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Adiós, ¡amargada!

«Y ya se sabe: a las únicas mujeres que les molesta que las despidan con un 'adiós, guapa' es a las feas»

La escritora Anna Manso / TV3.

La caballerosidad está perseguida. Sí, han leído bien. Puede parecer un fenómeno surrealista, pero es la seña de identidad de los tiempos que corren: perseguir a los hombres con aplomo. Probablemente ese sea el leitmotiv de Anna Manso, una señora a la que le molesta que le digan “guapa”. 

Y ya se sabe: a las únicas mujeres que les molesta que las despidan con un “adiós, guapa” es a las feas. Hay que estar muy reñida con la naturaleza humana para enfadarse por un cumplido que, muchas veces, se transmite de fémina a fémina. Pero entre la amargura y el talibanismo hay solo un paso: cruzar el Rubicón y escribir una columna sobre el asunto en el Diari Ara. “Persona que no me conoces de nada, no me digas guapa”: así ha bautizado Manso su alegato. 

Su texto airea una demanda análoga a la de las influencers que se quejan de su jornada laboral de dos horas semanales. Puedo ahorrarles la lectura con una síntesis bastante precisa: “Ay, tía, me ha dicho guapa”. Toda una calamidad. ¡Cómo osa un pobre camarero llamar “guapa” a una clienta de mediana edad! ¿Quién se ha creído que es para levantar la cabeza por encima de los hombros? 

No hay que obviar que debajo de esta cursilería subyace un clasismo repugnante: el de las pisadoras de moqueta que disfrazan de feminismo su mala educación y su desprecio por la gente corriente. Porque para escribir una columna así hay que ser mala y retorcida. Algo muy turbio le debe de haber pasado a la señora Manso. 

En cuanto a este botijo que replica, nada hay más agradable que ir a comer a un restaurante de los de toda la vida —de platos de cuchara y servilletas de tela reposando sobre los cuellos de los comensales— y ser despedido con un sonoro: “¡Hasta la próxima, cariño!”.

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