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Atízale duro a la mona

La pretensión de Trump de imponer mediante amenazas sus términos al resto del mundo, además de estar condenada al fracaso a medio plazo, evidencia la pérdida de liderazgo político de los Estados Unidos

Donald Trump ha celebrado sus primeros 100 días de mandato en Warren, Michigan.
Donald Trump celebrando sus primeros 100 días de mandato en Warren, Michigan.

Tras la presentación de los aranceles ‘recíprocos’ en la rosaleda de la Casa Blanca el pasado 2 de abril, publiqué un artículo en este diario titulado “Apuesta por la autarquía para castigar a tus rivales”, un título suficientemente expresivo que no requiere demasiadas explicaciones. La estrategia seguida por Trump desde su regreso a la presidencia consiste en amenazar con el cierre del mercado estadounidense a sus socios comerciales para obtener concesiones que fortalezcan la economía estadounidense y de paso la de su propia familia. Cargado de energía tras su exitosa visita por Arabia Saudita, Catar y Emiratos Árabes, Trump ha vuelto a destapar el frasco de las esencias para ensañarse de nuevo con la Unión Europea (UE) a la que acusa “de no haber tratado a su país adecuadamente”, hacerlo “en muchos casos, de forma más repugnante que China, y “haber formado una banda para aprovecharse de nosotros

Que nadie espere del más exitoso fabricante de bulos argumentos sutiles y bien fundamentados porque la estrategia negociadora de Trump consiste en lanzar acusaciones contra sus rivales (entiéndase, el resto del mundo) en términos muy genéricos y nebulosos, como reprocharles abusar de forma recurrente y maliciosa de la buena fe del pueblo americano, una de las más recurrentes, para pasar a continuación a amenazarles con cerrar el mercado sino se pliegan a sus dictados. Pretende así hacerse con los derechos a explotar las tierras y minerales raros de otros países, exigirles gastar ingentes sumas en adquirir armas y equipos estadounidenses, avenirse a formar consorcios para producir acero en Estados Unidos, obtener derechos para explotar y controlar zonas con importantes reservas, controlar el canal de Panamá, etc. 

Para poner fin a los agravios infligidos por la UE, Trump anunció en su plataforma Verdad Social (Social Truth), la imposición de un arancel del 50 % a todas las exportaciones de bienes de la UE a Estados Unidos a partir del 1 de junio, suplementando con 11 puntos adicionales la tarifa ‘recíproca’ de 39 % anunciada el 2 de abril y 40 puntos la tarifa del 10 % en vigor desde ese momento. “Se les van a bajar los humos. Ya verán”, afirmó Trump.  Su secretario de Estado, Scott Bessent, siguiendo la estela de su amo, ha acusado a la UE de ser el único socio comercial de Estados Unidos que no está negociando de buena fe. Además de apelar genéricamente a la manipulación del tipo de cambio, las multas impuestas a compañías estadounidenses y al empleo de otras “barreras no arancelarias”, Trump y Bessent insisten en señalar al IVA como una barrera cuando todo el mundo sabe que los tipos de IVA aplicados a cualquier bien o servicio importado son los mismos a los que están sujetos los bienes producidos en la UE y no distorsionan la competencia. Hay otras razones para quejarse, pero no ésta.

En respuesta al anuncio, los índices bursátiles europeos cayeron en torno a 2% y los índices estadounidenses registraron caídas algo menores: 0,61 % el Dow Jones, 0,67 % el S&P 500 y 1,1 % el Nasdaq Composite. En vista de ello, podría pensarse que las empresas europeas se han llevado la peor parte. Nada más lejos de la realidad. Como puede observarse en el Gráfico 1, los índices Eurostock 600 y S&P 500 han seguido una evolución muy distinta desde que Trump ganara las elecciones presidenciales: el primero muestra una tendencia claramente ascendente hasta el 2 de abril en tanto que el segundo apenas registró avances. Tras el anuncio de los aranceles ‘recíprocos’ el 2 de abril, tanto el índice europeo como el estadounidense registraron fuertes caídas, pero mientras que el primero recuperaba las ganancias logradas hasta finales de marzo, el S&P 500 a duras penas lograba volver al punto de partida, e incluso parece haberse revertido la recuperación tras anunciarse el 23 de mayo la intención de aumentar los aranceles a los productos europeos.

Gráfico1. Variación de los índices S&P 500 y Europe Stocks 600 diciembre 2024 – mayo 2025

Fuente: Reuters.

La Comisión Europea (CE) haría bien en analizar el comportamiento de Trump en otros casos y sacar las consecuencias. China respondió a los aranceles anunciados por Trump subiendo los suyos a los productos estadounidenses y ambos llevaron su guerra particular hasta situarlos en niveles que suponían la paralización de todos los intercambios comerciales en la práctica y dejaban a las dos mayores economías del mundo expuestas a entrar en recesión. Pues bien, la Casa Blanca anunciaba el 15 de mayo un acuerdo histórico que, cómo no, presentaba como “una victoria comercial histórica”. Veamos que hay de cierto: Estados Unidos reducía de 145 % a 10 % los aranceles a los productos chinos y China ha rebajado los suyos de 125 % a 10 %. Saquen ustedes las conclusiones oportunas sobre cuál de los dos países ha hecho mayores concesiones y puede reclamar la corona de laurel en esta carrera absurda.

La respuesta de la CE fue completamente distinta a la de China: intentar apaciguar los ánimos y evitar una escalada arancelaria. Sefcovic, comisario de Comercio de la UE, se limitó a indicar que intentaría encontrar una solución negociada y pediría explicaciones a su homólogo estadounidense sobre la metodología empleada para el cálculo de las tarifas ‘recíprocas’. Hay que reconocer que preguntar sobre la metodología a Trump tenía cierta gracia.  En mi artículo del 5 de abril expresaba mi deseo de que “la UE vaya más allá de comprometerse a comprar más gas licuado a Estados Unidos y reducir los aranceles a los vehículos allí producidos para aplacar la ira de Trump”. Pero la propuesta de la presidenta de la CE de rebajar los aranceles de ambos países sobre bienes industriales a 0 %  (“zero-for-zero tariff”) no parece haber  satisfecho en absoluto las expectativas del equipo negociador de Trump que exige, al parecer, reducciones unilaterales a la UE.

La lección a extraer es que con un bravucón dispuesto a humillar y maltratar a quienes considera más débiles, sólo se puede negociar desde una posición de fuerza y la CE presidida por Von der Layen más parece una congregación de monjitas aplicadas que el órgano directivo de la segunda región económica del mundo por PIB y la tercera por población. La turbulenta situación creada por el propio Trump brinda a la UE la oportunidad de diseñar una política genuina y ambiciosa capaz de abordar con realismo la compleja situación mundial y recordar que, como decía en mi artículo del 5 de abril, “Estados Unidos es un importante mercado de 347 millones… pero el resto del mundo constituye un gigantesco mercado de cerca de 7.850 millones donde se encuentran las mayores reservas energéticas y recursos minerales del planeta”.

No es el momento de dejarse llevar por la senda de confrontación que propician Rutte, secretario general de la OTAN, y Romero, vicesecretaria general de la Organización Atlántica, cuya misión consiste en exagerar la amenaza que representa Rusia para la UE y exigir aumentos en el gasto en defensa a los países miembros de la OTAN para afrontarla. Tampoco es el momento de dar alas a Zelenski, sino de buscar con urgencia una salida negociada a la guerra en Ucrania, antes de que Trump, no Putin, se haga con el control de todos sus minerales y tierras raras. Ni, desde luego, el momento de hacer concesiones económicas y territoriales para congraciarse con el amigo ‘americano’, sino de explorar nuevas alianzas para reforzar el papel de la UE en el mundo, diversificar nuestros mercados e impulsar el crecimiento económico. La pretensión de Trump de imponer mediante amenazas sus términos al resto del mundo, además de estar condenada al fracaso a medio plazo, evidencia la pérdida de liderazgo político de los Estados Unidos en un mundo cuyo centro de gravedad económico se ha desplazado al sureste asiático.

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