La elección de León XIV como nuevo Papa lleva aparejada una reflexión sobre cuales son los principales retos a los que se enfrenta. Según quién los plantee, estos desafíos son distintos.
Las finanzas del Vaticano son sin duda un motivo de preocupación. Déficit estructural, producto de la caída de ingresos -especialmente de las donaciones- y el mantenimiento de gastos operativos muy elevados (sólo en salarios entorno a 150 millones de euros). El déficit operativo en 2022 fue de 83 millones de euros. Destaca también la delicada situación del fondo de pensiones, que tendría un déficit superior a 600 millones de euros.
Otros retos de la Iglesia Católica comúnmente citados giran en torno a la gestión de los escándalos de abusos, la secularización, la adaptación -o no- a valores modernos, su jerarquización, la escasez de vocaciones, la competencia religiosa, su alineamiento político o la división interna entre progresistas y conservadores.
La Iglesia católica continua siendo muy poderosa, sí, pero se ha visto superada en las últimas décadas en número de fieles por el Islam: Más 1900 millones frente a entorno 1350 millones, muchos de ellos meramente culturales, pero no practicantes. Ha perdido, además, posiciones frente a protestantes, debido principalmente a su mayor dinamismo en zonas tradicionalmente católicas, como América Latina.
«Todos estos problemas tienen una causa común: la desconexión creciente entre Iglesia y fieles. Ser católico ya no significa formar parte de una comunidad»
La Iglesia Católica tiene su cuna en Occidente. La secularización de Occidente está en la base de su crisis. Frente a esta realidad, desde los sectores progresistas, muchos de ellos NO católicos o, por lo menos, no practicantes, se ve a nuevo Papa como un continuador de Francisco I. Se le pide una modernización de la Iglesia en temas como el aborto, los derechos LGTBI o el celibato. En cambio, desde sectores conservadores se reivindica una vuelta a los valores tradicionales. Todo indica que León XIV va a continuar con el acento social de su antecesor pero muy probablemente con mayor moderación en la vertiente política de su mandato. La personalidad de Prevost es claramente distinta a la de Bergoglio y , sin duda, marcará su propio camino.
Todos estos problemas tienen una causa común: la desconexión creciente entre Iglesia y fieles. Ser católico ya no significa formar parte de una comunidad, salvo en países donde es minoritaria y /o perseguida. La Iglesia se ha institucionalizado de forma excesiva, producto de su jerarquización y anquilosamiento. Hoy en día incluso las ceremonias más emblemáticas; misas, entierros, bautizos o bodas -por no hablar de la extremaunción-, se han burocratizado hasta convertirse en rituales fríos y carentes de alma. Ser católico no da una identidad al individuo y ya vemos que muchas personas la buscan desesperadamente.
El nuevo Papa no debería preocuparse tanto de aparecer como un líder político mundial. Su vertiente diplomática como Jefe de Estado es importante pero debería centrarse en reconectar con sus fieles, hacerles sentir miembros de una comunidad que les apoya, que aporta sentido a su vida, frente al creciente individualismo de las sociedades occidentales.
La crisis de la Iglesia, su división interna, no son más que síntomas de la crisis de Occidente. De su decadencia. El espectáculo de la elección papal, sin duda un magnífico reality show, no debería hacernos olvidar que la Iglesia católica esta en una encrucijada como lo esta todo Occidente. El catolicismo se ha convertido en una religión light, lo cual no me parece necesariamente negativo. Pero muchos individuos necesitan creencias fuertes y llenan el vacío que deja el catolicismo abrazando otros credos que den sentido a su existencia. No se trata de volver a la Santa Inquisición, pero tampoco de diluirse en la nada. Se trata de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder las raíces de una institución milenaria. Difícil tarea. Que el acierto le acompañe.