En Cataluña, hablar catalán no es solo un acto comunicativo: cada vez más, se presenta como una declaración de principios. Así lo demuestra la campaña recién lanzada por diversas entidades, entre ellas la influyente Plataforma per la Llengua, que propone a los ciudadanos participar en un reto de “21 días hablando solo en catalán”. El objetivo declarado es aumentar el uso de la lengua catalana en todos los ámbitos, desde el supermercado hasta el grupo de amigos, pasando por el entorno laboral.
Cuenta con el respaldo de la Generalitat
La iniciativa, que cuenta con el respaldo del Departament de Cultura y otras instituciones, se presenta como un “experimento sociolingüístico” para fomentar hábitos lingüísticos más “valientes”. Sin embargo, más allá del voluntarismo con el que se viste, el reto pone de nuevo sobre la mesa una tensión no resuelta: la de los castellanohablantes que viven en Cataluña y que ven con preocupación cómo se normaliza un discurso que los empuja a la marginalidad.
Discriminación lingüística
Plantear que el uso del catalán debe ser exclusivo durante tres semanas no parece una propuesta neutral ni inocente en una comunidad oficialmente bilingüe. Aunque no se obliga legalmente a nadie, el mensaje implícito es claro: el uso del castellano se convierte en un obstáculo a superar, una suerte de defecto de conducta a corregir. En este contexto, para quienes tienen el español como lengua materna —la mayoría social—, el experimento puede percibirse no como una promoción del catalán, sino como una forma velada de presión.
La apuesta por reforzar el catalán no es nueva, y sus defensores la justifican como necesaria ante su retroceso en determinados entornos. Pero cuando la promoción lingüística adopta un tono de exclusividad, corre el riesgo de transformarse en una forma de activismo identitario excluyente. Lo que se presenta como una campaña simpática puede terminar profundizando la fractura social en lugar de coserla.