El World Boxing se pone serio. En un anuncio que se vaticinaba inevitable, la organización ha puesto en marcha una medida contundente: a partir de 2025, todos los boxeadores deberán someterse a pruebas de sexo obligatorias basadas en análisis cromosómicos para competir en sus eventos. Los motivos, me perdonarán, son de lo más evidentes; buscar «justicia y seguridad» en el deporte con una medida que responde a crecientes debates –más que legítimos, por cierto– sobre la elegibilidad de género en el boxeo, especialmente en la categoría femenina. Las pruebas serán anuales, gestionadas por las federaciones nacionales, y las atletas que no las realicen quedarán excluidas de las competiciones.
El anuncio llega tras controversias que han sacudido al boxeo. Imane Khelif -a quién se adelanta que no podrá participar este año-, ha sido un punto de inflexión. Khelif -quien se identifica como mujer aunque biológicamente tiene una composición cromosomática masculina XY-, participó en los Olímpicos de 2024, dejando para el recuerdo momentos delicados. Su presencia ponía en manifiesta desventaja a otras competidoras debido a sus potenciales ventajas físicas. Hubo quién defendió su derecho a competir, señalando que «nació y fue criada como mujer», y que las pruebas de la IBA «carecían de transparencia». La controversia desató críticas hacia las regulaciones poco claras del Comité Olímpico Internacional, que permitía la participación basada en el género autoidentificado, insuficiente para garantizar equidad.
La decisión de World Boxing establece un criterio biológico claro y respondiendo a la necesidad de proteger la integridad del boxeo femenino, punto. El boxeo es un deporte donde las diferencias físicas son decisivas.
Con esta política se marca un precedente en el deporte, priorizando un enfoque científico para definir las categorías. El tiempo dirá si esta medida logra equilibrar la equidad competitiva con el respeto a la diversidad de los atletas, pero, por ahora, parece un intento firme de ordenar un terreno donde la ambigüedad genera más problemas que soluciones, por no decir que alimenta narrativas de discriminación.
