Wilders no perdona. El líder del Partido por la Libertad -perteneciente a ese espectro que el consenso democrático ha querido categorizar como «extrema derecha»– ha hecho caer al Gobierno de la nación tras la constante negativa del centro-derecha, con quién gobernaba en coalición, a aplicar sus medidas antiinmigracionistas. La salida de Wilders se ha conocido por la mañana, bajo críticas muy duras del político sobre sus socios y su «falta de honestidad y coherencia política». Horas después, el cabeza del Ejecutivo ha anunciado la convocatoria de elecciones, abandonando su cargo y pasando a ejercerlo en funciones hasta pasadas las elecciones y la constitución de las nuevas cortes.
El plan de Wilders era claro y contundente: el cierre temporal de fronteras, la deportación de solicitantes de asilo sirios en un plazo de seis meses y el refuerzo de la vigilancia fronteriza con apoyo militar. Estas medidas, presentadas como una respuesta firme a la inequívoca presión migratoria, fueron calificadas como innegociables por el líder del PVV, exigiendo su inclusión en el acuerdo de coalición. Ante la resistencia de sus socios, que pese a la cesión preliminar han optado al final por un enfoque más «moderado», és decir, el incumplimiento de los acuerdos tácitos, Wilders ha optado por retirar a los cinco ministros de su partido, desestabilizando al Ejecutivo y dejándolo sin mayoría parlamentaria.
Schoof ha renunciado con una declaración cargada de reproches, calificando la maniobra de Wilders como «innecesaria e irresponsable».El VVD, NSC y BBB -el parlamento neerlandés es para verlo- han lamentado efusivamente la ruptura, acusando al PVV de «priorizar intereses partidistas» -querer cumplir su programa más bien-. Wilders lo tiene claro: su decisión es un acto de coherencia con los votantes, que le otorgaron un respaldo histórico en las urnas, reafirmando su compromiso con la defensa de la soberanía nacional y la identidad neerlandesa frente a la «inmigración descontrolada».