Un alma amable suele enviar todos los días a un foro las portadas de un buen número de diarios impresos. Al principio, los envíos incluían solo las portadas de los principales diarios nacionales de información general, pero de un tiempo a esta parte nos envía también una selección de las portadas de algunos diarios deportivos y regionales donde aparecen los logros y desazones de los clubes de fútbol de primera y segunda división. Más allá de su interés local, estas noticias nos ayudan a tomar la temperatura a los anhelos y desvelos cotidianos de la mayoría de compatriotas. Tras la derrota del Barça con el Inter de Milán, en la portada del diario Sport aparecía la imagen de un inflamado Laporta y bajo ella el siguiente titular: “No estamos en la final por el árbitro”. Uno de los jugadores más cañeros del Barça extendía la inquietante acusación lanzada por el presidente contra el equipo arbitral a la humanidad en su conjunto: “no han querido que lleguemos a esa final. Estaban cagados”.
Si alguien se pregunta por qué España se ha convertido en una potencia futbolística en las últimas décadas, la respuesta es bastante sencilla: hay pocas actividades a las que los españoles dediquemos tantos recursos, tiempo incluido, como a este deporte. Los niños comienzan a jugar en su más tierna infancia, algo que no constituye novedad alguna en sí mismo porque también el juego ocupaba gran parte de nuestro tiempo en las décadas siguientes a la Guerra Civil. Aunque observo algunas diferencias notables entre el ayer y al ahora. Para empezar, cuando los niños jugábamos al fútbol en aquellos tiempos tan austeros, la necesidad mandaba e improvisábamos partidillos en descampados, eras donde se aventaba el grano y en cualquier plazuela. Lo hacíamos durante los recreos en el colegio e instituto, a la salida de clase o los sábados y domingos de asueto. Y golpeábamos casi cualquier cosa que se asemejara a la rara avis de un balón reglamentario del que casi ninguno de nosotros disponía. Hoy día, hasta los pueblos más minúsculos -doy fe de ello-cuentan con campos perfectamente habilitados e iluminados donde los niños acuden al terminar el colegio bien equipados y se ejercitan a las ordenes de un entrenador. Calientan, hacen ejercicios físicos diversos para fortalecer su resistencia, lanzan córneres y hasta ensayan jugadas en la pizarra.
La segunda diferencia importante es que nuestras familias eran ajenas a nuestros inocentes juegos salvo cuando llegábamos a casa con un siete en el pantalón, los zapatos pelados o algún rasguño y había que darnos un par de gritos y hasta un cachete. Ahora los padres llevan a sus hijos a los entrenamientos varias veces a la semana, los acompañan a los partidos los fines de semana y comparten con ellos la ilusión de verlos jugar un día en algún gran equipo. En España, además de las ligas consideradas profesionales de ámbito nacional y regional (Primera y Segunda divisiones y Primera, Segunda y Tercera RFEF) hay seis categorías de fútbol base: Prebenjamín, 5-8 años, Benjamín, 9-10 años, Alevín, 11-12 años, Infantil 13-14 años, Cadete 15-16 años y Juvenil, 17-19 años. Una dura escalera por la que los niños, jóvenes y adolescentes intentan ascender con las botas puestas hasta el salón de la fama. La inversión social en dinero y tiempo que las familias destinan a sostener todo este entramado futbolero resulta impresionante y no me cabe ninguna duda de que si se dedicarán tantos recursos a la práctica del ajedrez o a resolver las tareas de matemáticas tendríamos unos cuantos grandes maestros y bastante mejores resultados en las pruebas PISA.
Pero muchos son los llamados y pocos los elegidos. He visto a algunos compañeros de colegio de mis hijos con un futuro prometedor quedarse por el camino a causa de lesiones que les han impedido seguir adelante con su carrera deportiva. Porque otra gran diferencia que he podido constatar entre el fútbol de ayer y hoy es que, pese a la rudeza de aquellos tiempos, la falta de indumentaria apropiada y la aspereza de los pedregales donde muchas veces disputábamos los partidos, se producían muy pocas lesiones graves. Practiqué el fútbol hasta los diecisiete años en que dejé el Instituto de mi ciudad para ir a la Universidad y nunca sufrí ninguna lesión importante, ni recuerdo lesiones importantes de otros compañeros. Hoy, prima más ganar que jugar y a los jugadores se les exige ir al límite en cada disputa y parar al contrario como sea. Los agarrones en el área cuando se ejecutan saques de esquina y las entradas terroríficas con los tacos por delante se han convertido en algo cotidiano e incluso recomendado para frenar un contrataque prometedor; faltas tácticas, las llaman. Luego, esos mismos comentaristas que las justifican lamentan con voz de circunstancias sus consecuencias nefastas.
Cosas de la vida. Corría 1966 y el equipo en que jugaba ganó los campeonatos local, provincial y regional y tuvimos que ir a disputar la fase final de los campeonatos de España al Colombino de Huelva. Nos metieron en un minibús a las seis de la tarde en Calatayud y aparecimos en Huelva entrada la tarde del día siguiente. A la mañana siguiente, el gobernador civil presidió ataviado con uniforme de gala la recepción de bienvenida mientras nosotros mirábamos con asombro a los jugadores del Barcelona y del Atlético de Madrid, representantes de los equipos de Cataluña y Castilla la Nueva, perfectamente uniformados con los chándales oficiales de sus respectivos equipos. Se decía que los jugadores del Barça habían realizado parte del trayecto en avión. Pese a todas las circunstancias adversas, el palizón del viaje, ser la primera vez que jugábamos en un campo de hierba y no disponer siquiera de botas apropiadas para aquel trance, no hicimos mal papel y el Atlético de Madrid sólo pudo eliminarnos por 1-0 en la prórroga. A la mañana siguiente, nos metieron en el minibús y de vuelta a casa. A ninguno, se nos ocurrió culpar a la falta de descanso o al árbitro de la derrota, ni achacarla a que “no han querido que llegáramos a la final. Estaban cagados”, porque la final del campeonato la disputaron precisamente el Atlético de Madrid y el Barcelona y la ganó el segundo por 2-1.
Quizá lo que Laporta echó de menos en esta eliminatoria contra el Inter es que Enríquez Negreira no estuviera al frente del comité de la UEFA que designó a los árbitros del partido para aconsejarle como debían comportarse sus jugadores en el trance. El actual presidente del F. C. Barcelona ha logrado irse de rosistas en el caso Negreira al haber prescrito los delitos por los que fue condenado en primera instancia cuando presidió la entidad entre 2003 y 2010, pero ahí queda el dato para la historia del fútbol mundial: ningún otro gran equipo europeo ha pagado en torno a 8,3 millones de euros durante varios años al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros de su país por un supuesto asesoramiento ‘técnico’ del que no existe rastro alguno. En cualquier lugar del mundo, estos comportamientos mafiosos encaminados a viciar las competiciones deportivas serían considerados actos de corrupción al más alto nivel. Aquí, sin embargo, los directivos y seguidores del Barcelona continúan lamentándose de lo mal que los árbitros tratan a lo que ellos consideran ser algo más que un club. Y a fe que es algo más.