en los territorios vascos peninsulares”. Así sintetiza el PNV la historia del pueblo vasco en la que el PNV emerge en 1895 como “un movimiento políticamente estructurado” para hacer frente a “la transformación brusca de la forma de vida y de gobierno de los vascos”. 

El PNV emerge en 1895 como «un movimiento políticamente estructurado» para hacer frente a la «transformación brusca de la forma de vida y de gobierno de los vascos»

Estamos ante una deformación incoherente y bastante trasnochada de la historia utilizada por el PNV como coartada para reclamar en 2024 la independencia de las tres provincias vascas. Incoherente porque no reclama la constitución de varias “repúblicas libres y soberanas” al Norte y al Sur de los Pirineos occidentales, como correspondería a su relato idealizado (en el mejor de los casos) del pasado, sino que se pretende constituir una entidad única donde se aglutinen de momento todos los peninsulares de la nación, incluida la Comunidad Foral de Navarra a pesar de que el propio PNV reconoce la inexistencia de tal unidad política a lo largo de los siglos. Y un tanto trasnochada y falaz porque esta visión localista, propia del pensamiento carlista que gozó de gran predicamento en las provincias vascas en el siglo XIX, se compadece mal con las afirmaciones de que “el nacionalismo democrático vasco ha participado en casi todos los foros y organismos que se han tomado, en serio, la idea de una Europa Unida” y apuesta hoy por “una Europa Federal unida y con futuro”. Y eso no es cierto porque el PNV siempre ha apostado por una Europa de los Pueblos.

La deformación ideológica presente en este relato pseudohistórico otorga un papel central a un supuesto conflicto secular entre vizcaínos y españoles desde al menos el siglo XVIII en adelante y puede quizá estar en la raíz de algunos posicionamientos del PNV ya en el siglo XX. Como la ambigüedad de los líderes peneuvistas ante el alzamiento militar en julio de 1936 y el escaso compromiso mostrado por el gobierno vasco en defensa de la II República durante la Guerra Civil, un conflicto que los nacionalistas consideraban “ajeno a la dinámica y realidades vascas, y como una suerte de intoxicación española”. La prioridad del PNV entre octubre de 1936 y junio de 1937 fue poner en marcha una administración propia, independiente del gobierno de la República, y establecer el Ejército de Euzkadi, asimismo independiente del ejército republicano. Quizá explique también el intento fallido de negociar una paz por separado con el gobierno de Mussolini (Pacto de Santoña) para salvar a los gudaris de los batallones controlados por el PNV (Euzko Gudarostea), y hasta la alocada tentativa de aproximarse a los mandos del III Reich en la Francia ocupada con la vana esperanza de extraer alguna concesión territorial inconfesable: la unificación de la nación vasca al Norte y al Sur de los Pirineos bajo la tutela del régimen de Hitler.

En el fondo, todo se reduce a una máxima muy sencilla: cuanto más débil sea el señor, mejor les irá a las repúblicas vascas

Ni el proceso de mestizaje de la sociedad vasca, resultado de la industrialización en el último tercio del siglo XIX y la llegada de inmigrantes del resto de provincias españolas (maquetos) para trabajar en minas y factorías, ni la creciente prosperidad económica de otras regiones españolas en la segunda mitad del siglo XX y la instauración de la democracia en España tras la muerte de Franco, han hecho desaparecer la desafección institucional y el desapego de los líderes del PNV hacia todo lo suene o huela a español. Los líderes socialistas y populares prefirieron olvidar que el PNV no votó la Constitución en Las Cortes y aconsejó a sus votantes abstenerse en el referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978 para ratificarla, y han aceptado  fijar con opacidad su aportación del gobierno vasco al sostenimiento del Estado (cupo vasco) en términos muy favorable para el primero. Hoy como antaño, lo que ocurre en España y sucede a los españoles sólo importa en la medida en que afecta al bienestar del ‘pueblo’ vasco y posibilita a su gobierno acrecentar los privilegios económicos de que ya goza.

Esta desafección e indiferencia ante todo lo que huela o suene a España podría ser la clave para comprender el apoyo prestado por el PNV a la moción de censura presentada por el PSOE de Sánchez contra el gobierno de Rajoy el 31 de mayo de 2018, pocos días después de haber respaldado los Presupuestos Generales del Estado presentados por el PP. No echen en saco roto aquello de que los vascos “elegían o pactaban con sus Señores”, pero “si el señor rompía el pacto la república volvía a la plenitud de su soberanía originaria”. Seguro que algunos pactos debieron incumplir los gobiernos de la II República, de Franco y de Rajoy para que los nacionalistas vascos decidieran recuperar sus particulares repúblicas y soberanía originaria en tantas y variopintas circunstancias y con Señores tan distintos. En el fondo, todo se reduce a una máxima muy sencilla: cuanto más débil sea el señor mejor les irá a las repúblicas vascas. Hala: saquen la gabarra y paseen triunfales por la ría la Copa del Rey de las Españas.

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