Joan de Sagarra ha fallecido en Barcelona a los 86 años, dejando tras de sí una obra periodística elegante, irónica y siempre insumisa al dogma. Crítico cultural, escritor y cronista de la ciudad, fue quien puso nombre a la gauche divine, esa constelación de artistas, editores, arquitectos y cineastas que agitó la Barcelona de los sesenta desde el lado gauche de Bocaccio, sin renunciar ni al whisky ni a la revolución estética.
Amante del bisturí
Nacido en París en 1938, hijo del poeta Josep Maria de Sagarra, heredó de su padre el amor por la palabra bien dicha, pero también una mirada crítica, menos mitológica y más ácida, sobre la cultura catalana. Estudió Derecho sin entusiasmo y teatro en la Sorbona con más vocación que ambición. Lo suyo era el estilo. Y con estilo escribió durante más de medio siglo en cabeceras como Tele/eXpres, El País o La Vanguardia, desde donde firmó algunas de las columnas más personales del periodismo catalán contemporáneo.
Defendió el bilingüismo
Fue un testigo incómodo de la evolución cultural de Barcelona, siempre más partidario del bisturí que del incienso. Prefería los matices al aplauso, la ironía al alineamiento, el escepticismo al fervor. Era, sobre todo, un independiente: de partidos, de clanes, de trincheras. Nunca se dejó domesticar.
Publicó varios libros recopilando sus artículos, donde se reconoce al columnista que convirtió la anécdota en análisis y la nostalgia en argumento. A finales de los noventa, se significó públicamente en defensa del bilingüismo en Cataluña desde el colectivo Foro Babel, sin renunciar a su catalanidad ni a su libertad.
Con la muerte de Joan de Sagarra se apaga una voz imprescindible: la del cronista que nunca necesitó levantar la voz para hacerse oír.