Reino Unido, Alemania y, ahora, Francia. Los motores de Europa escenifican un cambio de ciclo en la hegemonía política occidental, con el foco puesto en la inmigración, los derechos civiles y las incompatibilidades entre las libertades sociales y el islam.
El país galo se suma a esta narrativa presentando una propuesta ante la Unión Europea para reforzar la supervisión de las subvenciones destinadas a organizaciones civiles, con el objetivo de evitar que los fondos públicos financien el islamismo, el antisemitismo u otros discursos de odio. La iniciativa cuenta ya con el apoyo de Austria y será discutida en el seno de la UE la próXima semana. El gobierno francés es tajante; “Es impensable e inaceptable que el dinero europeo apoye a actores que contradigan los valores de la UE, como la tolerancia y el secularismo.»
Francia busca así garantizar que los fondos de la UE dejen de apoyar iniciativas que promuevan el islamismo, entendido como una ideología política extremista, ni el antisemitismo, que acaba presentándose de la mano del primero. En 2021 el Consejo de Europa financió una acampaña sobre el hiyab, chocando de lleno contra el principio de secularidad, muy arraigado en la identidad política y cultural francesa, que renuncia a cualquier tipo doctrinalismo en su sociedad.
El cambio de modelo sigue asentándose así en el continente. Sea por electoralismo o por una traslación legítima de las inquietudes de la ciudadanía, las instituciones de gobierno europeas están cambiando de mensaje y se renunica al paradigma de la diversidad. Las constantes tensiones entre grupos, las manifiestas incompatibilidades entre el modo de vida europeo y los dogmas religiosos musulmanes y la dilapidación constante de fondos públicos en favor de medidas que ponen en tela de juicio nuestra identidad hsn rebasado el límite, hasta el punto que el propio establishment se ve obligado a reaccionar.