Bajo la dirección artística de Viktor Ishchuk —fundador y actual director del Ballet de Kiev— la compañía presenta una lectura fiel y brillante de El lago de los cisnes, la obra maestra de Tchaikovsky, en una versión que combina la excelencia técnica con una profunda carga dramática.
Ishchuk, nacido en Ucrania, fue solista del Ballet del Teatro de la Ópera Nacional de Kiev, donde interpretó durante años los grandes roles del repertorio clásico. Formado en la Escuela Estatal de Coreografía de Kiev, su carrera lo llevó a escenarios de más de 30 países, compartiendo escena con destacadas figuras del ballet internacional. Hoy, al frente del Ballet de Kiev, impulsa una compañía vibrante y comprometida, reconocida por su pureza técnica, elegancia estilística y capacidad de conmover.
Vuelve a Barcelona con ‘El Lago de los Cisnes’. No podemos dejar de hablar de las nuevas escenografías. ¿Cuál ha sido la razón de estos cambios y cómo ha sido el proceso?
La renovación de la escenografía es el resultado de un trabajo largo y minucioso de todo un equipo: el escenógrafo, el diseñador de iluminación, los técnicos, el diseñador de vestuario y también yo mismo. El proceso duró alrededor de tres meses de preparación y otros tres de producción y realización. Queríamos ofrecer una mirada renovada, sin perder la esencia clásica que el público tanto valora. Hemos incorporado tecnologías escénicas modernas, manteniendo al mismo tiempo la atmósfera mágica y de cuento. Es una evolución del ballet que respeta profundamente las tradiciones.
Los nuevos vestuarios de los bailarines: ¿son una innovación, una adaptación o una evolución? ¿Cómo se puede innovar siendo fiel a la tradición?
Es fundamental encontrar un equilibrio delicado. Los vestuarios respetan los códigos del ballet clásico, pero los tejidos, los cortes y los detalles aportan más expresividad y comodidad. Utilizamos materiales modernos, incorporamos acentos contemporáneos sutiles, pero el espíritu de la tradición permanece intacto. La innovación está en la forma, no en la esencia.
¿Es exigente el público español, y el barcelonés en particular? ¿Qué vamos a ver después de vuestra gira de 2024?
El público español tiene una gran sensibilidad artística y sabe reconocer la autenticidad del intérprete. Y Barcelona, en especial, es una ciudad con una rica tradición cultural y una audiencia muy conocedora. Después de la gira de 2024, regresamos con una versión más madura de El Lago de los Cisnes. La compañía se ha fortalecido aún más, y la interpretación ha ganado en profundidad. El nivel técnico sigue siendo alto, pero ahora ofrecemos también una interpretación más consciente y emocional.
Su carrera es impresionante, pero hablemos de los comienzos. ¿Recuerda el momento en que se puso por primera vez las zapatillas de ballet?
Sí, lo recuerdo perfectamente. Fue en 1991. Mi madre me llevó por primera vez a una academia infantil semiprofesional de ballet en Kiev. En aquella época, había muy pocas opciones de calzado, y mis padres me compraron unas zapatillas de la marca Grishko, que entonces eran las mejores y también las más caras. Ensayábamos sobre parqué, así que las zapatillas se rompían con rapidez. Mis padres no podían permitirse comprarme unas nuevas cada semana, así que yo mismo las cosía casi a diario después de las clases de danza clásica. Siempre llevaba conmigo aguja e hilo: era, por así decirlo, mi pequeña “profesión” en la infancia.
Usted fue bailarín antes que director. ¿Cómo logran sus bailarines combinar la emoción con la técnica?
La técnica es la base, el cimiento. Pero sin emoción, la danza pierde su alma. Siempre les digo a mis bailarines que la técnica debe estar tan pulida que no interfiera con la expresión. Solo entonces nace el verdadero arte: cuando el cuerpo sirve a la emoción, y no al revés. En el ballet, la técnica está al servicio del sentido y del sentimiento.
¿Cómo afronta su compañía las dificultades para ensayar, crear, montar y actuar en un país en guerra? ¿Cómo es el día a día?
No es nada fácil. Muchos de nosotros tenemos familiares que están en Ucrania, viviendo situaciones muy difíciles. Todos tenemos personas cercanas que participan directamente en el conflicto. Nuestro proceso de ensayos tiene lugar aquí, en España, y eso nos ayuda a desconectar de los problemas y centrarnos en el ballet.
El arte nos da un propósito. El ballet se ha convertido en una forma de resistencia emocional y cultural. Encontramos apoyo en la disciplina, en el trabajo diario, en el deseo de seguir creando belleza a pesar de todo. Algunos artistas viajan entre ciudades para poder ensayar; algunos han perdido sus hogares, pero no su vocación. En estos momentos, el escenario deja de ser solo un espacio físico y se convierte en un símbolo de esperanza.
¿Qué proyectos futuros contemplan tras esta gira?
Queremos seguir de gira, compartiendo el ballet con públicos de todo el mundo. Tenemos en mente nuevas producciones, tanto clásicas como contemporáneas. En octubre presentaremos una nueva versión del clásico La Bella Durmiente.
La bailarina Alla Osipenko, de la Escuela Coreográfica de Leningrado, dijo: “El ballet clásico es una forma de danza que se basa en el control total y absoluto del cuerpo, que requiere concentración y capacidad para el esfuerzo como forma de vida: cada paso está codificado, en el que participan invariablemente cabeza, manos, brazos, tronco, piernas, rodillas y pies en una conjunción simultánea de dinámica muscular y mental que debe expresarse en una total armonía de movimientos”. ¿Quiere añadir algo?
Es una definición muy precisa y profunda. Yo solo añadiría que todos los movimientos del cuerpo en el ballet nacen desde dentro, desde el corazón. Cada gesto debe contener no solo técnica y control, sino también alma.
Pero más allá de las definiciones, ¿qué diferencia hay entre la escuela cubana y las de Europa del Este?
La escuela cubana tiene un carácter muy vivo y temperamental. Se percibe la energía, la plasticidad, la emoción. Las escuelas de Europa del Este —como la rusa, la ucraniana o la bielorrusa— se distinguen por su rigor, su academicismo, su técnica refinada. Son enfoques diferentes, pero ambas tradiciones son increíblemente poderosas. Los cubanos aportan libertad al movimiento, al impulso; las escuelas del Este exigen una pureza absoluta en la forma. En el ideal, un artista debería combinar ambas cosas: la fuerza de la tradición y la libertad de expresión.