Muchos libros sobre la ocupación y la liberación se están traduciendo últimamente a la lengua de Cervantes. Por citar sólo tres, los hay sobre el mundillo intelectual (El caso Brasillach); acerca de una peculiar y amplia comunidad de vecinos, como la del edificio del número 209, de la rue Saint-Maur, en el distrito X; y, en fin, sobre la atmósfera de los bares de lujo, por así decir, con el del hotel Ritz de la place Vendôme a la cabeza. Es la materia del libro de Philippe Collin, El barman del Ritz, que ha publicado Galaxia Gutemberg en traducción -nada menos- de Adolfo García Ortega. Es del que se ocupan estas líneas: casi diríase una novela, o incluso un feulleiton, de lo interesante que es.
Frank Meier, el protagonista, nació en 1884 en Austria, aunque hijo de judíos polacos. Trabajó en Nueva York, donde se convirtió en un virtuoso del cocktail: un auténtico self made man. Pero en el libro aparecen otros muchos “actores de reparto”, dicho en terminología de Hollywood, empezando por los que selecciona el Anexo de páginas 375 y siguientes, cada quien con su fotografía. Por ejemplo, Marie Louise (1867-1961), con Beck de apellido de soltera, que había hecho lo que se dice un bodón: se emparejó con el suizo César Ritz, inventor de eso que conocemos como los hoteles de lujo. O Hans Elminger, que acabaría forjando su leyenda como Director del Gran Hotel Nacional, de Lucerna, hasta 1970. Y también Blanche Rubinstein (1879-1969), americana de origen, importante por sí misma y también por haber sido cónyuge de Claude Azello, otra figura de la hostelería. Y en la lista del final del libro no podía faltar Gabrielle Chanel, la famosa Coco, fallecida en 1971, cuya mera mención hace ociosos mayores comentarios. Ni tampoco Sacha Guitry, figura clave del teatro y el cine francés en la primera mitad del siglo.
Frank Meier, el protagonista, nació en 1884 en Austria, aunque hijo de judíos polacos. Trabajó en Nueva York, donde se convirtió en un virtuoso del cocktail
En ese mundillo tan internacional y glamouroso no faltaban alemanes, así intelectuales, como Ernst Jünger, tan longevo como entre nosotros fue por ejemplo Francisco Ayala (ciento tres años de vida, sí señor: 1895-1998) como también militares, por cierto con un abanico ideológico muy plural: nazis hasta el final como Otto von Stülpnagel (1878-1948); arrepentidos como su hermano Carl-Heinrich (1886-1944), que estuvo entre los participantes en el intento de asesinato del Führer el 20 de julio de 1944 en la guarida del lobo, en la Prusia oriental; o, en fin, Hans Speidel (1897-1984), que llegó a ser jefe de gabinete de Erwin Rommel durante la segunda guerra mundial aunque, después del conflicto, supo adaptarse al nuevo orden de cosas, al grado de haber sido Comandante Supremo de la OTAN entre 1957 y 1963.
Todos ellos -Frank Meier y los otros-, con orígenes sociales y territoriales tan diversos, sucede que coincidieron y se conocieron en el complicadísimo París de la ocupación, cada quien en su papel y tratando de salir a flote de aquel universo de declaraciones y espionaje de la manera menos mala posible. El bar del Hotel Ritz, todo un microcosmos, reunió a ese grupo y a otros muchos, porque aquello tenía lo que se dice un ambientazo, negocios sucios inclusive, como bien ha relatado entre nosotros Fernando Castillo y también el nobel Patrick Modiano en su Trilogía: piénsese en un Joseph Joanovici (1905-1965), comerciante de chatarra que abasteció a Berlín al tiempo que pagaba donativos a la resistencia: lo que se dice jugar a dos barajas, o nadar y guardar la ropa, para enriquecerse por los dos lados. Pero también frecuentaban el bar gente de la cultura y el espectáculo, como un Jean Cocteau, fallecido el 11 de octubre de 1963, mismo día por cierto que Edith Piaf, de quien por tanto no pudo recitar, como era su deseo, la oración fúnebre. O, entre las mujeres -estamos en Francia, no se olvide-, Mistinguett, cantante y atriz (1875-1956) o la mucho más joven Arletty (1898-1992), inolvidable por sus interpretaciones en las películas Hôtel du Nord (1938) y Les Enfants du Paradis (1943). Y eso sin prescindir de quien se considera la Mata-Hari de su época -espía doble y más que doble-, Inga Haag, fallecida sólo en 2009. Personajes legendarios cada uno de ellos y en modo alguno fáciles de clasificar.
Todos aparecen en este entretenidísimo y muy documentado libro, que en Francia ha recibido toda suerte de reconocimientos
Todos aparecen en este entretenidísimo y muy documentado libro, que en Francia ha recibido toda suerte de reconocimientos. Desde esa óptica tan peculiar como el mundo de la clientela de un bar (no un bar cualquiera, ciertamente), constituye toda una historia de la Segunda Guerra Mundial, porque hasta allí llegaban los ecos de los acontecimientos: la caída de Mussolini el 25 de julio de 1943 y, claro está, el desembargo en Normandía. Por supuesto no faltan en el relato las referencias por así decir geográficas, muchas de ellas vinculadas a la Carlinga, la terrorífica Gestapo francesa, liderada, dicho sea de paso, por otro asiduo de aquella barra, Henri Lafont: pienso en, por ejemplo, Drancy -el lugar de paso a los campos de concentración y exterminio de Alemania y Polonia- o la cárcel de Fresnes, al sur de la capital.
Sí, del París de la ocupación ya no puede predicarse, con Hemmingway, que era una fiesta. Bien al contrario y además hasta el extremo de lo siniestro. Pero, como suele decirse cuando se está en medio de una desgracia, la vida sigue. Y en efecto siguió, como lo acredita lo que, en torno a Franz Meier -¿colaboracionista? ¿resistente? ¿mitad y mitad? ¿un self made man también en eso?- se relata en las casi cuatrocientas páginas de este espléndido libro.