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Demasiados enemigos…

«Fascismo, en definitiva, es el recurso del chuflas, arquitecto del enfrentamiento civil entre iguales, y promotor de la nadería bien remunerada»

Las ministras Ione Belarra e Irene Montero en una imagen de archivo.

Generar demasiados enemigos es muy peligroso en política. Sobre todo, porque incluso aquellos sujetos privados del derecho al voto, tienen familiares y amigos que sí participan. Este tipo de error es muy común entre los partidos de nicho. Aquellos que en su vertiente más extrema estigmatizan a un colectivo con el objetivo de crecer electoralmente.

Ahora bien, seguir esta fórmula puede acarrear las mismas consecuencias que a un gordo el ayuno intermitente: acabar con más panza que cuando empezaste el régimen. Este baño de realidad, en política suele darse cuando una formación opta por radicalizar su discurso para sobreponerse a una adversidad y termina desapareciendo.

Enfrentar a los ciudadanos por grupos puede reportar un beneficio inmediato, véase Podemos que está resurgiendo como el ave Laclau. Pero también puede provocar, a la larga, que la gente, cansada de vivir chupando limones, busque la tranquilidad en otra parte.

El caso de la formación de Belarra y Montero es muy ilustrativo. Han conseguido ventilarse de un plumazo a la ministra de Trabajo, y me veo obligado a recordarles que era la política más popular del hemiciclo en la anterior legislatura. Hagan memoria: antes del embrollo fundacional de Sumar, Yolanda Díaz era descrita en El País como la Dama de Elche, versión laborista.

¿Cuánto hace que no escucha o lee un cumplido dirigido a la Ministra? Mucho, seguro. ¿El problema? La técnica empleada para destruir a su rival directo. Para Ione Belarra —la niña de la curva—, el mundo es fascista.

Si te manifiestas contra la inseguridad porque ves que tu barrio se va al garete, ¡facha! Si crees en la libertad de prensa y consideras que no hay mayor arma contra los plumillas que la palabra, ¡facha! Si defiendes la pluralidad política y no tildas de engendros endemoniados a todos los conservadores, ¡facha!

Si te parece que la descentralización fiscal beneficia igual a Ayuso que a Illa, ¡facha! Si consideras que la malversación de fondos públicos es un delito, ¡facha! Si tienes un ápice de conocimiento sobre operativa policial y no llamas a una redada “cacería racista”, ¡facha!

Si sostienes que dos lenguas pueden convivir en una autonomía sin que la común quede aplastada por las instituciones regionales, ¡facha! Si prefieres a Daniel Gascón que a Fonsi Loaiza, ¡facha! Si entiendes que haber pisado moqueta gubernamental sin pena ni gloria debería ser motivo suficiente para no ser altivo, ¡facha!

Si ley y orden te resultan dos conceptos atractivos que debería acuñar la izquierda, ¡facha! Muy facha, requetefacha. Fascismo es usted mismo y su cotidianidad. El fascismo somos todos y a su vez no es nada.

Fascismo, en definitiva, es el recurso del chuflas, arquitecto del enfrentamiento civil entre iguales, y promotor de la nadería bien remunerada. Fascistas somos todos, excepto ellos, que abrazan y besuquean a condenados por asesinar a más de 800 personas en nombre de una pseudoesencia nacional, y que, a su vez, aleccionan al resto por atreverse —en un alarde de gallardía— a expresar dudas sobre esta farsa.

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