Las personas de cierta edad, como es mi caso, no habíamos vivido un período tan bochornoso como el presente, políticamente hablando, desde el final de la dictadura. A nadie puede sorprenderle en una monarquía constitucional como la nuestra que los políticos engatusen a los ciudadanos con promesas electorales que no tienen intención de cumplir, ni que intenten una vez instalados en sus despachos maquillar su gestión para mantener el favor de sus votantes, ni de que algunos de ellos comentan actos ilícitos o reciban sobornos y mordidas en pago por favores prestados. Al fin y al cabo, aprovechar tu posición política para obtener ventajas personales forma parte de nuestra naturaleza y la corrupción en diversos grados ha estado presente desde que tenemos noticias fidedignas, tanto en sociedades tribales como en imperios, en regímenes monárquicos como en republicanos, en democracias como en dictaduras.
Un espabilado dijo que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe y otro que el hombre nace malo y necesita ser rigurosamente vigilado para poner coto a sus desmanes. No entraré en esta polémica, a mi entender, estéril. Desconocemos cuáles son los atributos que nos convierten en seres buenos o malos y cuáles los mecanismos sociales que nos abocan a la corrupción o nos enderezan. Más interesante me parece observar que, al echar la vista atrás, encontramos casos sobre los que existe bastante unanimidad al enjuiciar sus actos, aunque resulta igualmente cierto que algunos de los hombres que han llegado a ejemplificar la encarnación del mal (del bien, hay menos) para la mayoría de nosotros, fueron idolatrados y gozaron de gran predicamento cuando estaban vivos e incluso siguen contando con algunos seguidores y adeptos hoy. Y, sospecho, que hay muchos más personajes históricos a los que incluso se trata con cierto respeto y veneración que podrían engrosar la lista de candidatos a ejemplificar el mal.
El código Sánchez 2017
Aunque separar el bien del mal constituye una tarea ardua, no lo es tanto juzgar las decisiones de un personaje público aplicándole los cánones morales establecidos por él mismo. Cuando un político afirma que “las tramas de corrupción que afectan al gobierno suponen una mancha en la proyección internacional y el prestigio de nuestro país”, que “la ejemplaridad pública es innegociable y que el mayor enemigo de nuestro Estado es la corrupción” y que “un presidente del gobierno debe ser, sobre todo, un referente moral para el conjunto de la sociedad”, los ciudadanos entendemos que esos criterios y conclusiones resultan aplicables a todos los partidos y líderes políticos.
Este código expuesto por Pedro Sánchez en la sede del PSOE en Madrid el 26 de julio de 2017, siendo ya secretario general del partido y líder de la oposición es, por tanto, el que corresponde emplear para juzgar su comportamiento desde entonces. Algunos de los casos de corrupción que han afectado a su partido han sido graves y prolongados en el tiempo: dos expresidentes de la Junta de Andalucía, Chaves (1990-2009) y Griñán (2009-2013), fueron condenados por un delito de prevaricación continuada y de malversación, respectivamente, por la Audiencia de Sevilla en 2019. La revisión de las sentencias exigida por el Tribunal Constitucional, pendiente todavía de ejecutarse por la Audiencia, no altera en lo sustancial las actuaciones delictivas perpetradas por ambos condenados en conjunción con numerosos altos cargos de la Junta de Andalucía encargados de organizarlas y ejecutarlas e igualmente condenados.
Sería injusto responsabilizar a Sánchez de hechos que se produjeron antes de que alcanzara la secretaria general del PSOE, tan injusto como lo es escuchar todos los días al presidente, a sus ministros y diputados sacar a relucir casos de corrupción que afectaron a líderes del PP hace años. No obstante, puede decirse con rotundidad que Sánchez y la dirección de su partido al completo infligieron su propio código moral cuando el PSOE rehabilitó y arropó públicamente a Chaves y Griñán en el 41º Congreso Federal del PSOE celebrado en Sevilla en 2024. Un homenaje, sin duda merecido para dos “referentes morales para el conjunto de la sociedad” que entorpecieron las investigaciones judiciales cuanto pudieron desde el ejecutivo andaluz, nunca asumieron sus responsabilidades y nunca dimitieron de sus cargos.
Pero la corrupción del PSOE no se reduce a unos cuantos casos aislados del pasado. Los casos de corrupción que han salido a la luz en estos dos años de Legislatura (Ábalos-Koldo-Aldama, Begoña Gómez y David Sánchez) apuntan sin ningún género de dudas a que el PSOE como organización, con Ábalos al frente de la secretaria de organización entre 2017 y 2021, y Cerdán como secretario de coordinación territorial (2017-2021) y secretario de organización (2019-2021), y la propia Presidencia del Gobierno con Sánchez al frente y (Óscar) López como director del gabinete de Presidencia (2023-2024) forman parte de una trama corrupta que está utilizando instituciones como la Abogacía del Estado y la Fiscalía General para entorpecer las investigaciones judiciales y echar tierra encima a sus delitos.
Sánchez y el PSOE contra su propio código
La mayoría de los ciudadanos estamos de acuerdo en aplicar los estándares de moralidad pública expuestos por Sánchez en 2017, a saber, que la corrupción corroe los cimientos de la democracia, que la ejemplaridad pública es innegociable y que el presidente debe ser un referente moral para el conjunto de la sociedad, y exigir la dimisión del presidente del gobierno cuando deja de ser un referente moral. Ahora bien, el código moral de Sánchez 2017 hay que aplicarlo no sólo cuando la corrupción afecta a sus adversarios sino también cuando los corruptos han formado parte del núcleo central de su gobierno y su partido. Si Rajoy debía dimitir por la sentencia del caso Gürtel, Sánchez debería hacerlo por el caso Ábalos si su mano derecha acaba siendo juzgado y condenado.
Que Sánchez no lo haga sólo demostraría que nunca ha creído en su propio código moral y que sólo lo utilizó oportunistamente para revestir la moción de censura al presidente Rajoy con una pátina de honorabilidad. Pese a la gravedad de los chantajes continuos a que ha estado sometido por sus avalistas tanto durante la pasada legislatura como en la actual, pese a desayunarnos cada día con noticias de comportamientos mafiosos de líderes y conseguidores del PSOE, no más de dos o tres líderes de segunda fila del partido, alguno de ellos ya en la reserva, se han atrevido a expresar tímidamente su disconformidad con los pactos y los casos de corrupción, mientras que la mayoría de ministros y diputados hacen heroicos para cuestionar las actuaciones de los jueces que, según nos dicen, han organizado una cacería para destruir a los ‘socialistas’.
Ver a la Abogacía del Estado defender a investigados por corrupción y tráfico de influencias y al fiscal general cumplir las órdenes de presidencia nos retrotrae, digámoslo con toda claridad, al final de la dictadura. Tener al mismísimo fiscal general del Estado investigado en el Tribunal Supremo por filtrar datos de un contribuyente para atacar a la presidenta de la Comunidad de Madrid y por haber borrado los mensajes de su teléfono y correo oficial para no dejar rastro de sus presuntamente actuaciones ilícitas, resulta tan poco ejemplarizante que hasta dos de las tres asociaciones de fiscales, la (AF y la APIF), han pedido la dimisión de García Ortiz y eludido reunirse con él. Para colmo, el ministro de (in)Justicia no cesa de repetirnos una y otra vez que no hay nada de nada en los casos investigados por corrupción y tráfico de influencias que afectan al PSOE y al entorno del presidente, y para colmo mantiene su “total respaldo” al más que cuestionado fiscal general del Estado. Bajando un escalón, resulta pavoroso escuchar a los soldados de Ferraz y aledaños asegurar a presuntos delincuentes, investigados por la Audiencia Nacional, que pueden conseguirles una reunión con fiscales viajeros para aligerar sus penas siempre que proporcionen información que desacredite las investigaciones de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil.
Fidelidad ciega al líder o padrino y silencio absoluto sobre las actividades de la organización son dos señas de identidad que comparten los partidos con vocación dictatorial y las organizaciones mafiosas. Quienes hayan sido votantes del PSOE-PSC hasta tiempos recientes -incluido algún que otro escritor comprometido que pidió el voto para Sánchez en vísperas de las elecciones generales del 23 de julio de 2023 y aseguró a sus lectores para reconfortarlos que no habría amnistía mientras Sánchez estaba negociándola en Waterloo- han debido quedarse un tanto desconcertados al constatar que su líder y su partido se codean con los partidos con vocación dictatorial y las organizaciones mafiosas. Perdida la brújula que guiaba sus anhelos progresistas, estos votantes en lugar de denunciar la traición y las tramas corruptas practican la vida contemplativa.
Que los líderes del PSOE y sus socios traten de eludir sus propios códigos no puede extrañar a nadie porque a muchos de sus líderes y militantes y a sus socias de Sumar les va en ello las habichuelas. Pero, ¿cómo es posible que los ciudadanos de a pie no se rebelen con la misma o incluso mayor rabia cuando son sus líderes y su partido quienes incumplen su propio código de conducta? ¿De veras creen que toda la información que está aflorando en los casos Ábalos, García Ortiz, Gómez y Sánchez son bulos de la derecha y la ultraderecha? ¿Tan lavado tienen el cerebro que son incapaces de reconocer que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero? La corrupción no es de izquierdas o derechas: es simplemente corrupción.
Muchos de quienes abogamos por desalojar a Sánchez del gobierno lo hacemos preocupados por la deriva institucional y el tufo mafioso que ha impregnado los gobiernos de Sánchez desde el 1 de junio de 2018. No lo hacemos porque estemos ilusionados por las líneas maestras y las propuestas de los programas del PP y Vox sino por pura higiene democrática, del mismo modo que muchos de quienes rechazaban la dictadura franquista no lo hacían por sentirse identificados con los idearios democristiano o comunista. Como apuntaba certeramente Savater en una columna reciente (“La sartén y el mango”), lo crucial en este momento es parar la deriva mafiosa del gobierno de Sánchez y recuperar el prestigio de nuestras instituciones democráticas. Por lo que me toca como economista, añadiría también la urgencia de poner fin a unas políticas de gasto financiadas con aumentos de deuda y ayudas de Bruselas: crecemos dopados.