Toca llenar el depósito. Nuevo umbral de gravedad en la Crisis de Oriente Medio. Tras el bombardeo estadounidense a tres instalaciones nucleares iraníes –Fordow, Natanz e Isfahán– esta madrugada, el Parlamento de Teherán ha aprobado por amplia mayoría recomendar el cierre del Estrecho de Ormuz, corredor por el que circula aproximadamente el 20% del crudo y el gas que consume el planeta. La decisión, de ejecutarse, aún requiere el aval del Consejo Supremo de Seguridad Nacional y, en última instancia, del líder supremo Alí Jamenei, pero ya sacude a gobiernos y mercados.
El Estrecho de Ormuz es el termómetro por el que se toma el pulso energético global: lo atraviesan a diario al menos 13 superpetroleros con más de 15 millones de barriles de crudo. Un eventual bloqueo encarecería de inmediato el petróleo, pudiendo este llegar en caso de ser indefinido a más del 50% de incremento, alterando a su vez cadenas de suministro ya tensionadas por los conflictos en Ucrania y el mar Rojo y arrastrando a la economía mundial a la recesión.
De todas las posibles represalías iraniés, el cierre de Ormuz es la más temida: paralizaría también a buena parte de la Quinta Flota estadounidense, cuya base principal se encuentra en Baréin. La Casa Blanca, según filtraciones, baraja enviar refuerzos navales y presionar a sus socios del Consejo de Seguridad para imponer nuevas sanciones si Irán ejecuta la amenaza.
La OPEP mantiene por ahora un inquietante silencio. Europa, altamente dependiente de los cargamentos que cruzan Ormuz, evalúa liberar reservas estratégicas si el tránsito se corta. En Bruselas se teme un repunte adicional de la inflación que descarrilaría la reciente recuperación.