“En política no se pide perdón, se dimite”. Es la frase que recorrió las redes este jueves tras la comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de Ferraz para responder a las revelaciones Santos Cerdán. Ese día se hacía público el largo informe de la UCO en el que esta unidad especializada de la Guardia Civil explicaba con todo detalle el triángulo delictivo integrado durante años por Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García. Los tres hombres que acompañaron a Sánchez en su ruta por España para recuperar el poder del que le había echado la vieja guardia socialista.
Los tres quedan retratados en los audios hechos públicos estos días, hablando de modo obsceno de mordidas orquestadas gracias al papel de Ábalos como ministro de Transportes. Una trama infecta ante la que Sánchez solo supo pedir perdón con aire contrito y argumentar que él ha sido el primer engañado. Viéndole, no pude evitar recordar otras disculpas históricas en la reciente historia de España, las del rey Juan Carlos. “Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir” aseguró el emérito tras ser pillado en un safari de lujo, con su amante, mientras media España intentaba sobrevivir a la crisis financiera.
Sus disculpas no convencieron a nadie, solo sirvieron para ganar el tiempo necesario para orquestar la sucesión, que se produciría dos años después. Las disculpas de Sánchez todavía han convencido menos. Pero eso no significa que su salida del poder vaya a ser más rápida que la del anterior jefe de Estado.
Todos sus socios de investidura se han echado las manos a la cabeza ante la evidencia de la corrupción en la cúpula del partido socialista, las sospechas de financiación ilegal del partido y de otros delitos políticamente más graves, como el presunto pucherazo en las primarias que encumbraron a Sánchez. Pero al mismo tiempo aseguran, del primero al último, que su indignación no hará tambalearse al Gobierno, porque en ningún caso van a secundar una moción de censura del PP.
Aún así, Sánchez es más débil tras la caída de Santos Cerdán, y sus socios aprovecharán esa debilidad. Especialmente Junts, que no ha tenido empacho en defender la presunción de inocencia del hombre que selló el pacto de la amnistía y se reunía periódicamente con Carles Puigdemont en Suiza. Jordi Turull ya ha dicho que no pedirán elecciones por la corrupción, pero sí en caso de que no se haga realidad lo que han dado en llamar “amnistía política”. En román paladino, una fotografía de Sánchez junto a Puigdemont, que ha su juicio es el paso necesario para completar la rehabilitación política del ex president fugado.
Desde Esquerra defienden la “mayoría progresista” en el Congreso, pero exigen más explicaciones a Sánchez y avisan que si se demuestra que conocía los desmanes de Cerdán “lo dejarán caer”. Otro tanto señalan desde algunas de las confluencias de Sumar, incómodos como los republicanos con el papel de avalistas de una trama corrupta de este calado. Igualmente incómodo se ve al PNV.
Pero todos, desde la derecha nacionalista vasca al independentismo catalán saben que nada será lo mismo con un Gobierno de Alberto Núñez Feijóo, y se aprestan a sacar todo el jugo posible a lo que quede de Sánchez en el poder.
En el caso de Junts será una fotografía que complete la rendición que ha supuesto la amnistía para los líderes independentistas. En el de Esquerra, la empresa mixta que debe hacerse cargo en el futuro de unas Rodalies desgajadas formalmente de Renfe y es posible que nuevas cesiones en materia de financiación autonómica, aunque incluso los republicanos saben que el modelo pactado con Salvador Illa es imposible en los plazos marcados.
Medidas, todas ellas, que seguirán socavando la imagen de Sánchez y su PSOE hasta completar una legislatura que se le puede hacer eterna. Haría bien el presidente del Gobierno en consultar a quienes le han precedido en el ejercicio del poder en circunstancias difíciles, como fue el caso de José Montilla. El ex president sabe como nadie que alargar un gobierno sin futuro solo sirve para acabar de enterrar al partido que lo lidera. Lo vivió el PSC tras el tripartito, y probablemente lo viva el PSOE tras Sánchez.
Quizá Feijóo debería abandonar las prisas, porque a partir de ahora, el manual de resistencia de Sánchez no hará más que agrandar la derrota en la próxima cita con las urnas, sea cuando sea.