Sánchez lleva ya tiempo sin gobernar. Su única ocupación ha sido mantener su relato. Todas las acusaciones contra él, su mujer, su hermano o sus secretarios de organización, han sido atribuidas a mentiras de la oposición, a fake news de las redes, al lawfare de unos jueces franquistas y a la extrema derecha. Nada era cierto, todo era fango. Para mantener el relato ha extremado su discurso presentándose como el líder mundial del no pasarán.
La dimisión de Santos Cerdán y la aceptación expresa por parte de Sánchez que el informe de la UCO es veraz, significa admitir lo que ha negado reiteradamente, lo que ha atribuido a la extrema derecha, a la fachosfera.
Pedir perdón no le va a servir. Los señalados son su círculo intimo, sus hombres de confianza, familiares, incluso él mismo. Nadie. ni los más hooligans, puede creer que Sánchez no tuviera ni idea de lo que ocurría a su alrededor. O que fuera tan ciego que no observara el nivel de vida de sus amiguetes. Pedir perdón es contraproducente para Sánchez. Es aceptar la culpabilidad, siempre negada. Es una auténtica bomba a la línea de flotación de su relato.
Sánchez ha legitimado a sus detractores, lo que supone que entramos en fase de caída libre. Los que se resistían a creer lo que se iba sabiendo, ya dudarán de todo. El que pueda se distanciará. Los disidentes irán en aumento.
No sabemos cuanto durará la agonía. Si convocará elecciones antes de que sus socios decidan que los beneficios de apoyarle son menores que el desgaste que provoca hacerlo. Pero no hay vuelta atrás.