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La derecha celebra la imputación de Montoro

La derecha celebra la imputación de Montoro
El exministro de Hacienda Cristóbal Montoro (PP), en el Congreso (RTVE).

Montoro -titular de Hacienda de Mariano Rajoy- y su equipo de confianza han sido imputados bajo presuntos delitos de prevaricación, falsedad documental, cohecho, corrupción en los negocios y tráfico de influencias, entre otras lindezas. Un completo en toda regla, vamos. En plena crisis de legitimidad del PSOE por la erupción de casos de también presunta corrupción institucional a manos de, al menos, sus dos últimos Secretarios de Organización, un exministro y dudas razonables sore la integridad de su Fiscal General, esta noticia cae como agua de mayo para el sanchismo, que ve en ello -y con razón, las cosas como son- la oportunidad para desviar la atención ante el estallido de una trama de corrupción de mayor envergadura en el rival que, pese a haberse consumado fuera de los actuales polos de poder populares, da una imagen profundamente negativa al aparato conservador.

Lo que, en su pletórica reacción, la izquierda nostrada parece ignorar de manera deliberada, son las bajas cotas de popularidad -por decirlo suavemente- de las que Montoro goza entre el electorado y el institucionalismo consdervador. Señores socialistas; su celebración no se puede ni comparar a la nuestra. El votante de derechas festeja frenético el inminente enchinoramiento.

El PP pagará el pato, no nos engañemos. El manual de resistencia de Sánchez se entiende ahora un poco mejor; las noticias frenarán con toda seguridad el exponencial ascenso de los populares en las encuestas; si bien los casos, los tempos y las responsabilidades difieren, las formaciones se encuentran ahora en un campo de juego mucho más nivelado. No se salva nadie, que dicen en el bar.

No deja de ser entrañable, por eso, la encarnizada reacción del militante medio socialista. Los peros y la presunción de inocencia que con tanta avidez se ha defendido estas semanss desaparece por completo de su manual de prácticas. És lógico. Los hechos para la imputación se presumen tan evidentes que, pese a no haberse demostrado nada fehacientemente, la condena puede ejecutarse con toda legimitimdad discursiva… ¡Bienvenidos! Ha costado entenderlo. Ahora solo hace falta tener más cuidado a la hora de recibir con pundonorosos aplausos a determinados personajes.

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